Como ya ha dicho media comentocracia, es imposible saber a ciencia cierta si la confusión sobre la propuesta de reducción de las comisiones bancarias fue un error o una jugada táctica de intimidación a los banqueros (extranjeros, porque eso son, y porque se dejan fácilmente intimidar). Lo primero parece difícil de creer – es demasiado listo para irse por la libre– y lo segundo se antoja excesivamente peligroso: la Bolsa no es una montaña rusa. Pero como todo es especulación –en varios sentidos de la palabra: en verdad, ¿nadie en sabía ni se fue corto en las acciones bancarias?– tal vez convenga más discutir una parte del fondo del asunto, y no tanto los detalles “grillos”.

Partamos de tres premisas. Las comisiones bancarias son excesivas en y representan una proporción mayor de las ganancias de los que en otros países, incluso tratándose de los mismos bancos. Segundo: la razón estriba en las insuficientes ganancias estrictamente financieras, y la necesidad de reportar/aportar utilidades significativas a las matrices de una banca casi totalmente globalizada. Y tercero: el origen de esas ganancias insuficientes del lado del crédito bancario yace en la mediocre bancarización de la economía mexicana –menor a la mayoría de los países latinoamericanos– debida, a su vez, a un exiguo mercado interno y a los “recuerdos del porvenir”: 1982, 1994.

Por ende, procurar una reducción de dichas comisiones es a la vez una medida acertada en sí misma, y digna de ser aplaudida por las clases medias bajas: la verdadera base de la 4T. El problema es cómo lograrla. Aquí se complican las cosas, y sobre todo, volvemos al pasado. Porque al final de cuentas, la propuesta dizque pospuesta o fallida de Monreal se reduce a un control de . Aunque nunca fuera la intención de que viera la luz del día, es necesario resaltar que la opción default de la 4T fue esa: la de hace mil años, de Echeverría, de López Portillo, pero también de Nixon y Maduro, de Mitterand y Alemania. No es un tabú; se debe discutir, pero eso es.

Las comisiones bancarias representan el precio de los servicios –útiles o absurdos– que ofrecen las instituciones financieras. Pueden, en y en una economía abierta y libre, cobrar más o menos lo que quieran, aunque habría que ser muy ingenuo para no pensar que sus tasas no están “cartelizadas”. Si llegaran a pedir demasiado, alguien se iría a otra parte: cajas de ahorro, el colchón, otro banco, (los que pueden). En realidad no hay tal: las opciones son nulas. Visto así, la única manera de impedir el alza de esos precios, como el de la tortilla, el huevo, el cine o los boletos de avión (no la gasolina, proporcionada en México por el Estado) es con el control de precios. El decide que no se podrá cobrar más por un determinado servicio bancario que X, y punto. Si un determinado banco no está de acuerdo, puede cerrar, o en el caso de México, irse.

El detalle yace en que esta postura no suele funcionar, sobre todo en el mediano o largo plazo. El servicio del cual se controla el precio o bien escasea, o bien padece una merma severa de su calidad, o simplemente desaparece, porque el proveedor deja de existir. Se genera un mercado negro –en el caso bancario es complicado, pero no imposible. Viene la reacción del conjunto de los proveedores, en este caso los bancos, cuyas acciones se cotizan en bolsa, y se detona una guerra entre unos y otros: gobierno y bancos; gobierno y transportistas; gobierno y productores de leche, arroz, trigo, maíz, lo que se quiera.

Para finta, no salió mal la jugada. Pero lo interesante para los empresarios del país, que no necesariamente son lectores asiduos de Freud, es el retour du refoulé. Ya Tony Blair les dijo hace un par de días: no se dobleguen. Sobre todo, podríamos añadir ante las muestras repetidas de la reacción recurrente de la 4T, entiendan cuál es la querencia del toro (o del tigre): controles de precios, nacionalizaciones, autoritarismo, confusión e ignorancia. Ni piensen que es otro, ni caigan en la trampa del chivo del rabino. Esa se las cuento otra vez.

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