El reloj político mexicano se ha retrasado más de cuatro décadas. Estamos en 1976. El PAN atraviesa por una crisis tan o más seria que la de aquel año en que no presentó candidato presidencial. El PRI, que entonces imperaba con poder absoluto, lucha para que la «cuarta transformación» no trastoque sus siglas en RIP. En 1976, la izquierda no tenía verdadera representación parlamentaria pero sí una muy amplia en ámbitos sociales, académicos, intelectuales, sindicales y políticos, todos agraviados por los hechos del 68 y el 10 de junio del 71. Unos sectores habían optado por la guerrilla. Otros, siguiendo las sensatas opiniones de Heberto Castillo, comenzaban a considerar la formación de un partido que unificara a los grupos que sobrevivían bajo diversas siglas e ideologías. Cuarenta y dos años más tarde, López Obrador y Morena imperan sobre el país con un poder similar, y quizá superior, al que en 1976 detentaban Echeverría y el PRI. Un poder sin contrapesos.
Por aquel tiempo, en sus estudios sobre el sistema político mexicano, Daniel Cosío Villegas diagnosticó las cuatro grandes lacras que pesaban sobre la vida política nacional:
– El excesivo poder del presidente
– El predominio aplastante del partido oficial
– El peso asfixiante de la federación sobre la vida regional y local
– Las costumbres políticas mexicanas
Don Daniel dedicó decenas de artículos, además de ensayos y libros, a analizarlas. Pero, al ver que sus escritos no lograban (a pesar de su inmenso éxito) cambiar la situación, había tratado de convencer a Jesús Reyes Heroles (presidente del PRI) de abrir paso a su candidatura como senador en las elecciones que estaban en puerta. No pensaba, como en su juventud, en el Poder Ejecutivo sino en el Legislativo, que se avenía más con su espíritu crítico, deliberativo e independiente. Finalmente desistió, pero iba en serio. Ya no quería ver los toros de la política desde la barrera. Quería saltar al ruedo.
Sospecho que algo así deben hacer muchos críticos que, aun sin haberlo conocido y quizá ni siquiera leído, sienten como él la angustia de una regresión política. ¿Quiénes son ellas y ellos? Se ha puesto de moda llamarlos «comentócratas». No sé quién inventó el término. No me gusta porque es despectivo, equívoco y finalmente lesivo a la libertad de expresión. Las columnas de opinión o las páginas editoriales no son meros «comentarios» ni sus autores tienen propiamente poder. Son reflexiones públicas de personas con crédito público. Sus autores son escritores políticos, figura que el propio Cosío Villegas -con su ejemplo, con su obra- trató de alentar.
En este siglo, sobre todo a raíz de la transición a la democracia, las generaciones posteriores a la del 68 (mujeres y hombres en parecida proporción) se han dedicado al ensayismo político y el periodismo de opinión. Además de publicar en diarios y revistas impresos o en línea, tienen programas de radio y televisión. En años recientes son una presencia influyente en las redes sociales. Dan pláticas y conferencias. Por lo general no viven principalmente de esas labores, pero los ingresos que obtienen en ellas complementan sus salarios en instituciones académicas.
¿Qué van a hacer en los años siguientes? No se trata de renunciar a la vocación de dar clases, investigar o escribir, ni demeritar su importancia; pero en el momento actual de México, dada la inverosímil vuelta a la situación que describió don Daniel, algunos deben preguntarse si no es el momento de hacer política.
La decisión requiere una dosis sustancial de autocrítica. Hay quien considerará, con razón, que su vocación intelectual no debe desviarse, que es mejor apegarse al «zapatero a tus zapatos» que probar una casaca nueva e incierta. Pero es evidente que en las filas generacionales a las que me refiero (personas entre los treinta y sesenta años) hay vocaciones políticas no asumidas, frustradas, latentes. Gente de acción. Aficionados dispuestos a saltar al ruedo.
¿Dónde estaban Podemos y Ciudadanos antes de convertirse en los nuevos partidos políticos que disputan al PSOE y el PP el poder en España? Los primeros, en la academia y en la televisión. Los otros, en círculos organizados para discutir la vida pública e influir en ella. Esas agrupaciones pequeñas gestaron un relevo generacional que ha consolidado, con todos sus problemas, a la democracia en España.
Me vienen muchos nombres a la mente. Basta revisar las cuentas de Twitter. Mi generación ya no está para esas faenas. Las que siguen sí.
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