El pasado fin de semana visité Palacio Nacional, una construcción que ha atestiguado la evolución de nuestro país desde La Conquista hasta nuestros días. Lamentablemente, todo parece indicar que aquellas declaraciones del periodista Carlos Marín no estuvieron tan lejos de la realidad, cuando aseguró que el entonces candidato López Obrador aspiraba a residir en el antiquísimo edificio con el único propósito de -cito- “colgar sus calzones en Palacio Nacional”.
Y es que durante mi recorrido pude atestiguar que en el Recinto a Juárez varias piezas originales fueron sustituidas por facsímiles o sencillamente no se exhiben. Además, me parece desafortunada la decisión de prohibir el paso por la escalera principal del Patio Central, mediante la cual se podía apreciar los murales de Diego Rivera con todo detenimiento.
Esta “desviación” obliga al visitante a ascender a la primera planta por medio de una reducida escalera secundaria que más que invisible, pareciera olvidada. De igual forma, el acceso al Recinto Parlamentario reconstruido 1972 por Luis Echeverría, está restringido al público. Los mexicanos no podemos visitar las áreas presidenciales, como tampoco se pudo con Peña Nieto, muestra de que la seguridad interna sigue siendo exactamente la misma. De la Galería Nacional que Felipe Calderón inauguró, ya nada queda.
Así, el mensaje presidencial resulta incongruente pues, por una parte, asegura que es la casa de todos los mexicanos y, por otra, parece que se dedica a ampliar su residencia. Aunque, por otra parte, debo reconocer que se tuvo un gran acierto al abrir el Museo Histórico de Palacio Nacional, el cual explica a detalle, mediante las nuevas tecnologías, cómo fue el pasado del “corazón político de México”.
Durante su primer intento por convertirse en presidente, AMLO encabezó un mitin en la Plaza de la Constitución -el mal llamado zócalo-, allí pronunció la frase -cito-: “Que se vayan al diablo con sus instituciones”. Bien podría tratarse de un tropezón o de una mala anécdota, sin embargo, con la actitud que ha asumido su gran amigo y próximo gobernador de Baja California, al desconocer las reglas que fueron establecidas desde 2014. Pues, aunque Bonilla tiene razón al decir que se inscribió para gobernar cinco años, también es cierto que él, como el resto de los bajacalifornianos, votó por un gobierno de dos; aun no ejerce -oficialmente- el poder y ya está restándole al presidente.
De esta manera, ambos dejan muy en claro que las instituciones que velan por garantizar la democracia y el estado de Derecho serán enviadas a descansar a “La Chingada”, -que conste que me refiero a la finca que tiene el presidente López en Chiapas-, donde, por cierto, dicen que se descansa de maravilla.
Mi deseo es equivocarme y que las restricciones en Palacio Nacional sean sólo temporales para que así podamos disfrutar de ese majestuoso legado histórico. Como también, anhelo que la SCJN no reciba ningún tipo de presión, que el Congreso estatal sea realmente autónomo y, sobre todo, deseo que Jaime Bonilla recapacite y de motu proprio pugne por la prevalencia de aquella frase de Juárez que tanto evoca Andrés Manuel: “Nada por la fuerza, todo por la RAZÓN y el DERECHO”.
Post Scriptum. “Cuando decimos ´Vete a la Chingada´, enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e indeterminado”, Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1950).
* El autor es consultor político, catedrático y escritor.
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