Entre las muchas babosadas que en materia de política exterior suelen repetir los priistas y la izquierda —en este rubro son los mismos— figura destacadamente la necesidad de “recuperar” o de “conservar”, según el momento, el “liderazgo” de México en América Latina. Nunca he entendido cuando existió dicho liderazgo.
Si se refieren a acontecimientos icónicos como el voto de México en la Conferencia de Caracas de 1954 sobre Guatemala, o la no ruptura con Cuba durante los años sesenta, o la ruptura con Pinochet en los setenta, o al apoyo a los sandinistas y al FMLN algunos años después, ejercimos todo menos que liderazgo. Tuvimos razón, en mi opinión, pero la tuvimos solos. Nadie nos siguió, en buena medida porque la región se encontraba gobernada por regímenes militares subordinados a Estados Unidos. Más adelante, un puñado de países nos acompañaron en la negociación del fin de las guerras centroamericanas, pero el liderazgo lo ejerció Oscar Arias, quien por eso obtuvo un Premio Nobel de la Paz. No México.
Pero si antes estábamos solos y no mal acompañados, ahora nos encontramos más solos y muy mal acompañados. Nunca habíamos hecho un ridículo semejante al que exhibimos el miércoles en la OEA a propósito de un proyecto de resolución presentado por Brasil y Colombia sobre la situación en Bolivia. El texto simplemente llamaba a la celebración de elecciones lo más pronto posible y al cese de la violencia. Exigía el respeto a los derechos humanos y responsabiliza al gobierno boliviano “por cualquier violación a los mismos”.
Veintiséis países (de los 34 miembros) votaron a favor, incluyendo a los patrocinadores, a Estados Unidos y Canadá, a Perú, República Dominicana, Ecuador y Costa Rica, y a gobiernos de centro-derecha como Argentina, Chile, El Salvador y Guatemala. Se produjeron cuatro abstenciones (Barbados, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay), y tres países votaron en contra. El primero, San Vicente y Granadinas; el segundo, la Nicaragua de Daniel Ortega; el tercero, el México de la 4T.
Aunque la representante de México pronunció un discurso leguleyo que hubiera podido ser redactado por Evo Morales, nuestro país no dio propiamente una explicación de voto. Pero en el fondo, votamos en contra porque la resolución no mencionaba el “golpe de Estado” denunciado por Morales y López Obrador, porque el grupo patrocinador no convocó a México a las negociaciones para redactar el texto, y porque a Cuba, Maduro y Morales no les hubiera gustado. O sea, votamos con un país y una islita del Caribe de 118, 000 habitantes, y no nos invitaron a negociar. Vaya liderazgo.
Habrá unos nostálgicos trasnochados que buscarán equiparar esta vergüenza mexicana con la postura de México en Costa Rica y Punta del Este sobre Cuba en los años sesenta. Nada más absurdo y falso. Todos los países que votaron a favor el miércoles son democracias, o pretenden serlo (Venezuela, representada por el gobierno de Guaidó, o el gobierno interino de Bolivia); la única dictadura en la OEA hoy es Nicaragua, nuestra compañerita. Estamos completamente aislados en la América Latina real, no en la de las fantasías eróticas de los funcionarios de la 4T.