Como lo es todo mandamiento de fe, pareciera obligatorio cebarse día a día en el Presidente López Obrador por su propensión a ocultar sus verdaderas intenciones tras chascarrillos, ocurrencias y aludes de adjetivos descalificatorios a sus adversarios, que causan la inmediata reacción entusiasta de sus seguidores, que suman millones, y la de quienes estamos a la caza de gazapos para zaherirlo.

La realidad es que el Presidente nos conoce tanto que parece habernos parido. Le basta lanzar un anzuelo y nos ensartamos, perdiendo de vista lo importante; naufragamos en lo intrascendente, divertido sí, pero, al final de cuentas, insustancial.

Para no ir más lejos, la rifa del avión que, conforme al nuevo testamento, Felipe Calderón compró para disfrute de Enrique y para el que López Obrador no encuentra comprador, amén de que no está dispuesto a abordarlo para no contaminarse.

Ignoro cuál fue la intención oculta de Andrés Manuel al soltar, entre muchas opciones para deshacerse del ex avión presidencial, la de rifarlo en un sorteo de la Lotería Nacional a razón de 500 pesos el cachito. Sin duda, una idea disparatada por donde se le vea.

Se me ocurre que, tal vez, el primer tropezón de un intento de a todas luces preocupante.

La propuesta ha causado alarma. Para no ir más lejos, nos regresaría a épocas en las que, por ejemplo, las confesiones bajo tortura policial surtían efecto en el juzgado. Bastaba un poco de agua mineral en la nariz para que cualquier verdad fuese histórica.

El fin de semana fue uno de los más divertidos para los cibernautas (y vaya que los han tenido a lo largo del primer año del sexenio) gracias a la competencia de los creadores industriales de memes que tuvieron de protagonistas al avión de Calderón y Peña y a López Obrador.

De nada más se habló.

Lo único que se nos ocurrió a los inefables analistas de los medios tradicionales fue suponer que el Presidente distrajo al país.

La pregunta es ¿de qué?

Nadie acierta a decirlo, pero es indudable que por millones nos enganchamos en una guerra de memes para festinar que López Obrador se había mostrado, en el mejor de los casos, zafio.

Es probable, pero no me lo creo. De tan bonito, de tan elemental, parece mentira.

Y me siento obligado a dudarlo porque hasta uno de los más prominentes miembros de su gabinete cayó en el garlito o, al menos, lo aparentó.

Apenas había mencionado López Obrador la posibilidad de la rifa en seis millones de boletos y, sin proponérselo, los reporteros tendieron una trampa al secretario de Comunicaciones. Preguntaron a Javier Jiménez Espriú sobre la rifa y sólo faltó que le dieran un cuchillo para cortarse el cuello. Contestó algo muy parecido a “no manchen”, pero, para su fortuna, sólo habló de inviabilidad.

Con la misma gravedad que habló de la inviabilidad, el lunes, Jiménez Espriú confesó que cuando casi dijo que se trataba de una mala broma no había escuchado la mañanera, de suerte tal que ignoraba la autoría del Presidente en la propuesta, pero ahora, sabedor de que la idea surgió de la sabiduría presidencial, estaba dispuesto a comprar no uno, sino hasta 2 boletos.

Sería irresponsable especular que el secretario de Comunicaciones intentó ser mordaz a costillas de su jefe; en cambio, queda a la vista que puede ser de esos individuos capaces de cualquier indignidad para satisfacer al que manda, como ocurría en el echeverriato, cuando el reloj marcaba las horas que el Presidente ordenaba.

Como sea, me recordó a Óscar Flores Tapia, gobernador de Coahuila y líder de la CNOP, siempre dispuesto a soltar una tontería para secundar al Presidente o sacarlo de líos atrayendo la atención a su persona. Por ejemplo, una ocasión propuso poblar el desierto con camellos y, en otra, enlatar huevos para exportación

El lunes, López Obrador tomó a broma las consecuencias de su ocurrencia y después de descartar que de eso se tratara, fiel a su estilo, la emprendió contra el pasado. Ahora estrenó adjetivo: “Faraónicos” llamó a los adquirientes y usuarios del avión.

Se equivoca quien a estas alturas suponga que López Obrador llegó a la Presidencia por ocurrente o que ya en el poder ha dado rienda suelta a su verdadera vocación de comediante.

Su capacidad para comunicar con el público al que quiere llegar está más que probada, pero también está al descubierto su estilo para atraer al país hacia un tema, por desmesurado que sea, y alejar su atención de lo verdaderamente importante.

La pregunta sigue sin respuesta: ¿Por qué nos distrajo todo el fin de semana y todavía le siguió haciendo el lunes? ¿Qué cocina o qué ocurre en el país como para que se convirtiera en la estrella de un espectáculo memorable?

 

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