No es buena la idea de dividir el feminismo entre el bueno y el malo, división que correspondería hoy supuestamente al feminismo de la izquierda y el de la derecha. La dominación masculina –y uso el género como manera de figurar todas las relaciones de poder– es un hecho social más abarcador que las ideas de izquierda y de derecha que se están usando coyunturalmente para tratar de dar forma al campo político. Por eso, la crítica feminista corroe tanto a nuestra izquierda como a nuestra derecha.

Seguramente todos ya intuyen que esto es así, porque sabemos bien que la de nuestras izquierdas ha estado casi tan saturada de machos y de machismos como la de la derecha. Ahí están, como ejemplos, los jefes revolucionarios que raptaban y violaban , y los pintores muralistas con sus egos desbordados, que no se tomaban en serio a colega alguna si no ocupaba su papel asignado de musa, y así de posible compañera de acostones. En las izquierdas hay también buen número de vacas sagradas de la universidad que acosan a sus colegas y estudiantes, y otros tantos diputados que practican la verbal sin cortapisas cuando se trata de atacar a alguna colega del sexo femenino… O los estudiantes que pregonan la libertad sexual, mientras vigilan las salidas de sus hermanas como si fueran sus custodios. Los maestros de preparatoria o secundaria que besan, soban a sus alumnas, mientras se confiesan incomprendidos por sus esposas… O aún la historia de grandes artistas del pasado, como Juan O’Gorman, que acusaba a los intelectuales reaccionarios –como los escritores del grupo Contemporáneos– de afeminados y maricones… Lo cierto es la izquierda también ha sido una cloaca de machismo.

De la historia machista de las derechas quizá no haga falta que dé tantos ejemplos, porque esa historia es peor, aunque, hay que reconocerlo, tiene la ventaja de que viene con suministros menores de buenondismo, aunque también con raciones mucho más abundantes de una doble moral seudocristiana. No hace falta listar ejemplos individuales de entre aquella legión de esposos que tratan a sus mujeres como si fueran criaturas irracionales, inhabilitadas para la toma de cualquier decisión, pero que serán siempre las culpables de lo que haga falta. Eva es la culpable eterna de buena parte de las derechas. Y tampoco hace falta abundar en las actitudes machistas que se malesconden tras la imagen de la Sagrada Familia y de los valores de la tradición mexicana. Todos las conocemos de sobra.

Hay machos de derecha y de izquierda, pues, pero el fondo del asunto está en que el sistema de dominación todo se apoya en la opresión de la mujer, y es justamente contra eso que se están rebelando las mujeres mexicanas de hoy. Por eso, la postura de que hay un feminismo bueno y otro malo, porque hay mujeres que apoyan al Presidente y otras que no lo quieren, sirve en primer lugar para dividir a la crítica feminista, y busca someterla a las prioridades coyunturales de la izquierda o, más bien, del gobiernismo. Pero esa estrategia es, de suyo, reaccionaria.

Existen feministas que simpatizan con diferentes posturas políticas. Algunas son seguidoras de , y otras opositoras. A otras les importa un bledo la y se preocupan de otros asuntos. Unas son liberales, otras católicas, comunistas, agnósticas, vegetarianas, protestantes, carnívoras, anarquistas o lo que les dé su regalada gana. Las hay que creen en el matrimonio y que se oponen a él. Hay feministas heterosexuales, bisexuales, lesbianas y asexuales.

Pero en el fondo, y pese a todas estas diferencias (y otras), todo feminismo es libertario, porque el feminismo es un elemento constructivo, fundacional de hecho, del gran arco de la emancipación moderna, que comienza con la revolución francesa y la revolución haitiana, y las revoluciones americanas, y que pasa por la emancipación de los esclavos, el fin de los privilegios aristocráticos y del tributo de indios, por el sufragio universal, el socialismo y toda la historia moderna de los derechos políticos, civiles, y sociales.

Dicho de otra forma: todos los feminismos –los de izquierda y los de derecha; los católicos y los ateos, los radicales y los moderados… todos– pertenecen a la historia de la izquierda, porque pertenecen a la historia de la emancipación humana, de la universalización de los derechos y a la historia de la igualdad.

Al fragmentar el movimiento feminista, el Presidente y sus seguidores debilitan ese impulso libertario y someten a las mujeres que lo apoyan, porque las obligan a escoger entre seguirlo –como quieren– y sumarse a las demás mujeres que sufren las mismas vejaciones que ellas, y que pueden ser de derecha o de izquierda. ¿Acaso el acosador hace diferencia entre sus víctimas, basándose en sus preferencias políticas? No. Lo que le importa al acosador, como a cualquier buen machista, son cuestiones de piernas y de nalgas, y no las opiniones políticas de las mujeres, que lo tienen sin cuidado.

La lucha feminista es un reto a la dominación masculina toda, y es ante todo una exigencia de respeto, seguridad e igualdad. Gústenos o no, es una lucha más fundamental que la división que pueda haber entre gobiernistas y opositores, porque los toca a ambos. Las mujeres no tienen por qué escoger entre el Presidente y la oposición, porque el respeto al género importa más que cualquiera de ellos.

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