Me tocó vivir las consecuencias de gobiernos irresponsables que gastaron más de sus ingresos endeudando al país y llevándolo a la ruina. Es por eso que, desde mi juventud, soy un fiel defensor de la disciplina fiscal. En este sentido, y como contribuyente, me encanta la idea del gobierno austero que está proponiendo López Obrador. En esto, a diferencia de otros temas, lo aplaudo. Máxime, porque el apretón del cinturón no es consecuencia de una crisis financiera como en el pasado.
AMLO entendió la indignación de los excesos que hemos observado durante este sexenio del presidente Peña. Hace seis años, al gobierno federal llegó el boato mexiquense. Se multiplicaron los altos funcionarios que se trasladaban en enormes camionetas, acompañados de un ejército de escoltas. Los de menor rango viajaban en la cabina de primera clase de las aerolíneas. Los de mayor, en helicópteros y aviones privados. Se hospedaban en hoteles de gran turismo. Eran los mejores clientes de los restaurantes más finos.
Muy al estilo de Atlacomulco, creían que para eso era el poder. Los excesos con cargo al erario eran —siguen siendo— una grosería para los contribuyentes, especialmente los más pobres. Celebro que AMLO vaya a quitar estos lujos. Quizá no signifiquen enormes ahorros, pero es un gesto valioso para los que financiamos al gobierno y para la promesa de respetar la disciplina fiscal.
Hay dos cosas, sin embargo, que me preocupan de las medidas de austeridad anunciadas, incluyendo la disminución de los sueldos de los funcionarios de confianza. En primer lugar, creo que hay una parte de la alta burocracia que cuenta con una invaluable experiencia técnica. Si no se les paga bien, se corre el riesgo de que abandonen el sector público para irse al privado, dejando un enorme hueco. Pienso, por ejemplo, en áreas muy especializadas de la Secretaría de Hacienda, como las que manejan la deuda pública, o el equipo negociador de los tratados comerciales de la Secretaría de Economía. Incluiría al Banco de México, el SAT y comisiones como la de Telecomunicaciones, de Competencia Económica y de Hidrocarburos. En este sentido, el siguiente gobierno tendría que elaborar un mapa de riesgos de quedarse sin funcionarios técnicos de buen nivel en áreas estratégicas y actuar en consecuencia.
El segundo tema preocupante es la eficacia gubernamental. Qué bueno que el próximo gobierno vaya a ser austero. Pero hay que evitar que lo barato salga caro. La austeridad debe ir acompañada de una serie de medidas para mejorar la eficacia gubernamental: Tener una visión de facilitar la vida a los ciudadanos simplificando trámites e incorporando nuevas tecnologías. De nada servirá un gobierno austero si, a final del día, acabamos con un gobierno tan malo como el actual, o peor.
Ése, me parece, es el reto. No sólo abaratar los costos del gobierno, sino además mejorarlo. Recortar es lo fácil; entregar buenos resultados, lo difícil. Ahí, inevitablemente, tendrán que revisar el tema del personal de base. Hasta ahora, AMLO se ha concentrado en los costos de los funcionarios de confianza. Pero, si de verdad quiere tener un gobierno que produzca buenos resultados, deberá hacer cambios en los burócratas sindicalizados. No se trata de bajarles sus sueldos y prestaciones, pero sí de reasignarlos a labores que agreguen valor y faciliten la vida de los ciudadanos.
Este gobierno, el de Peña, ha sido un desastre en este rubro. La peor combinación: Caro y malo. Los contribuyentes queremos uno barato y bueno. Nos quedaríamos a la mitad del camino si el próximo gobierno termina por ser barato y malo.
Doy un ejemplo que me ocurrió recientemente. Llegué de un largo vuelo en horas de la madrugada al aeropuerto de la CDMX. La cola para pasar migración era enorme. Ni siquiera cabíamos en el salón. Al otro lado había cinco oficiales exhaustos revisando los pasaportes. Noté que había unas nuevas máquinas para llevar a cabo el trámite electrónico. Me acerqué a una de ellas. Un encargado me informó que lo podía realizar, pero luego, de todas formas, tenía que formarme para entregar el papelito expedido por la máquina a un oficial. En otras palabras, las nuevas máquinas no servían para nada. Con razón nadie las estaba utilizando.
Eso pasa, pensé, cuando el secretario de Gobernación llega de viaje y pasa por una ventanilla VIP, muy al estilo del boato mexiquense. Nunca se da cuenta de lo mal que están los trámites de su secretaría. Cuando veamos a los próximos secretarios del gobierno de AMLO hacer la fila junto a los mortales, se darán cuenta de la ineficacia de los servicios a su cargo. Ese día entenderán que no sólo se trata de abaratar al gobierno, sino también de mejorarlo.
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