La sociedad mexicana no se pasmó con el sismo. Igual que en 1985 mostró lo mejor de sí misma, para ayudar a hermanos en desgracia y solidarizarse con los golpeados. Poco le importó a los miles de voluntarios contar con sanción o apoyo del , se mostró la mejor cara del autogobierno y la gestión social y a la vez el abuso, el oportunismo, la cerrazón y corrupción del gobierno y los políticos.

Siempre que hay una tragedia provocada por un golpe de la naturaleza vemos que la gente se desprende de lo que tiene para compartirlo con sus hermanos, y como siempre encuentra que no hay correspondencia de los políticos que muestran su mezquindad y pequeñez humanitaria.

Mientras las ofertas de ayuda monetaria llegan desde el extranjero, los políticos pelean como gatos boca arriba los muchísimos dineros del pueblo que reciben. Para Oaxaca y Chiapas los diputados donaron un poco más de un magro millón de pesos y los senadores se quedaron por ahí, y como ya habían cumplido, para la CDMX ya se habían agotado. Cuándo la sociedad elevó la voz para que redujeran los montos de las campañas políticas para la reconstrucción, se escudaron tras la ley que ahora se convierte en inamovible. Impresionante escuchar senadoras defendiendo la ley como inscrita en piedra en lugar de ofrecer modificarla de inmediato para atender a ciudadanos en desgracia. Primero ellos. ¡Siempre!

En las leyes se hicieron para violarlas y se le aplican a los enemigos, ahora los damnificados sufren los efectos de este principio. La voz que se escuchó para corregir esta injusticia fue tildada con los peores adjetivos, luego surgió el oportunismo para sacar raja de la desgracia nacional. Al final descubriremos un engaño más.

Una vez más el gobierno fue rebasado y le surgió lo peor posible. Limitaron la ayuda técnica de grupos de expertos extranjeros y voluntarios, manipularon la ayuda entregada por la sociedad para que pareciera que era de ellos, y no tardaremos en escuchar el reclamo sobre el destino de la ayuda monetaria. ¿Quién se la robará?

La solidaridad social en México no se deriva de la furia contra el gobierno y el hartazgo de los políticos, sino del amor al prójimo, es por eso que la acción ciudadana no se convierte en potencia política. En parte con la desgracia el ciudadano controla su ayuda, en la política esta anulado. Por eso al paso de la crisis las aguas vuelven a su cauce, las que por desgracia están controladas por un cuerpo político fallido y un tejido político deteriorado porque está corroído hasta la médula por la corrupción.

Como siempre, de este despertar ciudadano saldrán algunos líderes que alimentarán las filas de la política para con el paso del tiempo convertirse en lo mismo, ahí están los del terremoto de 1985 que pusieron su grano de arena para que las cosas cambiaran, pero se contaminaron con los vicios del sistema, y a final de cuentas fracasaron. Hay quién dice que esa corrupción está en el ADN mexicano. ¿Surgirá quién lo desmienta?

Las desgracias son oportunidades para repensar las cosas pero México que no tiene escasez de tragedias tiene una larga lista de oportunidades perdidas.

Parece que la maldición del Gatopardismo se cierne sobre México porque a cada paso, las cosas quedan igual, aunque tienden a empeorar.

Después del 85 en CDMX surgen opciones políticas nuevas que hacen resurgir la ilusión, para que los nuevos arribos caigan bajo el embrujo del dinero y el poder político. Así encontramos entre los nuevos males un boom inmobiliario que muestra el poder de la corrupción generando desequilibrios urbanos y cientos de inmuebles dañados por el terremoto. Las normas son buenas, la supervi$ión neutralizada.

Debemos utilizar está oportunidad que la naturaleza pone en nuestras manos para introducir correcciones radicales.

1) Quitémosle el dinero a los partidos políticos y que los apoye la sociedad mientras el gobierno establece mecanismos fiscales para evitar que el dinero compre a la política.

2) Desmantelemos las instancias que fracasaron en ciudadanizarse y que sangran a las finanzas públicas. El es una institución icónica por su inutilidad y dispendio.

3) Bajemos los salarios para que sean acordes a la realidad nacional. No más magistrados con salario de Pasha.

4) Reformemos el manejo policíaco y judicial para eliminar la colusión entre criminales y funcionarios.

5) Obliguemos a los políticos a instaurar los instrumentos necesarios para combatir la impunidad y a escuchar a la sociedad.

No hay apatía, hay opresión y abuso político. El terremoto demostró que los políticos están ciegos y sordos mientras la sociedad mexicana está despierta y vibrante.

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