Sobre la violencia en México, hace unos días, Héctor Aguilar Camín citaba a Carlos Monsiváis: “O ya no entendemos lo que está pasando o ya pasó lo que estábamos entendiendo”. El columnista de Milenio así lo resumía: “Luego de estos años de creer entender algo de la lógica de la violencia mexicana, me confieso confundido ante el renacimiento de la violencia de los últimos dos años, al punto de que 2017 terminó siendo el año más violento de la década y 2018, dada la tendencia, pinta para superarlo”.
Apenas habíamos comprendido por qué había subido la violencia desde que el presidente Calderón le declaró la guerra al crimen organizado en 2006, cuando, de repente, comenzó a bajar después de 2011 hasta el 2014. Bien a bien, nunca supimos por qué del descenso. Los expertos estaban investigando cuando, de repente, la violencia volvió a crecer exponencialmente hasta llegar al pico de 2017, el año con más homicidios desde que en 1997 se empezaron a recabar estadísticas serias al respecto.
No sabemos, a ciencia cierta, qué pasó ni qué está pasando. Mi impresión es que la violencia se ha expandido en el país como se propaga la humedad en las casas. Comienza en un rincón de un cuarto y, si no se hace nada al respecto, de repente ya hay más manchas en otros espacios de la vivienda.
La violencia en el país se concentró en ciertos municipios después de la declaración de guerra de Calderón. Diez años después, sigue presente en las mismas ciudades que continúan teniendo altas tasas de homicidios y ejecuciones relacionadas con el crimen organizado: Acapulco, Tijuana, Chihuahua, Juárez, Tijuana, Culiacán y Reynosa, por ejemplo. Pero, a partir de 2014, se han agregado nuevos espacios. Los Cabos, Benito Juárez (Cancún), Tepic, Tecomán, Guanajuato, Coatzacoalcos, Playas de Rosarito, Zacatecas, por mencionar algunos. Ni se diga de municipios mexiquenses y delegaciones capitalinas que conforman la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Continuando con la analogía, si la humedad la produce el agua que penetra las estructuras de una construcción, pues la violencia la generan grupos delincuenciales que tienen la voluntad y capacidad de asesinar. Uno de los expertos que más ha estudiado el tema, Eduardo Guerrero, ha demostrado cómo se han multiplicado las bandas del crimen organizado en nuestro país a lo largo de los años. De tener pocos cárteles en 2006, bien organizados y apertrechados, dedicados al trasiego de drogas entre México y Estados Unidos, hoy tenemos más de 240 grupos delincuenciales que azotan distintas plazas del país explotando diversos “negocios” ilegales de naturaleza local como el secuestro, extorsión, robo de combustibles y atraco al transporte de mercancías.
La violencia ha afectado la calidad de vida en el país, sobre todo en las comunidades más vulnerables. Las clases medias, sobre todo los ricos, han buscado soluciones para protegerse de manera privada. Sus viviendas están cercadas y resguardadas por guardias privados. Algunos utilizan escoltas. Como siempre, los más afectados han sido los pobres. No sólo son víctimas económicas de frecuentes atracos en los espacios públicos de sus colonias, sino que viven con un miedo tremendamente pernicioso para la sociedad.
El neurocirujano David Diamond, de la Universidad del Sur de California, hizo un experimento muy interesante sobre los efectos del miedo por culpa de un agente externo que está ahí y no se puede hacer nada al respecto. “Colocó un gato afuera de una jaula de ratas y descubrió que las ratas criadas en esta condición empeoraban en las pruebas cognitivas (ejecutando laberintos complicados y cosas por el estilo) que las ratas que mantenía lejos de la vista de los gatos. Uno podría imaginarse que las ratas criadas en presencia de un depredador aprenden a ser más astutas. Pero esto no parece ser cierto para ratas criadas en presencia de un depredador a quien no pueden hacer nada para evitar o burlar; las ratas se sienten impotentes frente a, por así decirlo, una ‘ola de gato’. Los cerebros bajo estrés se congelan”.
Investigaciones posteriores, ya con humanos, han demostrado que “los niños responden al estrés de la violencia comunitaria de manera similar. Cuando toman una prueba estandarizada poco después de un asesinato en el vecindario, sus puntajes sufren. El precio del crimen se paga, sobre todo, por el trauma de los niños cuyos padres no pueden salirse de su presencia”.
La violencia tiene un costo social mayor que el de las víctimas: el trauma en las mentes de las comunidades que azota. El problema es que en México se han multiplicado los gatos que generan estrés o el agua que causa humedad o como quiera verse.
Twitter: @leozuckermann