Esta semana, en la que la Real Academia de las Ciencias de Suecia y la Asamblea del Nobel del Instituto Karolinska dan a conocer a los galardonados con los famosos Premios Nobel de Medicina, Física, Química, y el Comité Noruego al de la Paz, a la memoria del químico e inventor sueco Alfred Bernhard Nobel, me viene a la mente la pregunta sobre cuándo veremos a otro mexicano, además del prestigiado doctor Mario Molina, Premio Nobel de Química en 1995, obtener un reconocimiento de tal envergadura para las ciencias en los próximos años.
Y es que, lo digo por experiencia propia, muchos de los “cerebros” mexicanos que destacan en el estudio de la física, la química o la medicina, tienen que emigrar a otros países debido a la falta de apoyos, en todos los sentidos, que deberían otorgar los gobiernos de este país a la investigación científica y al desarrollo de las tecnologías, a diferencia de lo que sucede con naciones como en el propio Estados Unidos, Canadá, Japón o Alemania, por mencionar a algunos países que le han apostado al desarrollo de la ciencia como parte de su futuro y el bienestar de sus ciudadanos. Aquí es todo lo contrario. Nos conformamos con crear “mano de obra” que, si bien es muy apreciada en el mundo, no es lo único que nos va a sacar de la mediocridad económica y social en la que nos encontramos.
Una serie de datos proporcionados por los expertos en educación llaman la atención cuando de cerebros mexicanos se trata: Cada año, más de 16 mil 700 alumnos mexicanos viajan al extranjero para realizar sus estudios. El 57.6 por ciento lo hacen para estudiar una licenciatura, el 24.9 para estudios de maestría y 17.5 por ciento para otro tipo de estudios. México ocupa el puesto número 10 en estudiantes que salen de su país para estudiar fuera.
Con lo anterior se confirma lo que ya sabíamos: el problema no es la falta de “cerebros”, jóvenes con cualidades para la ciencia los hay. El problema está en las políticas públicas que no fomentan la formación de “cerebros” ni el apoyo financiero para su desarrollo. Peor aún, empresas privadas son las que mejor invierten en la educación científica que el propio gobierno.
Las carreras relacionadas con los negocios, el emprendimiento, la ingeniería y las ciencias son las principales áreas profesionales elegidas por los mexicanos que deciden estudiar en el extranjero, de acuerdo con información de la agencia canadiense Class Education: “Aunque en Canadá existe un amplio abanico de oportunidades para realizar estudios de todo tipo, desde cursos de verano hasta idiomas, los mexicanos optan por estudiar licenciaturas, posgrados y especialidades relacionadas con áreas de negocios-emprendimiento, diseño, arte, arquitectura y ciencias sociales, entre otras disciplinas; sin embargo, en los últimos años han despuntado las carreras relacionadas con la animación digital, gestión del Big Data (telecomunicaciones, TIC) en donde Canadá es un referente a nivel internacional”, según argumenta Bruno Perrón, presidente de Class Education.
Y es que en el llamado Turismo Educativo en el extranjero, México nunca tuvo tanto dinamismo como lo tiene hoy en día. En la actualidad se calcula que debe haber unos 800 mil jóvenes mexicanos realizando algún tipo de estudio fuera del país y lo anterior obedece a varios factores: 1) Existen opciones que ofrecen educación superior de mucha calidad y a precios sumamente competitivos (una carrera puede costar entre 50 mil y 80 mil dólares americanos), lo mismo que en varias universidades de paga mexicanas. 2) La calidad de vida que ofrecen los países de destino, como por ejemplo Canadá, es una de las mejores a nivel mundial. 3) Muchos mexicanos mandan a estudiar a sus hijos a este país precisamente por la seguridad que brinda a todos los migrantes mexicanos.
La gran interrogante que se abre frente a estos datos es: ¿cuál va a ser el futuro laboral de todos estos jóvenes mexicanos que estudian en el extranjero? ¿Estamos haciendo algo en México para “retenerlos” una vez que concluyan sus estudios?, o nos quedaremos irremediablemente mirando, como siempre, cómo estos jóvenes son atraídos por los beneficios que otras naciones les ofrecen a los científicos e investigadores, sean nacionales o extranjeros.