Hace unos años volando de regreso de un congreso de vuelta a El Paso, en uno de esos aviones chicos, un padre platicaba orgulloso que volvía con su hijo que no alcanzaba los 13 años, de llevarlo a matar a su primer animal. El infante que estaba muy lejos de tener un permiso para manejar, tomar cerveza o votar, ya había cobrado su primera victima, ya le habían empezado a dar a probar el sabor de la sangre instalándoselo en el cerebro y tenía las manos manchadas.
El hábito de matar es una cuestión cultural y por supuesto de salud mental. ¿Quién en su sano juicio lleva a matar a un menor de edad? ¿Quién en su sano juicio mata como deporte? Tal vez alguna psicóloga tenga la respuesta.
EL caso es que los estadounidenses llevan muy adentro el concepto de matar y se arman como si mañana los fueran a “invadir”. Wikipedia asienta que “La encuesta de pequeñas armas estableció que los civiles en Estados Unidos tienen 393 millones (casi 46 %) de las armas en manos de civiles en el mundo. Esto resulta en «120.5 armas por cada 100 residentes.” De éstas más de 392 millones carecen de registro. De ahí que tenga mucho sentido la exigencia de establecer el registro de armas y las revisiones de antecedentes universales para evitar que los sedientos de odio se hagan de ellas.
Muchas de esas armas llegan/engrosan el mercado de segunda mano, el mercado negro y encuentran el camino a la exportación ilegal.
En una ocasión fui a un polígono de tiro en Austin y a la mano se encontraba cualquier tipo de armamento fácilmente adquirible. Walmart o Academy en Texas ofrecen armas de alto poder que se pueden adquirir mostrando la licencia de manejar, sin la menor revisión, no es de extrañar que cualquier extremista pueda hacerse de un arma de alto poder y suficientes municiones y descargarlas contra algún grupo que aprendió a odiar.
En Bowling for Columbine, Michael Moore aborda la pregunta sobre el nivel de violencia con armas de fuego en Estados Unidos. Según él los canadienses tienen más armas per cápita y no tienen el nivel de asesinato con armas de fuego que los estadounidenses. La respuesta parece estar en el problema social y político de gran envergadura que vive ese país.
Hasta Julio de 2019 se habían registrado 248 tiroteos masivos en conciertos de música, iglesias, escuelas, tiendas, nadie está a salvo. Hay un fuerte componente racista en los tiroteos que muestra el ascenso de los supremacistas blancos que han adquirido poder pensando que tienen carta blanca para salir a asesinar. En un mitin un asistente le gritó a Trump que había que matar a los inmigrantes y este dijo que solamente en el “Panhandle” se permite eso, no era broma.
El componente político es más grave. La industria de las armas y su asociación la National Rifle Association (NRA) invierten una fortuna en la compra de legisladores. En 2018 contribuyó $873,071, en cabildeo gastó $5,076,000 e invirtió $9,551,320 para influir en elecciones. Agréguese que según opensecrets.org la industria gasta $29,880,004 en cabildear sobre la defensa, esto incluye armadoras de aviones y elaboradores de armas. El reparto de dinero llega a políticos de todos los colores, de tal manera que se aseguren que las conciencias limpias carezcan de influencia por ser una rotunda minoría.
Con esas cantidades ingentes de dinero logran mantener una narrativa legaloide que obstruye la desaparición de las armas en manos civiles. Tal vez esto explique porque se maneja socialmente la necesidad/obligación de mantener la segunda enmienda constitucional sobre la que se escudan los que promueven el armamento social, se aferran a un pasado inexistente para satisfacer el apetito de riqueza de un grupo de fabricantes. Los políticos se acercan tímidos al tema del control de armas dejando en claro que no tocan el sacrosanto principio de mantener las armas.
El discurso presidencial es un componente indudable del poder que han adquirido las fuerzas de ultra derecha que creen que matando “limpian” el escenario demográfico. Hasta ahora Trump ha tolerado las expresiones neonazis y de supremacistas blancos, se ha negado a reconocer el problema con gente cuya ideología los lleva a matar y que tienen muchas armas a su disposición. Insiste en que se trata de un problema de salud mental y que el problema está en quién tira del gatillo, no en el arma.
Es fundamental sacudir al sistema estadounidense para acotar los términos del debate, especialmente por su dimensión mundial. Las armas matan, se comercian sin escrúpulos, y son doblemente letales en manos de los grupos de odio, presentes en los cincuenta estados en Estados Unidos y que crecen en el mundo.
El mundo requiere dejar de producir armas y mientras eso sucede, requerimos sacarlas del mercado civil, aunque griten los que abogan por mantener el asesinato de animales como deporte.