Sacudió a buena parte de la opinión pública la muerte de Fernanda Michua Gantus, estudiante de Derecho y Relaciones Internacionales del ITAM, presuntamente suicidio, motivado por la excesiva demanda académica de esa prestigiada institución. El suceso detonó manifestaciones del alumnado en memoria de su compañera, también como protesta ante lo que algunos consideran una elevada presión en los métodos de estudio. Derivar reflexiones a partir de esto es forzoso si aspiramos a una mejor sociedad, en términos de y capacidades para la vida.

Para nadie es un secreto que vivimos en una sociedad orientada al desempeño. «Hacerla en la vida» o tener éxito es una forja donde se premia la competencia, implica superar a los demás y vencer las limitaciones propias. Una práctica sana debería cuestionar si las expectativas que como sociedad ponemos a los estudiantes, a los hijos, son equilibradas.

En un estudio hecho por la doctora Denise Pope, de la Universidad de Stanford, autora del libro : cómo estamos creando una generación de estudiantes estresados, materialistas y maleducados, se hizo una pregunta crucial: ¿Cómo defines el éxito? Los padres respondieron: «Felicidad, salud, dar de regreso a la comunidad»; los hijos: «Dinero y calificaciones». Esta polaridad, esta ruptura, corresponde con lo que me dice la doctora Liora Lerner, psicóloga especialista en adicciones, trastornos de alimentación y conductas de alto riesgo: «Hay una falta de intimidad emocional, no solo de las escuelas a los alumnos, sino de los padres a los hijos» y apunta: «les preguntamos ¿qué hiciste?, ¿cómo te fue?, no ¿cómo te sientes?».

Muchos de nosotros somos producto de una educación donde las «buenas calificaciones» eran la medida. Recuerdo en primaria, cuando llegaba el último día de clases, se anunciaba entonces quién había aprobado y quién estaba condenado a repetir el año. Eran para mí momentos muy estresantes ante una inexplicable incertidumbre: cuando veía mi boleta, mi promedio era de 99. ¿Por qué entonces sentía tanta ansiedad? La inercia de medir el desempeño académico sobre otros aspectos humanos continúa.

En la película Whiplash un estudiante de jazz se enfrenta con un maestro más que exigente, despiadado, que maltrata física y emocionalmente a sus alumnos con la noble causa de hacerlos el mejor de todos. En uno de los diálogos, el maestro dice para la posteridad de quienes piensan que ningún esfuerzo es suficiente: «No hay palabras más dañinas en el idioma que ‘buen trabajo'».

La doctora Lerner define: «El 10 es ser feliz, vivir de acuerdo a nuestra edad, estar en familia, amigos, actividades recreativas sanas, comunicarnos más y expresar emociones» y me dice que el caso de Fernanda no es el único, que en varias escuelas se da, que se está produciendo ansiedad generalizada, estrés por sentir que no vales porque económicamente no estás al nivel de tus amigos, que no sólo es en la escuela, también en la casa, con los padres que exigen la perfección en todo, desde el desempeño académico hasta el deportivo, en la búsqueda del novio o novia perfectos, por no hablar de la comparación entre pares donde el cuerpo también debe ser perfecto. Una solución, menciona, sería que las escuelas incorporen materias de autoconocimiento que pongan énfasis en lo humano, no sólo en la calificación.

Quizá debemos replantear estándares de desempeño. No estaría mal pensar en definir la educación en función de las competencias para la vida e incluso de los actuales del país (es claro, por ejemplo, que actualmente necesitamos una buena dosis de ética) y no sólo para el cuadro de honor. Después de todo, la vida tiene otras formas de evaluarnos. ¿Deben la autoestima y la felicidad estar antes que las buenas calificaciones? ¿Es momento de redefinir el concepto de «excelencia académica» para incluir condiciones de equilibrio mental y emocional en el proceso de aprendizaje? ¿Necesitamos menos competencia y más colaboración?

De vuelta a Whiplash, Andrew realiza un inolvidable solo en la batería, suda profusamente y sus manos sangran ante la mirada aprobatoria de su maestro. El punto crucial no es si está listo para el éxito, es si podrá lidiar con el fracaso, en un mundo donde no hay derecho a fallar.

@eduardo_caccia

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