El primer caso de COVID-19 en la región de y el Caribe se registró en Brasil, el 26 de febrero. Poco más de un mes después, los contagios se cuentan de a miles. El coronavirus se expande por nuestros países y nuestros gobiernos se apresuran a adoptar medidas de emergencia para tratar de contener la pandemia.

La respuesta ha sido hasta ahora más o menos similar: cierre de fronteras, aislamiento ciudadano, atención médica de urgencia, campañas de concientización, y apoyo a las familias más pobres. Se están haciendo enormes esfuerzos. Pero esta tarea titánica recae sobre los hombros de Estados con recursos económicos, materiales y profesionales limitados. Y todo indica que estamos en la fase inicial de una batalla que será larga y costosa.

  A nivel global, se aprobó días atrás un fondo de US$14.000 millones para asistir a los países en desarrollo. Una parte de esos recursos servirán para apuntalar las economías de Latinoamérica y el Caribe y ayudar a que puedan recuperar cuanto antes la senda del crecimiento.

Sabemos que los países más pobres son los que pagarán los costos más elevados de la pandemia y como socios estratégicos para el desarrollo, nuestro rol es acompañarlos hoy más que nunca.

Con ese objetivo, el directorio ejecutivo aprobó este jueves la primera fase de entrega de fondos por casi US$100 millones para cuatro países de América Latina y el Caribe, y en paralelo hemos procedido a desembolsar US$170 millones provenientes de la reorientación de fondos de operaciones en ejecución para contribuir en la contención del coronavirus.

Así, Argentina recibirá US$35 millones, mientras que Ecuador, Haití y Paraguay contarán con US$20 millones cada uno en el marco del programa de respuesta inmediata del Banco Mundial,  dirigido a atender las necesidades más urgentes frente a la pandemia. A su vez, hemos destinado US$20 millones de nuestra operación del sector salud en Bolivia a adquirir respiradores, uno de los insumos médicos más críticos en el tratamiento del Covid-19.

Por su parte, la República Dominicana ha recibido un pago de US$150 millones dentro del marco de una operación contingente para atender catástrofes naturales (donde se incluyen pandemias), lo que ayudará al país a implementar medidas de emergencia para contener la propagación del virus, y Panamá contará con US$41 millones de un préstamo similar.

Las necesidades sanitarias que genera la emergencia son enormes. El listado incluye equipos de laboratorio y monitoreo para prevenir contagios, e insumos básicos como guantes, mascarillas y ventiladores. Hay también necesidades de infraestructura, para ampliar drásticamente el número de salas de terapia intensiva en los hospitales y habilitar centros de cuarentena.

Insisto, esta es solo la primera etapa de nuestra respuesta a las necesidades que hay en la región. Estamos en conversaciones con muchos gobiernos más y otro grupo de países se sumará a esta lista en las próximas semanas.  Lo que es más, al mismo tiempo que estamos trabajando en atender la emergencia sanitaria, nos encontramos ya trabajando en la siguiente fase donde tendremos que afrontar el impacto social y económico de la crisis. Y no nos engañemos, las necesidades van a ser inmensas en el medio y en el largo plazo.

La región atravesaba ya antes de esta crisis una situación incierta y el nuevo escenario exigirá respuestas macroeconómicas mucho más contundentes de lo que era imaginable.  Aún no hemos comenzado a ver la verdadera dimensión de lo que ocurre, ni cuál será su impacto real en los sectores más pobres y desprotegidos, pero sabemos que ese impacto pronto será una consecuencia más del coronavirus.

Los ingresos de las familias, el empleo, la seguridad alimentaria, el éxito de sectores cruciales de la y la salud de las cuentas públicas dependen en buena medida de que la producción, la inversión y el consumo no se detengan o sufran lo menos posible. Para ello es necesario que las empresas, grandes y pequeñas, cuenten con capital de trabajo, por ejemplo. Y que las cadenas de pagos y suministros de bienes esenciales no se corten. Pero recordémoslo una vez más: los más pobres y los informales son los más vulnerables. En ese sentido, reforzar los sistemas estatales de contención social para que puedan asimilar el shock es fundamental.

Entendemos que debemos movernos de manera rápida frente a esta crisis, y que nuestra respuesta debe ser efectiva y flexible, adaptada a las necesidades de países con problemas e idiosincrasias particulares. Estas necesidades pueden estar ligadas al sector de la salud como a la infraestructura eléctrica, la provisión de banda ancha de Internet o la distribución de almuerzos escolares, por ejemplo, todas funciones que son esenciales en momentos de crisis.

El compromiso del Banco Mundial es claro: trabajar junto a los países en la región y seguir apoyando en esta difícil situación, angustiante para muchísimas familias. A la gente hay que darle esperanza, pero a la esperanza hay que alimentarla con acciones. La emocionante ola de solidaridad que recorre las calles de nuestras ciudades y pueblos debemos estimularla con los recursos materiales, la capacidad de gestión y el conocimiento necesarios para empezar a superar esta crisis y que lo antes posible sea cosa del pasado.

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