Los migrantes centroamericanos constituyen uno de los asuntos que provocan el menor interés en los medios y las redes hoy en México. Cada vez que escribo sobre ello, llego a menos lectores que los pocos que acostumbro con otros temas. Lo mismo sucede con la radio o la televisión. Es hasta cierto punto lógico: los hondureños carecen de base social o de apoyos de élite en este país. Quienes podrían ocuparse de ellos –la iglesia, la comentocracia, la oposición– les tienen pavor porque la sociedad mexicana no los quiere. La izquierda, que en un país normal sería quien asumiera su causa y levantara la bandera de la solidaridad y buen trato, no lo puede hacer en el país de la 4T. Su jefe ha decidido que no es pertinente, porque Trump no lo permite, y por lo tanto hay que esquivarlo a como dé lugar.
Entonces, a sabiendas que sirve de muy poco abordar esta tragedia, lo seguiré haciendo, aunque sólo fuera porque casi nadie lo hace. Este silencio o esta indiferencia, por cierto, es lo que permite que el gobierno haga y diga las barbaridades que hemos atestiguado en los últimos meses. Pero incluso para el cinismo de Ebrard y la simpleza de Sánchez Cordero, están alcanzando niveles insospechados.
Las imágenes que ayer recorrieron las pantallas y las planas de los diarios en México y Estados Unidos hablan por sí mismas; Excélsior, en su desfachatez, cabecea: “Ahora sí detienen a centroamericanos”. Niños y mujeres, primero engañados por la Policía Federal y los ignominiosos, corruptos e ineptos agentes del INAMI (según el propio López Obrador), aconsejándoles que descansen un momento, separándolos así del grueso de la caravana antes de llegar a Pijijiapan, luego son introducidos por la fuerza a camionetas y autobuses que los llevaran de vuelta a Tapachula o a otros albergues. A ver si el niño del video jalado por un lado por su madre y por el otro por una porquería de persona del INAMI, no aparece deportado a San Pedro Sula en unos días.
El pobre director del INAMI, una persona decente, se lamenta que afectara a niños, como si no los hubieran visto miles de televidentes y lectores de periódicos a lo largo de los últimos meses. Según Reforma, “Tonatiuh Guillén, comisionado del INAMI, informó que la detención de 371 migrantes en Pijijiapan se realizó como parte de un operativo, y lamentó que entre ellos hubiera niños”. Explicó que hubo una operación de control migratorio que se hace todos los días en las fronteras sur y norte. “Hubo, no por todos, pero sí por un grupo de estas personas, agresión y hubo piedras y algunas cosas más, por eso se pidió apoyo a más personas del instituto y de la PF. Lamento muchísimo que hayan estado muchos niños”. Pero agregó, en pleno Trumpspeak, que “la decisión de movilizar a niños es una decisión que se construye en Honduras, y desde Honduras debiera tener una actitud de mayor protección (sic)”. En verdad, ¿hay hueso que valga tanta ignominia?
López Obrador se comprometió con Trump a detener el flujo de centroamericanos, o en la frontera sur, o en la frontera norte. En el sur, ya ahora, además de restringir la entrada y el tránsito, se les reprime y deporta. Parece que la promesa de no reprimir sólo vale para mexicanos, y ya veremos. En el norte, se acepta la devolución de solicitantes de asilo, se impide el acercamiento de los mismos a la línea y se les obstruye el contacto con sus abogados, cuando los tienen. La pobre Olga no pudo siquiera dar el número de hondureños devueltos, aduciendo un galimatías maravilloso sobre “la suspensión de la suspensión por un juez”. Pueden alcanzar pronto los dos mil, muchos de los cuales esperarán varios meses del lado mexicano de la frontera con Estados Unidos.
Toda esta sumisión vergonzosa la efectuó AMLO para lograr el apoyo de Trump a favor de la aprobación del T-MEC por los Demócratas en la Cámara baja del Congreso norteamericano. Salinas de Gortari, su mentor en estos menesteres, realizó concesiones excesivas, con los mismos propósitos, en 1993. Pero en primer lugar, a diferencia de lo que le puede suceder a López Obrador, logró su cometido. Y en segundo término, nunca llegó a estos extremos: golpear a niños hondureños a cambio de votos en el Congreso de EU. AMLO: un Salinas de petate.