La tragedia del tráiler de San Antonio nos obliga a recordar muchas cosas tristes, empezando, desde luego, por el doloroso hecho de la partida de cientos de miles de mexicanos a Estados Unidos cada año, y el terrible costo que muchos están dispuestos a pagar por irse. Pero más que nada evoca una realidad que gran número de expertos se niegan a ver o entender.
Hace por lo menos cinco años comenzó a circular la tesis del balance cero, es decir, que el número de mexicanos que partían a Estados Unidos era igual o inferior al de aquellos que volvían. De esa idea –técnica, eufemística, quizás excesiva, pero con alguna dosis de verdad– se derivaron varias mentiras. Que ya no se iban los mexicanos porque había muchas oportunidades en México; que todos los migrantes indocumentados, ansiosos por cruzar a Estados Unidos, eran centroamericanos; que el fenómeno migratorio dejó de ser pertinente; que ya México no era un país emisor o expulsor de migrantes. Todo era falso, empezando por la peregrina idea de que el incremento en el número de retornados se debía a decisiones voluntarias y no a deportaciones –por definición coercitivas– o que algún oriundo de Michoacán o Guerrero acababa de volver a su terruño por nostalgia o para aprovechar las magníficas oportunidades que se le ofrecían en esos estados (supongo que de parte del narco).
De las 39 víctimas del horror de San Antonio, 34 eran mexicanos. De los 10 muertos, 7 eran mexicanos, por ahora. Veremos si estas proporciones aumentan conforme se obtenga mayor información. A menos de que nuestros compatriotas hayan fallecido o estén hospitalizados, porque se subieron al tráiler pensando que venía a México, se trata de paisanos que pagaron una suma estratosférica y creciente al pollero para irse, y aceptaron correr el riesgo de perder la vida por hacerlo. En verdad, ¿ya nadie se va? ¿En serio terminó la migración mexicana a Estados Unidos? ¿Cuántos muertos más se necesitan para entender que no es cierto?
Pero otro dato, menos escalofriante, pero tal vez más significativo, ilustra el mismo tema. Desde 2012 señalé en The New York Times, en un artículo escrito con Douglas Massey, que la cifra de migrantes mexicanos que ingresaban a Estados Unidos con papeles había crecido de manera exponencial. Hoy esto es más cierto que nunca.
De acuerdo con datos publicados en el diario Reforma el domingo pasado, en 2016, Washington expidió 184 mil visas H2A y H2B, es decir, permisos de trabajo temporales para empleos agrícolas y de servicios. Si le sumamos casi 20 mil visas H1B para profesionistas, se trata de más de doscientos mil mexicanos que emigran cada año al norte. Desde 1997, el total se ha triplicado. Habría que sumar a este número los mexicanos que reciben visas de inversionistas o de reunificación familiar (estando en México). Andamos cerca de los 300 mil mexicanos que se van cada año con papeles. ¿Cuántos son los indocumentados que emprenden el viaje aterrador sin papeles? ¿Otros cien mil? ¿Doscientos mil? ¿A cuánto asciende el total global, con o sin papeles? ¿Medio millón? ¡Qué bueno que ya se vayan menos! ¡Qué pasaría si se fueran más!