Que no se nos olvide lo que hoy, dos de octubre, se conmemora. La brutal represión por parte del Estado mexicano de una manifestación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. ¿Quién disparó?
¿Fue el Batallón Olimpia, el Ejército, la Dirección Federal de Seguridad, todos? Bien a bien no se sabe. Tampoco cuántos muertos hubo. La periodista italiana, Oriana Fallaci llegó a decir que más de mil. El periódico británico The Guardian reportó 325. La Fiscalía creada por Vicente Fox en 2001, encabezada por Ignacio Carrillo Prieto, contabilizó 68.
En la estela conmemorativa del lugar aparecen 38 nombres. Las diferencias son abismales, pero lo que importa es que hubo muertos y heridos en una manifestación pacífica de estudiantes debido a las intrigas palaciegas de un régimen autoritario, que no supo ni quiso ceder un milímetro en el monopolio que tenían del poder.
Ese evento marcó el comienzo de la liberalización y democratización del régimen que permitió que México finalmente se convirtiera en una democracia liberal. Recordemos hoy a los brillantes líderes estudiantiles de 1968 que ya se nos adelantaron: Marcelino Perelló, Eduardo Valle, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Raúl Álvarez Garín, Roberto Escudero y mi estimado y extrañado Luis González de Alba quien, hace tres años se suicidó precisamente un dos de octubre.
Creo que González de Alba fue quien mejor entendió el movimiento estudiantil de 1968. En una entrevista que le hizo Alejandro Toledo en Milenio en 2008, así lo describió:
“Yo digo que todo joven se sentía de alguna forma preso, hundido; México era un país de prohibiciones. Lo dijo bien Díaz Ordaz en su informe del 1 de septiembre: habíamos creído ser un islote intocado. Y sí, de ese islote intocado era de lo que estábamos hartos, todos, sin considerar ideologías.
Había prohibición de cómo vestirte, cómo dejarte el cabello; no había conciertos de rock, las películas eran censuradas, algunas eran permitidas con cortes, pero otras simplemente eran prohibidas. Y en el movimiento estudiantil todo el mundo, de izquierda o derecha, encontró esa libertad que nunca había sentido”.
En 1993, Luis publicó un magnífico artículo en Nexos titulado “1968: La fiesta y la tragedia”. Ahí se encuentra la grandeza de González de Alba quien, en lugar de medrar como “líder del 68” como muchos hicieron, realiza un sano revisionismo histórico, que le costaría muchísimo en su relación con la izquierda mexicana.
Luis reconoce la feroz represión del gobierno de Díaz Ordaz y el cambio que esto propició. Pero ofrece interpretaciones alternativas del movimiento. Ejemplo uno: “Los estudiantes entonces, como ahora, éramos una clase privilegiada. La pasábamos bien […]
Falso que una voz nos dijera ‘abandona todo y sígueme’, para de esa manera convertirnos en los cauces del descontento social, descontento del que no éramos parte, pero que encabezaríamos, según esta religión, como profetas de los oprimidos. Tontería y mentiras repetidas por todos nosotros durante un cuarto de siglo”.
Ejemplo dos: “Un día mandamos todo al carajo. No por Marx sino por Reich. Fue una fiesta, una explosión luego de 50 años de buen comportamiento. De Vallejo y Campa apenas ayer habíamos oído hablar, pero qué divertida era la fiesta, las calles hechas nuestras, el carnaval, la pereza, el tráfico detenido, el desmadre, la súbita hermandad entre desconocidos…”.
Qué grande Luis, quien terminó preso en Lecumberri. Siempre lo admiré por su entereza al haber desmitificado el movimiento del 68 para las generaciones posteriores.
En conclusión: los estudiantes, privilegiados sociales, estaban hasta la madre y querían echar desmadre. Ahogados en un país de prohibiciones, pretendían algo muy humano: más libertad.
Lo lograron. Fueron la semilla que permitió que floreciera un régimen democrático-liberal. Paradójicamente, hoy, en las calles de la Ciudad de México protestan jóvenes encapuchados que se dicen anarquistas y atreven a quemar una librería gritando “leer es para burgueses”. Quizá hoy regresen estos grupos a la manifestación conmemorativa del dos octubre con esa violencia y estupidez que los caracteriza.
Me imagino qué dirían Luis González de Alba, Marcelino Perelló o el Búho de ellos…