Los dos tuits de antier de Donald Trump sobre la migración centroamericana y lo que él llama la falta de cooperación mexicana al respecto, vuelven explícito el mensaje que trajo Jared Kushner a México la semana pasada. Los números, en efecto, son abrumadores, como lo reconoció la propia secretaria de Gobernación en una brusca y entrecortada entrevista, ayer al volver de Miami de su reunión con las autoridades norteamericanas.
Como señalamos aquí hace unos días, todo sugiere que durante el mes de marzo habrán sido detenidos al norte de nuestra frontera con Estados Unidos unos 100 mil migrantes sin papeles, prácticamente todos solicitando asilo, la gran mayoría centroamericanos, y para los cuales simplemente Estados Unidos no tiene la capacidad de detención. Por lo tanto, entran, se entregan, solicitan asilo, y los sueltan. ¿Por qué? Ya lo explicamos, pero insisto: porque hoy pueden entrar y porque temen, con algo de razón, que más adelante ya no puedan.
Trump, a través de sus tuits, de Kushner, y de la secretaria de Seguridad Interna norteamericana, le han enviado una señal con toda claridad a López Obrador. Tiene que hacer algo para detener el flujo. Si no lo hace, no será aprobado el nuevo Tratado de Libre Comercio, no sólo porque Trump quiera castigarlo; no sólo porque algunos demócratas y muchos republicanos se opongan; sino sobre todo, porque junto con la reculada del gobierno de México en materia del acuerdo laboral incluido en el tratado y firmado por Marcelo Ebrard, Graciela Chávez y Jesús Seade, será impresentable ante el Congreso.
La entrevista descuidada de Olga Sánchez Cordero da a entender que los norteamericanos pidieron, y México aceptó, una vieja idea. Se trata del sellamiento del Istmo de Tehuantepec, la cintura estrecha, evocando a Pablo Neruda, de México en relación a Centroamérica. Digo vieja idea porque por lo menos a mí me consta que existe desde el año 2003, cuando el entonces director del CISEN, Eduardo Medina Mora, la propuso y a muchos dentro –o en mi caso ya fuera– del gabinete del presidente Fox nos pareció una buena idea. Incluso, en un libro que publicamos Héctor Aguilar Camín y yo en 2010 nos referimos explícitamente a esa medida: sellar el Istmo de Tehuantepec.
No es ni una idiotez, ni necesariamente algo indigno. Todo el asunto radica en qué pedimos a cambio a Estados Unidos, en la eficacia de dicho sellamiento, y en las consecuencias para el resto del país. Nunca he podido obtener una respuesta clara de la gente de Peña Nieto, con quienes he hablado del asunto, sobre su decisión de poner en práctica el Plan de la Frontera Sur, en 2014, a solicitud del entonces presidente Obama, en cuanto a qué pedíamos a cambio. Siempre dije que tuve la impresión de que no pedimos nada a cambio. Ninguno de mis amigos del gobierno de Peña me ha podido dar una respuesta al respecto.
Si lo que exige Trump para que se apruebe el tratado es el sellamiento del Istmo de Tehuantepec, el gobierno de México debe formularse, por lo menos, las siguientes preguntas. En primer lugar, ¿qué nos van a dar los norteamericanos a cambio? Además de la aprobación del tratado que, se supone, les conviene tanto a ellos como a nosotros, y por lo tanto no puede ser una concesión estadounidense a México. Segundo, ¿tenemos la capacidad de trasladar al Istmo el número suficiente de efectivos de la Policía Federal, el Ejército, y la Marina, para efectivamente sellar los 200 km. en cuestión? O, si lo hacemos, ¿sucederá lo que algunos piensan que aconteció en 2014, a saber, que al jalar la cobija en exceso de un lado, se descubrió otro flanco: el resto del país donde se incrementó enormemente la violencia a partir de ese año? Y, en tercer lugar, ¿tenemos la capacidad para ser eficaces? Es decir, ¿podemos efectivamente sellar el Istmo sin incrementar la corrupción, las violaciones a los derechos humanos, el tráfico de personas, las violaciones y un desastre humanitario al sur del Istmo?
Yo no tengo respuesta a estas preguntas, pero si no las tiene el gobierno, mejor que las vaya consiguiendo.