Desde sus primeras conferencias de prensa mañaneras a principios de siglo, Andrés Manuel López Obrador supo administrar con gran habilidad su relación con los reporteros de la fuente que cubrían esos eventos. No los corrompía, pero los apapachaba, les daba una mano cuando se encontraban en dificultades, los trataba con afecto y camaradería –no siempre respeto– porque entendió bien una de las características de los medios en México. El reportero de la fuente es el que nutre a los diarios, las radios y las televisoras, en sus respectivos cuarteles generales. Los editores hacen lo que pueden, pero al final del día se encuentran en manos de los reporteros de la fuente o de los boletines de prensa de los distintos generadores de noticias, casi siempre el gobierno federal, o en provincia, las autoridades estatales. Los reporteros de la fuente, incluso presidencial, son todos abnegados, con una querencia comprensible hacia la izquierda y mal pagados. Sus condiciones de trabajo son adversas, en algunos casos francamente inaceptables, por ejemplo, los que les pagan a destajo.
Hoy en día, con las conferencias mañaneras ya como Presidente, López Obrador hace lo mismo, pero se beneficia mucho más de las características intrínsecas de la fuente, que no han cambiado en estos quince años. Con grandes dificultades, dichos reporteros llegan un poco antes de las 7:00 am, a veces con recorridos de hora y media; con grandes dificultades logran leer los periódicos, incluso sus propios medios, antes de llegar y preparar sus preguntas. Aún con mayores dificultades alcanzan a entrar en comunicación con los editores de sus medios para que estos los orienten sobre qué tipo de preguntas deben formular, qué tipo de respuestas deben esperar, y qué tipo de follow up deben llevar a cabo para que López Obrador no pueda esquivar alguna interrogante.
De ahí que en muchos casos los reporteros de la fuente no puedan formular las preguntas que merecen respuesta. Para eso los reporteros de la fuente tendrían que ser periodistas bien pagados, bien formados, respetados en sus redacciones, y disponer del tiempo necesario para preparar el acontecimiento esa mañana. No es el caso.
Daré dos ejemplos muy sencillos de los últimos días. Aclaro que, como no escucho las conferencias de AMLO, sino que leo las versiones publicadas en diversos medios, es posible que las preguntas que esgrimiré a continuación hayan sido formuladas y obtuvieron una respuesta adecuada; o fueron formuladas y no hubo respuesta. No puedo afirmar categóricamente que no haya sucedido, pero tengo la impresión de que no.
Hace un par de días López Obrador, acompañado por dos o tres de sus secretarios, dio información nueva sobre el reclutamiento de la Guardia Nacional. Si no me equivoco, dijo que tendría lugar en tres etapas, la primera de las cuales sería la incorporación a la misma de la policía militar, la policía naval o de la Marina, y la Policía Federal. Sumarían –insisto, si no me equivoco– 21,000 efectivos en una primera etapa. Los medios nacionales y la clase política opositora se fueron con la finta, para variar: se centraron en si el gobierno debía o no ya estar reclutando a gente para una Guardia Nacional, cuyo estatuto constitucional aún no ha sido aprobado. Eso es lo de menos. Las preguntas necesarias eran obvias y lo han sido desde el primer día que se anunció la llamada Guardia Nacional: ¿Cuántos policías militares y navales existen en el Ejército y en la Marina? ¿Qué hacen exactamente? ¿Cuántos van a ser reubicados en la Guardia Nacional? ¿Quiénes van a suplir sus funciones, cualesquiera que hayan sido, en el Ejército y en la Marina? ¿Qué tipo de entrenamiento tiene la policía militar y naval que no tienen otros estamentos del Ejército y de la Marina?
Todas estas preguntas son sencillas y a la vez fundamentales, porque si se van a incorporar las policías militares, por ejemplo, de la Sedena a la Guardia Nacional, entonces una de dos. O bien lo que hacían antes era redundante, o era importante y no hay quien lo haga ahora; si era importante, no habrá quién lo haga y habrá que esperar a que sean formados los nuevos policías militares que cumplirán con las funciones que antes ejercían los que fueron colocados en la Policía Federal. No he visto que los reporteros de la fuente hagan estas preguntas; menos aún he visto las respuestas de López Obrador, o de Durazo, o de los secretarios de la Defensa o de la Marina. ¿Es importante? Parece que sí, ya que la Guardia Nacional en su primera etapa va a conformarse básicamente por estos contingentes.
Segunda serie de preguntas. A partir del lamentable episodio aéreo que produjo la muerte de Rafael Moreno Valle y Martha Erika Alonso, mucho se ha hablado de los distintos investigadores estadounidenses, canadienses y ahora italianos que coadyuvan en la investigación. Enhorabuena que esta cooperación internacional se dé; existe en casi todos los casos de accidentes aéreos o atentados. Pero siempre los medios internacionales, en Malasia, en Indonesia, en Francia, en Brasil, formulan más o menos las mismas preguntas, que aparentemente no han sido planteadas por los reporteros de la fuente. ¿Existían cajas negras de datos de voz y telemétricos del helicóptero? ¿Ya fueron recuperadas dichas cajas negras? ¿Ya fueron escuchadas y revisadas por los expertos mexicanos o extranjeros? ¿Fueron enviados al National Transportation Safety Board de Estados Unidos, o a la fábrica canadiense de los motores Pratt & Whitney, o a los fabricantes italianos del helicóptero? ¿Ya las revisaron cualquiera de ellos en sus respectivos países? ¿Ya tienen información sobre qué hay en esas cajas negras?
De nuevo, no me consta que no hayan sido formuladas estas preguntas, aunque creo que cualquier persona medianamente informada sabría si hubieran recibido alguna respuesta. ¿Qué pueden hacer los reporteros de la fuente para hacer correctamente esta chamba? Algo muy sencillo y a la vez muy complicado. Exigir mejores condiciones de pago y de trabajo, de tal suerte que los roten más, que tengan más recursos para prepararse y formular sus preguntas, leer los medios del día o de la noche anterior, incluso leer columnas –no como esta, que seguramente les aburre enormemente y con razón– pero hacer lo que hacen los periodistas que cubren las presidencias de todos los países del mundo: ser parte de un cuerpo colegiado y no individuos aislados, ser las estrellas de su medio y no los pares de las demás fuentes y, sobre todo, tener la preparación necesaria para llevar a cabo una labor absolutamente indispensable en cualquier democracia.