El 15 de enero el presidente Peña Nieto hizo unas declaraciones en apariencia inobjetables, incluso inocuas, sobre el crimen organizado y el narco. Supongo que en respuesta a las sugerencias medio en clave de Andrés Manuel López Obrador, sobre una posible amnistía para quienes cultivan amapola y mariguana, o quienes trafican cocaína, fentanyl, heroína y mariguana, dijo: “Para que la sociedad cuente con seguridad y justicia no puede haber perdón ni olvido para los delincuentes, no puede haber borrón y cuenta nueva. Dejar hacer y dejar pasar a los criminales significaría fallarle a la sociedad y traicionar a México”.
Más clara ni el agua. De la misma manera que el apoyo de México y del propio Peña Nieto para el proceso de paz en Colombia ha sido contundente, incondicional y solidario. No sólo en lo tocante con las FARC, también hacia adelante con el ELN y, aunque no le haya tocado a EPN, con las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), es decir, los paramilitares, cuando Álvaro Uribe llegó a un acuerdo de entrega y desarme con ellos. Ahora bien, los buenos espíritus y los ignorantes de buena fe pueden alegar que ni las FARC ni el ELN ni las AUC eran delincuentes o criminales, menos aún narcos: sólo guerrilleros de izquierda o de derecha, equivocados sin duda, pero que luchaban, también de buena fe, por una causa más o menos noble. Por ello se justificaba una negociación con ellos, no por narcos ni por maleantes.
El Estado de Israel ha afirmado a veces que no negocia con terroristas o criminales. Pero negoció los acuerdos Oslo con la OLP cuando ésta aún no reconocía el derecho de Israel de existir y cuando no controlaba a varios de los grupos que la componían. Asimismo, ha canjeado a cientos de presos palestinos por uno o dos soldados de Tajal (origen de la serie de televisión Homeland) retenidos por los palestinos. Con Hamás canjeó justamente a Guilad Schalit, antecesor de Brody, por 477 presos palestinos. Podríamos enumerar decenas de casos donde Estados democráticos dialogan, negocian y llegan a acuerdos con quienes habían anteriormente designado como terroristas, criminales, asesinos o delincuentes.
El tema colombiano es el más interesante, porque encierra una amalgama relativamente pura de actividad criminal desprovista de cualquier ideología o causa política. Los tres grupos eran a la vez organizaciones armadas con algún tipo de causa y narcotraficantes. Empezaron (las FARC) a principios de los años ochenta, gravando a los campesinos que cultivaban hoja de coca. Posteriormente, procesaron la pasta, produjeron polvo, e incluso traficaron. Quienes desconozcan la historia pueden consultarla en las grandes series colombianas (el Cártel de los Sapos, o el Patrón del Mal, entre otras). En otras palabras, el Estado colombiano negoció con narcos en casos distintos a la célebre entrega negociada de Pablo Escobar, a principios de la década de los 90. Esa negociación ha sido en general considerada como un fracaso; las de Uribe y Santos, como un éxito. A tal grado los acuerdos de paz con las FARC implican explícitamente a narcos con un perdón, que incluyen un capítulo sobre narcotráfico y amnistía y reinserción. Fue el caso de otra negociación, también apoyada por México, en El Salvador, entre las maras y el gobierno de Mauricio Funes. Muchos consideran que dicha negociación, aunque recibió la bendición de la OEA, también fracasó, aunque la estrategia de “mano dura” del siguiente gobierno salvadoreño tampoco prosperó.
A reserva de encontrar excepciones, o de victorias aplastantes sin negociación alguna (Alemania y Japón, en 1945), siempre se negocia con enemigos, nunca con amigos. Y en una guerra, los enemigos siempre son malos: criminales, delincuentes, terroristas, asesinos. Los unos lo son realmente, y son eso nada más. Otros revisten características complejas: son terroristas y luchadores de liberación nacional también (FLN en Argelia, OLP hasta 1992). Unos son narcos y guerrilleros, otros narcos y campesinos que cultivan hoja de coca o amapola. Otros son capos a secas, como Von Braun, Heisenberg, los militares chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, guatemaltecos, etc.
¿Ni perdón ni olvido? Sin perdón no hay rendición, desarme ni reinserción. El olvido es otra cosa; la vida no es un bolero.