Una vez más, López Obrador ha echado a andar un debate nacional sobre un tema importante, pero de la peor manera, y sin saber muy bien de lo que habla. Me refiero a su propuesta de entregar apoyos, a partir de ahora, a los adultos mayores a partir de los 68 años —si son — y a los 65 —si son . Aunque esto excluye inconscientemente a quienes no son lo uno ni lo otro —lapsus freudiano, sin duda— plantea una discusión interesante sobre la acción afirmativa en .

Quienes han rechazado de entrada la propuesta de en esta materia, tildándola de racista o de divisiva, olvidan que uno de los principios del derecho, de la social, y de las políticas públicas en general en los países democráticos, es el trato desigual a desiguales. Justamente porque determinados sectores de la sociedad —minorías étnicas, regionales, raciales, lingüísticas, o — han padecido exclusiones, discriminación, genocidio, esclavitud o simple marginación, en varios países se ha intentado reparar el daño, y corregir la situación.

Los partidarios de López Obrador tienen razón en este sentido. Entregarle un estipendio superior a un grupo desfavorecido de la sociedad mexicana puede ser asimilado, superficialmente, a la acción afirmativa a favor de los afroamericanos o latinos en , de los miembros de castas oprimidas en la India, de franceses de origen árabe, o de afrodescendientes en Brasil, por ejemplo. El dilema de cómo identificar a los beneficiarios legítimos y potenciales de dicho trato discriminatorio positivo se resuelve fácilmente, tanto en los países mencionados como en aquellos firmantes de convenios de la OIT, como en México. La solución radica en la autoidentificación: es negro en Estados Unidos quien así se declara, denomina o se identifica. En ocasiones esta vía encierra abusos o ambigüedades: el caso de una exdirigente de la NAACP, la principal organización de color en Estados Unidos, que era blanca pero se sentía afroamericana, o de Elizabeth Warren, quien se catalogó como parcialmente Cherokee en algunos documentos de joven. Ni modo. Hasta aquí, quienes apoyan esta tesis de AMLO están en lo cierto.

Donde ya no aciertan es en el diseño de la política pública en cuestión. En todos los países citados, y algunos más, la acción afirmativa, cuando es constitucional —y en varios ha sido descartada por no serlo— se concentra en tres rubros: , vivienda y empleo. En las universidades públicas o privadas que reciben financiamiento público y con admisiones selectivas, como las instituciones de educación superior en todas partes, se supone que dichas instituciones deben realizar un esfuerzo especial —afirmativo, o proactivo— para admitir a pertenecientes a minorías discriminadas, o mujeres, sin llegar a un sistema de cuotas. El propósito es doble: corregir una desigualdad previa y duradera, por un lado, y construir una mayor diversidad para evitar desigualdades futuras, por otro.

Los mismos criterios existen en el empleo gubernamental —si dos candidatos con capacidades iguales compiten por un mismo cargo, debe recibirlo el o la que proviene de una minoría discriminada o es mujer— y en la vivienda pública o subsidiada. En algunos casos, también se aplica la acción afirmativa en el otorgamiento de créditos a PYMES: una empresa propiedad de minorías o mujeres debe tener un acceso preferencial. Existen sin duda otros rubros, pero, en lo fundamental se trata de oportunidades: se busca igualarlas, a través de un énfasis desigual, para corregir desigualdades anteriores.

Que yo sepa, no hay países donde las , o algún tipo de estipendios —Bolsa familia en Brasil, por ejemplo— o un ingreso básico universal, o un impuesto sobre la renta negativo (EITC) en Estados Unidos, se aplique de manera desigual en función de etnias o razas. Obviamente, los programas de combate a la pobreza son discriminatorios: se aplican a los pobres. Y existen programas especiales para los adultos mayores en muchos países; el Medicare de Estados Unidos es el más cercano. Pero difícilmente se encontrará una acción afirmativa basada únicamente en consideraciones étnicas o raciales y que implique una entrega en especie superior. AMLO ignora estas consideraciones, y sus partidarios hacen caso omiso del mito mexicano del mestizaje. Tal vez ya convenga defenestrarlo.

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