Donald Trump es y seguirá siendo Donald Trump. Ésa es la conclusión de su toma de posesión del viernes pasado. Nada de cambios. Lo mismo de siempre. Un discurso antipolítico, populista y nacionalista. Ningún intento de unificar a su país. Al revés: mejor seguir azuzando la como estrategia . Trump en campaña, ahora desde la Presidencia. Trump apelando a su base electoral con el fin de reelegirse en cuatro años diciéndoles lo que quieren escuchar. Los cuida, los mima, los procura. Ahora serán ustedes, los gobernará el país a través de mi persona. El pueblo ha recuperado, a partir de hoy 20 de enero, su . El pueblo bueno, los patriotas que tienen el mismo color de la sangre que yo encarno.

¿Por qué debía cambiar Trump su estrategia que le funcionó para hacer lo que parecía imposible, que un outsider narcisista llegara a la Casa Blanca?

Bien lo dicen los estadunidenses: “if it ain’t broke, don’t fix it”. Si no está roto, no lo compongas. Es más: mejóralo, aderézalo. ¿Cómo? Metiendo a Dios en la narrativa. Presentando a como el pueblo elegido (“La Biblia nos dice: ‘Qué bueno y qué agradable es cuando el pueblo de Dios se reúne en armonía’”.) y a Trump como el consentido del Todopoderoso (“Estaremos protegidos por los grandes hombres y de nuestro y nuestras fuerzas policiales y, lo que es más importante, estamos protegidos por Dios”.) Sí: Trump ya habló con el rey de reyes. Tiene línea directa con él. Y ya le prometió que los protegerá durante su Presidencia.

La religión metida hasta el tuétano en los asuntos del poder es una vieja tradición de la política estadunidense. César y Dios siempre entremezclados. Rezos celebratorios. Sacerdotes tribunos. La Biblia como documento de Estado. En eso no hay nada nuevo. Lo nuevo es que Trump incluya la religiosidad como parte de su discurso antipolítico, populista y nacionalista. Detrás de las barbaridades que propone está, ahora, Dios, el protector del proyecto político. Trump como agente bienhechor del Todopoderoso en la Tierra Prometida. Estados Unidos como el nuevo Israel, el Presidente como su profeta. Mala combinación la de un hombre ególatra con la convicción de tener línea directa con la autoridad divina. Al narcisismo de Trump ahora hay que sumarle mesianismo.

De acuerdo al sacerdote Mario Cimosa, experto bíblico, “en la Biblia, la palabra masiah, ‘mesías’, aparece 38 veces. Es más frecuente en los Salmos y en los libros de Samuel. De ordinario se refiere al rey. Para comprender el sentido de esta palabra, que de suyo es un adjetivo, una forma pasiva de la raíz masah, que quiere decir ‘ungir’, y por tanto ‘que ha sido ungido’, hay que interrogar ante todo los libros de Samuel. Pero es mejor indicar enseguida que la expresión más común en los textos bíblicos es ‘el mesías de Yhwh’. Era un título que por eso mismo ponía a quien lo llevaba en relación directa con Dios: ‘el ungido de Dios’”.

Trump no es un hombre de convicciones religiosas profundas. Es el típico oportunista que se aprovecha de Dios, como en su momento lo hicieron otros líderes nacionalistas del siglo pasado. Mussolini, quien se hizo famoso al demostrar que Dios no existía en un acto público, ya en el poder se aprovechó de las convicciones católicas italianas para sustentar su legitimidad como nuevo César romano. Franco, quien en un principio coqueteó con el fascismo antirreligioso, luego se convirtió en providencialista: Caudillo de España por la Gracia de Dios.

En Trump tenemos todos los elementos de liderazgo político que siempre acaban mal para una superpotencia generando terribles consecuencias mundiales. Primero: el líder que encarna al “pueblo bueno” pisoteado los aviesos intereses nacionales aliados con los enemigos internacionales. Segundo: el líder que promete una nueva era de esplendor nacional donde lo prioritario será la Patria y su grandeza. Tercero: el líder que comanda un ejército poderoso que es vanguardia y retaguardia de una nación amenazada. Cuarto: el líder ungido de Dios que tiene conexión directa con el Todopoderoso quien los protegerá. Así el primer discurso de Trump como Presidente de Estados Unidos. Sólo queda decir: ¡Oh my God!

Twitter: @leozuckermann

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