Cualquiera de estos días se aprobarán, por lo menos en la Cámara de Diputados, dos reformas constitucionales importantes: la revocación de mandato y la consulta popular. Una me parece lamentable; la otra, necesaria y deseable.
Primero la consulta. Las reformas que se hicieron en el sexenio pasado, como es bien sabido, no sirvieron de nada. La cantidad de condiciones que, sobre todo los priistas, les impusieron a las consultas hizo que para todos fines prácticos la reforma fuera nonata. He sido partidario de la opción más amplia de consulta popular o referéndum, que me parece un término más preciso, sobre temas constitucionales o de legislación secundaria. Lo único que debe excluirse de cualquier tipo de consulta popular o referéndum son asuntos de derechos humanos, porque no debe existir siquiera la más remota posibilidad de cualquier retroceso, en cualquier país, al respecto.
Temas constitucionales y de reforma constitucional, por supuesto que sí; los ha habido en muchos países. Temas fiscales los ha habido también y hacen sentido. Temas delicados como el aborto en Irlanda, también porque, aunque es el tipo de asunto en el que se puede avanzar más fácilmente en el Poder Legislativo –como en la mayoría de los países europeos– o Judicial –como en Estados Unidos–, si alguien quiere llevar el tema del aborto a un referéndum debe poder hacerlo. Por lo tanto, estoy a favor de esta primera reforma constitucional del sistema político que plantea López Obrador.
Estoy en contra de la revocación de mandato. Al día de hoy, sólo tres países en América Latina lo han aprobado: Venezuela, Bolivia y Ecuador. Sólo se ha utilizado en un país: en Venezuela, en 2004. Hugo Chávez, afectado por el intento de golpe fallido de 2002 y la huelga de PDVSA de principios de 2003, sintió la necesidad de buscar una ratificación de su popularidad y legitimidad, y para eso utilizó la figura. No suele existir en la mayoría de los países europeos, salvo bajo la figura de una elección parlamentaria anticipada, en aquellos países donde existe un régimen parlamentario. En Estados Unidos existe, a nivel estatal, y no en todos los estados. El más importante y donde se ha utilizado poco, ha sido California.
Es obvio que López Obrador busca la revocación de mandato vía esta reforma constitucional para estar en la boleta de 2021 y conservar su mayoría constitucional en la Cámara de Diputados, recordando que ese año no hay elección para el Senado. Cree, con algo de razón, que si él figura en la boleta le va a ser más fácil lograr las dos terceras partes de los escaños en la Cámara de Diputados. La oposición en la Cámara, y probablemente en el Senado, va a aceptar la revocación de mandato a condición de que la votación no tenga lugar el mismo día de las elecciones legislativas. Tal vez López Obrador y Morena acepten esta exigencia menor de la oposición, pero en ese caso lo que harán será insistir en que primero se den los comicios de revocación de mandato y sólo después las legislativas.
Dos reflexiones finales sobre la revocación. En primer lugar, en muchos países la consulta popular o referéndum se utiliza de facto como una revocación o ratificación de mandato. El rey de esta maniobra fue el general De Gaulle en Francia, que en varias ocasiones llamó a un referéndum sobre algún tipo de reforma, y luego puso su propio puesto en juego, advirtiéndole a la ciudadanía que si no aceptaban su propuesta de reforma él renunciaría. Ganó algunas veces, pero perdió memorablemente en 1969, cuando colocó su presidencia de facto en la boleta, al anunciarle al pueblo francés que si perdía se iría a Colombey-les-Deux-Églises. El pueblo francés le dijo adiós. Esto sucede en otros países y de hecho López Obrador lo podría hacer en México con la pura consulta.
Segunda reflexión. No siempre salen las cosas como se desean. Además de preguntarle a De Gaulle se le podría preguntar a Pinochet, que finalmente se sometió a un referéndum en 1988 y perdió. Hoy en día parecería fácil para López Obrador lograr su ratificación o evitar la revocación de mandato en 2021. Pero conviene recordar que, además de lo imprevisible, cualquier votación de este tipo, forzosamente binaria, polariza a la sociedad pero unifica a la oposición. No tienen que ponerse de acuerdo PRI, PAN, PRD, MC y demás opositores posibles al gobierno de AMLO más que en el no. No estoy tan seguro que sea una jugada tan inteligente de AMLO, pero es cierto, él gana elecciones y yo no.