Cuidado con Pemex. Es uno de los tantos eslabones débiles del gobierno. López Obrador recibió una bomba a punto de explotar. Si estalla, puede generar ondas expansivas que pondrían en peligro la calificación de la deuda soberana de México, con todo lo que eso implica para las finanzas públicas del país. Este es un problema muy serio que urge resolver.
Ayer, la agencia calificadora Fitch bajó la calificación de la deuda de Pemex. No sólo la disminuyeron dos escalones (de BBB+ a BBB-), sino que determinaron una perspectiva “negativa”. Esto significa que muy pronto la podrían bajar de nuevo. Sería un desastre porque, con la calificación actual, está a un escalón de perder el grado de inversión. De ocurrir esto, los bonos de Pemex se convertirían en chatarra obligando a todos los fondos de inversión con el mandato de mantener un portafolio con bonos de grado de inversión a vender de inmediato los papeles de la petrolera mexicana.
Los mercados ya estaban adelantando la grave situación de Pemex. El precio de sus bonos había caído, lo cual significaba un incremento en el rendimiento que pagan. La calificadora Fitch ahora está certificando la preocupación de los inversionistas sobre la viabilidad financiera de Pemex. Al bajar su calificación, la petrolera tendrá que pagar más intereses al colocar nueva deuda. Tan sólo este año, se calcula que Pemex tendrá que contratar cinco mil 400 millones de dólares de nuevo endeudamiento.
El desastre de Pemex no comenzó con el gobierno de López Obrador. El Presidente recibió una empresa que las administraciones anteriores exprimieron hasta el hartazgo. Pero eso, ni modo, es lo que recibieron. Ahora están obligados a limpiar el desastre heredado. De lo contrario, no sólo peligra Pemex, sino las finanzas públicas del país. Hay que recordar que la deuda de la petrolera se considera como semisoberana porque está respaldada por el Estado. Lo dice muy claro la nota de ayer de Fitch: si no se arregla el problema financiero de Pemex, se corre el riesgo de que el gobierno tenga problemas para colocar deuda soberana a tasas razonables que, hoy, de por sí, ya están altas.
Ante una noticia como la de ayer, cualquier empresa seria hubiera convocado a su consejo de administración. Los consejeros le solicitarían a los directivos un plan de emergencia para evitar caer en la calificación de “bonos chatarra”. Pero he ahí el problema. Tengo la impresión de que la nueva administración de Pemex no entiende la gravedad del problema. Muchos de sus nuevos ejecutivos, incluyendo a su director general,
Octavio Romero, no saben nada del mercado petrolero ni conocen las entrañas del monstruo que les dieron a gestionar.
Ante la crisis, están pasmados e improvisando. No hay sentido de prioridad. Se lanzaron a una guerra en contra del robo de combustibles en un momento donde la demanda era la más alta del año con diez de las 75 terminales de almacenamiento vacías. Generaron, así, un desabasto que todavía persiste en ciertas regiones. Las refinerías están teniendo problemas de producción. La de Salamanca está, de plano, parada. Andan comprando pipas para sustituir la distribución por ductos que sale 14 veces más barata.
Y quieren construir una nueva refinería en Tabasco (un negocio que bien administrado deja centavos) cuando deberían invertir los recursos escasos en la exploración y explotación de crudo (un negocio que deja grandes ganancias, incluso mal administrado). Todo eso lo ven los inversionistas y las calificadoras. Claramente están diciendo: “bueno, si sigues así, pues tendrás que pagarnos más rendimientos por invertir nuestro dinero en tu empresa”.
La nota de Fitch es muy clara. Si Pemex quiere recuperar su calificación de la deuda, debe presentar un plan de negocios para que la empresa produzca flujo de efectivo positivo, a la par de implementar un gasto de capital suficiente y sostenible para reemplazar el 100% de las reservas petroleras y estabilizar la producción de crudo.
No sólo eso. El gobierno tendría que respaldar más del 75% de la deuda de Pemex o capitalizar a la empresa. Estamos frente a un posible rescate financiero por parte del Estado: una especie de Pemexproa. Pero dicho rescate no va a funcionar si la empresa carece de una estrategia que le permita salir adelante.
El gobierno de AMLO debe evitar que el desastre en Pemex contamine las finanzas públicas del país. Hoy, más que nunca, la petrolera requiere profesionales que sepan desactivar la bomba que heredaron. Los amateurs actuales no están a la altura del reto. En poco tiempo, así lo han demostrado. El Presidente debe entenderlo y actuar en consecuencia.
Twitter: @leozuckermann