Hubiera querido dedicar este espacio hoy a los históricos fallos de la Suprema Corte de Justicia de hace un par de días, con los cuales establece jurisprudencia para el consumo de mariguana con fines recreativos. Pero el discurso de Donald Trump de ayer sobre temas migratorios, asilo, la frontera con México, etcétera, me obligan a hablar de otra cosa. Sin embargo, no quisiera dejar de felicitar a los siguientes camaradas en esta lucha, pidiendo una disculpa por si algún nombre se me queda en el tintero: Armando Santacruz, Blanca del Valle, Juan Francisco Torres Landa, Lisa Sánchez y Aram Barra de México Unido Contra la Delincuencia, Fernando Belaunzarán, Vidal Llerenas y Rosa María, Fabián y Andrés Aguinaco, Alejandro Madrazo, y los llamados “motables”: Luisa Conesa, María Elena Morera, Fernando Gómez Mont, Juan Ramón de la Fuente, Héctor Aguilar Camín, Pedro Aspe y un servidor. Todos debemos de congratularnos y festejar.
Trump amenazó con el anuncio de un cambio radical en la política norteamericana de asilo, a raíz de lo que llamó la crisis en la frontera de Estados Unidos. En realidad, no hubo tal. Repitió las mismas mentiras, las mismas exageraciones, las mismas estupideces. Habló nuevamente de la “invasión” que constituyen las caravanas en marcha hacia Estados Unidos, de los delincuentes y hombres rudos y malos que las integran, y reiteró su amenaza de que no entrarán a Estados Unidos. En el fondo, Trump no dijo nada nuevo.
Con dos excepciones. En primer lugar, advirtió que quienes ingresen a Estados Unidos serían resguardados en unas auténticas ciudades –no quiso pronunciar el término campos o campamentos– de tiendas de campaña, ya que no hay capacidad en los centros de detención tradicionales. Afirmó que allí permanecerían los días y los años que duraran sus audiencias y procesos. Dio a entender que no podrían salir de allí mientras esto se lleva a cabo, lo cual hace suponer que los campamentos de tiendas de campaña se verán rodeados de alambre de púas y de torres de vigilancia con guardias armados. Las imágenes en la televisión norteamericana y del mundo no van a ser muy halagadoras.
En segundo término, avisó que cualquier migrante, refugiado o solicitante de asilo que tire piedras o algún otro proyectil con la intención de agredir a un integrante de las autoridades estadounidenses, civil o militar, será un blanco legítimo de una represalia armada. Es decir, que le podrán disparar. En parte, esto ya ha sucedido a lo largo de los últimos decenios, en varias tragedias intolerables, pero nunca un presidente de Estados Unidos había casi dado órdenes de disparar a civiles desarmados, por agresivos que pudieran ser. De nuevo, imágenes alarmantes.
Voceros de Trump aclararon posteriormente que firmaría una orden ejecutiva con los detalles de estos y otros cambios de política de asilo hasta la semana entrante. Después de las elecciones del martes, esto podrá o no suceder. Lo que sugiere este golpe que se cebó es que Trump no pudo construir un esquema que resistiera los embates de los abogados en los tribunales norteamericanos a propósito de cambios en la política de asilo, ni mucho menos de modificar la Enmienda #14 de la constitución que estableció el jus soli, en 1868. Pospuso todo para después o para nunca, y seguramente espera que México le siga haciendo el trabajo sucio, ahora organizando boicots de transporte público y gratuito a los marchistas de los éxodos centroamericanos, y arrestando a números crecientes de hondureños. No he visto los autobuses enviados por los diputados y senadores de Morena en Juchitán o Matías Romero listos para apoyar a las caravanas. A lo mejor están en camino.