Desde su campaña, el próximo Presidente propuso una “cuarta transformación” del país. La primera fue la Independencia, la segunda, la Reforma, la tercera, la Revolución. Todas ellas terminaron en un producto muy concreto: una nueva Constitución (la de 1824, 1857 y 1917, respectivamente). En mayo pasado, en la entrevista que le hicimos en Tercer Grado, le pregunté a López Obrador si su “cuarta transformación” implicaría una nueva Carta Magna. Contestó que no y abundó: en caso de ganar, no promovería ninguna enmienda constitucional durante los tres primeros años de mandato. Según él, las leyes en el país estaban bien. Sólo había que aplicarlas.
AMLO estaba prometiendo algo muy gordo —una transformación histórica—, pero sin modificar la Constitución actual, por lo menos durante sus tres primeros años de gobierno. Parecía una contradicción. Sin embargo, en ese momento, el candidato presidencial no sabía lo que hoy sabemos, es decir, que la coalición de partidos que lo apoyaba (Morena-PT-Encuentro Social) tendría una mayoría cómoda en el Congreso quedándose a un pelito de tener el número suficiente de diputados y senadores para reformar la Constitución, lo cual requiere una mayoría calificada de dos terceras partes en ambas cámaras, más la aprobación de 17 congresos estatales (Morena tendrá el control en 18 de estos órganos legislativos locales). Las condiciones, luego entonces, cambiaron. No es gratuito, en este sentido, que comience a hablarse de, efectivamente, reformar la Constitución e, incluso, de una nueva.
Hace unos días, AMLO anunció su primera agenda legislativa en cuanto el nuevo Congreso tome posesión el primero de septiembre. Contra lo que dijo en Tercer Grado, sí aparecen reformas constitucionales: modificar el artículo 127 para que ningún funcionario gane más de lo que percibe el Presidente; crear, de nuevo, la Secretaría de Seguridad Pública y cambiar el artículo 108 para que el Presidente pueda ser enjuiciado por corrupción y delitos electorales, así como la eliminación del fuero para todos los funcionarios. Se ha informado, asimismo, una posible iniciativa para incluir en la Constitución la obligación del Estado de impartir educación superior. Además, se ha mencionado la intención de “modificar o revocar leyes de la Reforma Educativa”. No queda claro si sólo en las legislaciones secundarias o también en la Constitución. El hecho es que el próximo gobierno sí va a aprovechar su amplia mayoría para reformar nuestra ley fundamental.
Animados por su contundente victoria, varios morenistas ya hablan públicamente de enmendar a fondo la Constitución. El próximo senador Martí Batres tuiteó el pasado 12 de julio: “El voto ciudadano nos llevó a una especie de constituyente: 17 Congresos Locales y mayoría muy cercana a las 2/3 en el Congreso, es el momento para realizar todas las reformas progresistas con las que ha soñado la sociedad mexicana”. Hubiera sido interesante que profundizara qué tipo de reformas está pensando.
Gerardo Fernández Noroña fue más específico. En una reunión de fuerzas izquierdistas en La Habana el 18 de julio, dijo: “Ha sido un triunfo avasallador de Andrés Manuel López Obrador y tenemos un reto grande porque podemos hacer todas las reformas constitucionales que nosotros decidamos; el pueblo nos ha dado esa herramienta. Podemos darle marcha atrás a todas las reformas neoliberales. Por supuesto que tendremos que recuperar puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, aguas, petróleo, telecomunicaciones… todo, y ponerlo al servicio de nuestro pueblo”. Luego aclaró que AMLO tiene “la idea de que se debe acumular más fuerza, de que se debe tener todavía un apoyo popular mayor”.
Finalmente, en una entrevista publicada el 20 de julio en El Universal, Porfirio Muñoz Ledo, futuro diputado federal, afirmó: “Hay dos tiempos, y lo ha dicho bien López Obrador: un tiempo de hacer las correcciones, fundamentalmente de las deformaciones en las que se ha incurrido durante los últimos 30 años, porque de las 900 reformas a la Constitución que ha habido, la tercera parte son de la época actual. Y luego habrá que entrar en un segundo momento a una revisión integral de la Constitución, cuando el gobierno se haya asentado y aumentado su consenso, probado su eficacia y su prestigio. Esto puede llevar a la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Es lo que llama Andrés Manuel la cuarta transformación”.
Todo indica, entonces, que, contrario a lo prometido en campaña, la “cuarta transformación” sí terminará en reformas constitucionales e incluso en una nueva Constitución. Algo muy gordo parece estarse cocinando.
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