Esto me recuerda lo del arma de Antón Chéjov. Decía el escritor ruso que si en el primer acto de una obra aparece una pistola, en un siguiente capítulo alguien tiene que dispararla. Pues eso: si en un país hay un Presidente que se la pasa denostando a los mexicanos, algún loquito, que se cree estas infamias, inevitablemente va a ir a matarlos. Máxime en un país donde los trastornados pueden comprar, sin ningún problema, armas de alto calibre.
Patrick Crusius, de 21 años de edad, es el culpable de la masacre de El Paso, Texas, este fin de semana. Asesinó, con alevosía y ventaja, a 22 personas e hirió a 24. Ocho de los muertos son mexicanos. Y ése era su objetivo. Viajó más de mil kilómetros desde su hogar, en Dallas, hasta la ciudad fronteriza para “matar tantos mexicanos como fuera posible”. Así lo confesó a las autoridades tras su detención.
Con toda razón, las autoridades estadunidenses lo van a acusar de terrorismo doméstico. Terrorismo en contra de mexicanos. Pero, detrás de este cobarde, están los ideólogos que los empoderan. Los que les inyectan de odio a partir de un discurso falaz. En este caso, los supremacistas blancos. Nazis que quieren desaparecer a los negros, hispanos, asiáticos, judíos y musulmanes que, según ellos, no caben en el proyecto de un Estados Unidos de raza blanca y religión cristiana. Organizaciones de extrema derecha, como el Ku Klux Klan (KKK), que utilizan la violencia como método político para “purificar” racial y religiosamente a su país.
Históricamente, siempre han existido estos grupos desde la fundación de Estados Unidos. Pero, hasta 2008, venían en franca y saludable decadencia. Eran pocos y operaban desde las catacumbas de internet. Sin embargo, volvieron por sus fueros cuando ese país eligió, por primera vez en su historia, a un hombre de raza negra como su Presidente. Muchos blancos comenzaron a radicalizarse con este acto que percibieron como una verdadera afrenta a su raza. Una cosa era tolerar a las minorías, otra muy distinta que uno de ellos los liderara.
En ese ambiente racista empezó a destacar Trump como político. Durante la presidencia de Barack Obama se convirtió en el principal portavoz de los que cuestionaban la nacionalidad del presidente. Afirmaban que no había nacido en territorio estadunidense y coqueteaban con la idea de que, en realidad, era musulmán y no cristiano.
Trump se hizo popular entre muchos blancos a los que les disgustaba Obama por su color de piel. Desde esa plataforma se lanzó como candidato presidencial. Y comenzó a denostar a los mexicanos. En su famoso discurso de lanzamiento dijo: “Cuando México envía a su gente, no están enviando lo mejor de sí […] Están enviando a personas que tienen muchos problemas, y nos están trayendo esos problemas a nosotros. Están trayendo drogas. Están trayendo el crimen. Son violadores”.
El discurso racista y xenófobo de Trump ha empoderado a los supremacistas blancos. Hoy ya no están en las catacumbas, sino muy presentes en la arena pública. Se pavonean y siembran la semilla del odio en contra de los que no son blancos cristianos. Uno de sus grupos favoritos son los mexicanos: morenos, católicos e hispanoparlantes. El Presidente, por su parte, coquetea con ellos. Les guiña el ojo cuando, en actos públicos, algunos gritan que hay que matarlos.
Al igual que Trump, los supremacistas blancos piensan que los hispanos, en particular los mexicanos, están invadiendo su país. Mientras Crusius rociaba de balas el Walmart de El Paso, un manifiesto de su autoría aparecía en internet (está por verificarse que él lo haya escrito y publicado). El joven de 21 años estaba preocupado, oh, sorpresa, por la “invasión hispana de Texas” que estaba llevando a los blancos a convertirse en una minoría. “Si podemos deshacernos de suficientes, entonces nuestra forma de vida puede ser más sustentable”, concluía. Luego entonces, procedía a asesinarlos.
Regreso a mi punto de partida. Si, en un primer acto, Trump denuesta a los mexicanos, en un capítulo posterior, Crusius viaja mil kilómetros a matar la mayor cantidad posible de éstos. Gente inocente que acaban siendo víctimas de cobardes terroristas insuflados por ideólogos del odio.
Ideólogos como Trump que, con preceptos falsos, han desarrollado su carrera política. Ayer, el presidente de Estados Unidos dijo: “Con una sola voz, nuestra nación debe condenar el racismo, la intolerancia y la supremacía blanca. Estas siniestras ideologías deben ser derrotadas”. Como buen político, tira la piedra y esconde la mano. Un hipócrita que, efectivamente, merece ser derrotado el próximo año.
Twitter: @leozuckermann