lanzó finalmente su discurso del Cuatro de Julio, algo que no ha hecho ningún presidente estadounidense desde hacía 68 años, con un desfile militar, algo que no conocía la capital estadounidense desde hacía 28 años. Quienes temían que el jefe del Estado y del de  emitiera un mensaje partidista de cara a su reelección el año que viene se equivocaron.

El mensaje de Trump fue una celebración de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, aunque el tono de gran parte de la audiencia, con gorras y camisetas que decían ‘Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez’ – el eslogan electoral del presidente en 2016 – y con el ‘trumpmobile’ – un aparatoso vehículo que circula en ocasiones por Washington con la leyenda ‘Construid el Muro’ – le dio a todo un carácter tan institucional e imparcial como un mitin de campaña. Pero Trump se situó por encima de la y rememorar la de EEUU. Eso sí, con algunos gazapos históricos memorables.

El presidente, por ejemplo, explicó cómo en 1775, los rebeldes que luchaban por la independencia de las trece colonias de Gran Bretaña «manejaron el aire, destruyeron los parapetos,tomaron los aeropuertos». Gloriosas hazañas militares ésas, máxime teniendo en cuenta que el primer avión de la Historia no se construyó hasta 1903, y el primer aeropuerto – en realidad, un prado para que aterrizaran y despegaran aviones – hasta 1909, o sea, 128 y 134 años más tarde, respectivamente.

Pero a esas alturas la retórica de Trump ya iba sin frenos, y el presidente se explayó en relatar cómo los rebeldes estadounidenses dirigidos por George Washington se impusieron a los soldados británicos en la batalla de Fort McHenry que, en efecto, ganaron los primeros. Solo que esa batalla no se produjo durante la Guerra de Independencia, sino tres décadas y media más tarde, en 1814, en la Guerra Anglo-Estadounidense.

Al margen de esas pequeñas exhibiciones de hechos alternativos – por utilizar la expresión de la asesora de Trump Kellyanne Conway – aplicados a la Historia, el presidente se ciñó en general a un guión institucional. No faltaron frases que en realidad siempre dice en sus mítines – «Estados Unidos nunca ha sido tan fuerte como ahora» -, pero, desprovistas de contexto, éstas no sonaron tan partidistas. Tampoco estuvo ausente la promesa de todo presidente estadounidense devolver a la Luna e ir a Marte. Trump, que eludió ir a Vietnam arguyendo que tenía una espuela en un pie, instó a los estadounidenses a que no sigan su ejemplo ni el de su padre ni sus hijos y se alisten en las Fuerzas Armadas. «Ahora es el momento de hacerse militar y hacer una gran declaración en la vida», dijo.

Trump, la primera dama, Melania, y los miembros del gabinete y altos mandos militares que participaron en el evento estuvieron secos. El presidente leyó su discurso tras un cristal, mientras que sobre Washington se alternaban rachas de lluvia torrencial tropical y de orbayo más discreto que dejaron a los asistentes calados. Unos asistentes entre los que había decenas de miles de seguidores del presidente, pero, también, decenas de miles de personas que estaban practicando una tradición muy estadounidense: ir al Mall el Cuatro de Julio a tomar un picnic y ver los fuegos artificiales. Unos fuegos artificiales que, según la cadena de televisión ABC han sido donados este año por dos que, a cambio de su patriótica generosidad, han conseguido que la Casa Blanca no imponga a la importación de esos productos de .

Tras la mampara de cristal sobre cuya superficie chorreaba el agua, la cara de Trump no se veía bien ni en la televisión ni en los monitores de video colocados en el Mall. Súmese a ello la pésima megafonía, y el evento resultó ser algo anticlimático, pese a la masiva presencia de seguidores del presidente.

Y, por supuesto, no faltaron las exhibiciones de una tradición muy estadounidense: la del ejercicio de la libertad de expresión. Había gente para todos los gustos. Cristianos evangélicos. Miembros de la Iglesia de la Cienciología. Y hasta un par de musulmanes reclamando la conversión a la fe de Alá, algo que no es una propuesta particularmente popular entre los seguidores del presidente, a pesar de lo cual casi nadie les dijo nada.

Todos unidos y empapados bajo una lluvia ocasionalmente surcada por aviones de combate. El bombardero ‘invisible’ al radar B-2 (precio por unidad: 2.100 millones de dólares, o 1.860 millones de euros) escoltado por dos cazas F-15 concitó aplausos entre los seguidores del presidente, igual que el Boeing 747 Jumbo en el que viaja el presidente. También fueron aclamados los helicópteros Apache, que volaron despacio y a baja altitud, y los seis F/A-18 del escuadrón de acrobacias Blue Wings, que hicieron una exhibición aérea. Otros aviones, como los F-15 o el V-22 Osprey no desataron tantas pasiones aunque, en general, la multitud estuvo más bien tranquila. En realidad, todo el evento tuvo un toque algo extraño, con el presidente deteniendo su discurso ocasionalmente para que pasaran los aviones y con buena parte de la gente indiferente.

También hubo, claro está, protestas. Las autoridades no dejaron a los activistas de Code Pink hacer volar el muñeco inflable del Bebé Trump que se hizo famoso en Londres, y, encima, les obligaron a ponerlo, a ras de tierra, muy lejos de la tribuna en la que el presiente hablaba tras su cristal. Frente a la Casa Blanca, muy lejos del lugar del discurso, hubo incidentes violentos entre el grupo de ultraizquierda Partido Revolucionario Comunista de Estados Unidos, que quemó una bandera estadounidense, y el neofascista Proud Boys.

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