López Obrador es un genio para inventar realidades alternativas. En 2006, sin ninguna prueba contundente, vendió la idea de un gran fraude para justificar la derrota de una elección que tenía ganada y que, por sus errores, perdió. Es indudable que el Presidente electo cuenta con una gran capacidad de trastocar el lenguaje para conseguir sus fines políticos.

Lo ha hecho de nuevo. Con pecho hinchado de orgullo, argumenta que la decisión de cancelar el aeropuerto de Texcoco se debió a un ejercicio de participativa donde el pueblo decidió. No. Ni lo que vimos fue una auténtica consulta popular ni la ciudadanía tuvo la última palabra. La realidad es que tomó la decisión y la justificó mandando a su partido a organizar un sondeo simulado.

No dejemos que nos mientan. El engaño es una forma de abusar del poder. Todos los políticos lo hacen de una forma u otra. Nuestra obligación, en los medios de comunicación, es desenmascarar las mentira. Que no nos vendan espejitos con choros mareadores.

En 1946, George Orwell, uno de mis autores favoritos, escribió un ensayo titulado La y la lengua inglesa. El gran liberal criticaba el deterioro de su lengua y la relacionaba con la absurda justificación que algunos hacían de los sistemas totalitarios. Para el autor de 1984, había que evitar los eufemismos en la política: “El lenguaje político […] está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas, para que el asesinato sea respetable y para dar la apariencia de solidez al viento puro. Uno no puede cambiar todo esto en un santiamén, pero puede, por lo menos, cambiar sus propios hábitos, y de tiempo en tiempo, si uno abuchea lo suficientemente fuerte, incluso puede mandar ciertas frases gastadas e inútiles […] al basurero donde pertenecen”.

Hoy abucheo a López Obrador por decir que el sondeo que organizó su partido con respecto al aeropuerto fue un ejercicio de democracia directa. Para nada. tiene —todavía— una democracia representativa. Los ciudadanos escogemos a nuestros gobernantes, quienes cuentan con las facultades legales para tomar las decisiones en nombre de la sociedad.

Sin embargo, las democracias representativas tienen mecanismos para consultar, en temas y situaciones específicas, directamente al electorado. Me refiero al referéndum, el plebiscito, la iniciativa popular y la revocación de los mandatos. Para que sean ejercicios de democracia auténtica deben estar regulados y bien organizados por la autoridad electoral. Lo ocurrido entre jueves y viernes de la semana pasada no fue eso. Los organizadores informan que votaron más de un millón de mexicanos. Se trata de un asunto de fe porque, sin controles algunos, los operadores de Morena pudieron haber llenado las urnas a su antojo las noches del jueves, viernes y sábado en la comodidad de sus hogares.

Los defensores a ultranza de esta farsa dicen que no hubo fraude porque ellos son “gente buena”. Vaya usted a creerles. Los más cautos aseguran que fue un primer buen ejercicio con grandes posibilidades de mejora.

Se trata de un mejor argumento. Hay quienes aseguran que, en todo caso, fue mejor que haber reprimido a los manifestantes de Atenco. Pues sí: siempre será mejor hacer un sondeo burlesco a que la policía viole que estaban protestando.  Creo, sin embargo, que están comparando peras con manzanas. También, hay quienes defienden lo ocurrido a una decisión cupular. Hombre, por favor hablemos con la verdad: el que decidió a favor de Santa Lucía fue el mismísimo presidente electo, así que no vengan a vendernos espejitos.

Orwell afirmaba que el desaliño del lenguaje promovía pensamientos estúpidos y una política deshonesta. La vaguedad acaba por defender valores indefendibles. El uso de eufemismos justificaba, por ejemplo, que los soviéticos asesinaran a sus opositores. Por eso, cuando se habla de política, siempre será mejor evitar las abstracciones y ser concreto.

El escritor entendía al lenguaje como la primera arma para combatir los abusos del poder. Si en la naturaleza política está engañar con eufemismos, en la naturaleza de los hombres libres está desenmascarar las mentiras. Por ahí comienza la lucha. Lucha que tendremos que seguir dando porque AMLO es un mago del discurso engañoso. La dizque “consulta popular”, organizada y manipulada por Morena, acabó siendo, según él, un gran ejercicio de democracia participativa. La decisión personalísima de cancelar
Texcoco la convirtió en un ejemplo de cómo un Presidente obedece al pueblo sabio.

Una vil manipulación del lenguaje que hay que abuchear. Como recomienda Orwell, las frases gastadas e inútiles hay que enviarlas al basurero donde pertenecen.

Twitter: @leozuckermann

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