Varios comentaristas han detectado un par de desfases en el seno de la opinión pública mexicana frente al gobierno de López Obrador. El primero se refiere a la contradicción entre, por un lado, las percepciones de la gente sobre el presidente y la 4T —altamente positivas— y, por el otro, los pésimos resultados de gestión, sobre todo en materia económica y de seguridad. El segundo abarca la desconexión entre la aprobación de López Obrador —alta, en estos análisis— y el disgusto por o rechazo de sus políticas puntuales o posturas específicas —bajas— desde hace meses.
Los mismos comentaristas han insistido en una conclusión inevitable: en algún momento, las líneas se cruzarán y ambos desfases se disiparán, ya sea porque la realidad y las políticas públicas del gobierno mejoren, ya sea porque la calificación de AMLO se empareje hacia abajo. Sobre todo si parte de su aprobación tan elevada parecía deberse a golpes de alto impacto —Rosario Robles, Juan Collado, Emilio Lozoya, etc.— que sin duda enfrentarán rendimientos decrecientes.
Ahora bien, existen varios indicios de que ese cruce de líneas, ese momento ineluctable, ha llegado. Cuatro encuestas aparecidas o levantadas en días o semanas recientes muestran una caída significativa en la popularidad presidencial, en la credibilidad del mandatario, en la confianza que inspira y en los resultados que consigue. Se trata de la de Reforma en la Ciudad de México, a propósito de la violencia de genero; de la del Gabinete de Comunicación Estratégica de seguimiento de AMLO; el tracking poll de Consulta Mitofsky, publicado cada semana por El Economista; y una encuesta de vivienda realizada en una alcaldía céntrica de la capital por una empresa tan conocida y reconocida como las anteriores.
Para la Ciudad de México —bastión de López Obrador— Reforma indica una caída de 5 % del presidente en su aprobación: de 47 % en diciembre a 42 % en febrero; la desaprobación es mayor (45 %). Consulta Mitofsky muestra una caída de 57 % a 54 % entre enero y febrero. GCE no formula su pregunta de la misma manera; indaga si la opinión que se tiene de AMLO es muy buena, buena, regular, mala o muy mala. Entre principios de diciembre y el 21 de febrero, la positiva pasa de 49 % a 41 %; la regular de 29 % a 35 %; la mala y muy mala de 20 % a 23 %. En la de una alcaldía de la Ciudad de México, la reprobación de AMLO (antes del estallido contra la violencia de género), es de 25 %; la reprobación parcial de 22 %. La aprobación en algo es de 26 %; quienes aprueban mucho, 17 %. Las cifras de las cuatro encuestas coinciden, las tendencias también.
En la encuesta del centro de la capital, la caída de AMLO es especialmente dramática en los demográficos más entusiasmados con él antes. Me refiero a los habitantes de esa alcaldía con estudios de licenciatura o más. El 38 % lo aprueba mucho o algo; el 56 % lo reprueba mucho o algo.
La empresa GCE pregunta más o menos lo mismo de otra manera: ¿está usted de acuerdo o en desacuerdo con la forma de gobernar de AMLO? De un pico de 84 % a los 100 días de haber tomado posesión, la cifra descendió a 58 % poco antes de cumplirse el primer año. Entre el 16 de enero y el 21 de febrero, bajó de 62 % a 50 %; el desacuerdo se elevó de 34 % a 45 %.
Ninguna de estas encuestas es perfecta. Tres son telefónicas; sólo la más pequeña es en vivienda. Una es de tracking por celular y robot; otra es únicamente en la Ciudad de México y la cuarta podría ser atribuida a un adversario del régimen. Lo interesante es que todas son consistentes entre sí, y en sí mismas. No puedo creer que AMLO tenga otros datos. Con razón está de malas.