Hace tres semanas y quinientos años después de la llegada de Hernán Cortés a Veracruz, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, envió una carta al rey de España. En ella, exigía una disculpa por los abusos infligidos a los pueblos indígenas de México por parte de España, por lo que ahora se conoce como “violaciones a los derechos humanos”.
La semana pasada, el primer ministro de Bélgica se disculpó en el parlamento por el secuestro, la deportación y la adopción forzada de miles de niños nacidos de parejas mestizas en sus antiguas colonias africanas.
Las disculpas nacionales por abusos, crímenes y actitudes motivadas por el odio no son nuevas. El gobierno de Konrad Adenauer en Alemania Occidental pagó miles de millones de dólares en indemnizaciones al Estado de Israel y el pueblo judío por los crímenes del nazismo. El expresidente de Francia Jacques Chirac se disculpó por la deportación de miles de judíos a campos de exterminio nazis.
El debate sobre el pago de indemnizaciones en Estados Unidos no ha terminado. Cada año, mientras ocupó el cargo —de 1989 hasta su renuncia en 2017—, el congresista John Conyers presentó ante la Cámara de Representantes un proyecto de ley conocido como H. R. 40. En este proyecto se pedía, entre otras cosas, un estudio formal del impacto de la esclavitud en los afroamericanos de hoy y que se desarrollara una propuesta de indemnizaciones. La representante Sheila Jackson Lee volvió a presentar el proyecto de ley este año. Más recientemente, varios contendientes a la candidatura presidencial del Partido Demócrata, en particular Elizabeth Warren, han manifestado su apoyo a que se indemnice a los descendientes de los hombres y mujeres que fueron esclavizados.
Todo esto nos dice que el pasado nunca se queda en el pasado y que, sin importar qué tan anacrónicas puedan sonar algunas demandas, los reclamos históricos abundan.
Los últimos cinco siglos de historia mundial han incluido conquistas, saqueos, tortura, genocidios, esclavitud, ocupación y cosas peores. La tendencia a exigir disculpas y la reparación de los daños, en general, es algo bueno. Reconoce la historia mientras que señala un camino a seguir, ya sea consolidar una identidad nacional en México, disculparse por los atroces abusos de la época colonial en África o abordar la desigualdad entre negros y blancos en Estados Unidos.
El debate sobre la Conquista española y portuguesa de lo que ahora se conoce como América Latina adoptó un nuevo significado después de 1992, cuando los antiguos poderes coloniales y las antiguas colonias se reunieron para repasar y debatir la llegada de Colón al Nuevo Mundo.
El caso mexicano es particularmente complejo. Varias encuestas mostraron que los mexicanos no estuvieron de acuerdo con el llamado de López Obrador a que se emita una disculpa o incluso sobre la pertinencia del asunto. Los historiadores también presentaron varios argumentos contra la postura del presidente mexicano.
En primer lugar, los historiadores declararon que la caída de Tenochtitlán, la capital azteca, se debió, en la misma medida, al esfuerzo de los españoles y al apoyo de los aliados que Cortés tenía entre otros pueblos indígenas. Luego, recordaron que los aztecas no eran santos: practicaban canibalismo y sacrificios humanos, iniciaban guerras para subyugar a otros pueblos y reprimían de manera violenta a sus enemigos. Por último, y lo más importante, hicieron notar que la postura de los mexicanos en relación con su propia identidad nacional siempre ha sido ambivalente.
En las últimas décadas, los libros de texto de las escuelas primarias han insinuado que los habitantes del México de hoy son descendientes de los pueblos indígenas y no de los españoles. La narrativa oficial vigente durante más de un siglo en México ha sido que es el país mestizo por excelencia, como lo proclaman la placa del Museo Nacional de Antropología y la Plaza de Tlatelolco, donde ocurrió la derrota final de los aztecas: “No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.
No podría haber “mestizaje” sin que ambas civilizaciones —los españoles y los pueblos originarios— hubieran participado. Sin importar lo violento que su encuentro haya sido y sin dejar de reconocer la naturaleza brutal de la Conquista, los mexicanos parecen preferir dejar el asunto en paz. Aunque el racismo contra las minorías indígenas en México es innegable y la diminuta minoría de origen europeo del país recurre con frecuencia a actitudes racistas hacia los mestizos, una inmensa mayoría del pueblo mexicano es mestiza. Existe una larga lista de problemas que se deben solucionar en México, pero la discriminación de los mestizos hacia los mestizos no es uno de ellos.
López Obrador dijo en su carta al rey Felipe VI que no estaba solicitando indemnizaciones; la Conquista no se puede indemnizar. La disculpa que exigió fue rechazada de inmediato por el gobierno de España, y es muy probable que todo el asunto quede en el olvido. Casi con seguridad, la estrategia del presidente mexicano fue demagógica en su propósito y motivación, un intento de invocar el sentimiento antiespañol que cree que existe en México, aunque las encuestas sugieren lo contrario.
México no necesita una disculpa porque no hay ningún conflicto con España en la actualidad. Sin embargo, más allá del intento del populista mexicano y de los debates en Estados Unidos, Europa y Canadá, hay una conversación pendiente. Hay desafíos para otros pueblos y grupos que, para que puedan ser atendidos, requieren resarcimiento o perdón. En ocasiones puede hacer una enorme diferencia, como en el caso de los afroamericanos, la raza y la esclavitud en Estados Unidos. En otras, puede desentrañar preguntas complicadas de identidad nacional y victimización, como en México. A fin de cuentas, los desagravios solo llegan a ser pertinentes en algunos casos, pero la historia siempre es relevante.