Trump usa el coronavirus para seguir alimentando su pulsión racista y discriminatoria. Continua en la línea de seguir culpando de todos los males estadounidenses a lo que llega del exterior, lo que es cierto en el caso de la pandemia, pero deja de lado las condiciones locales que aumentan la vulnerabilidad del país, como por ejemplo, la población que carece de casa, el elevado consumo de drogas que convierten a ese país en el principal consumidor en el mundo, y el desmantelamiento de los servicios de salud, que propiciaron Trump y los republicanos. De no haber despojado del seguro médico a grandes grupos sociales empobrecidos posiblemente las respuestas médicas hubieran sido distintas.
Trump insiste en que hay que construir el muro, golpea a los migrantes, culpa a los chinos, reitera en llamar al virus como chino o Wuhan en contra de las recomendaciones internacionales y ya se escuchan ataques anti chinos en Nueva York.
En México la derecha refuerza sus esfuerzos golpistas aprovechando la emergencia nacional, mienten sin cesar, distorsionan el acuerdo sobre petróleo alcanzado con EUA y la OPEP, mienten sobre la condición de la pandemia, atacan al epidemiólogo que maneja las decisiones médicas y sociales sobre la pandemia, y han elevado el nivel de inquina al grado que mientras en el mundo le aplauden al personal de salud, en México agreden enfermeras (café hirviendo en la espalda a una). El PAN se niega a bajar salarios de funcionarios y diputados de su partido y se rehúsa a aportar parte de sus prerrogativas para destinar dinero a la atención de la pandemia, según ellos los pobres son la agenda del presidente. La derecha ha saboteado cualquier posibilidad de unidad y acusa al gobierno de crear la división.
Estados Unidos presiona empresas para que fabriquen equipo médico, mientras en México los “empresarios” exigen que los gobiernos –federal y estatales- se endeuden para que usen ese dinero para rescatarlos. No hemos escuchado que ninguna organización empresarial llame a la repatriación del dinero que han fugado. Siguen con la política de azadón: jalar todo solamente para ellos.
La pandemia tiene un severo impacto social. En efecto no todos pueden encerrarse, no todos tienen ahorros ni para sostenerse y menos para pagar que le entreguen víveres en la casa y en muchas partes, enferman y mueren los más pobres, al grado que no pueden honrar a los idos como en Ecuador donde dejan cadáveres en las calles, o en Nueva York dónde no se reclaman los cuerpos que van a dar a la fosa común (muchos son de inmigrantes indocumentados).
Desde que se instaló el neoliberalismo como aparato de política se exacerbó la concentración de la riqueza y se amplió la pobreza agravándose su calidad. Se ha ampliado la brecha entre el que más gana y el que menos gana en una empresa. Mientras que hay gerentes y dueños que ganan muchos millones, sus empleados ganan el salario mínimo o tal vez un poco más. En EUA hay CEOs que ganan 2 millones de dólares mensuales, suponiendo que trabajan 56 horas semanales, su salario por hora es de $8,928 mientras sus empleados ganan 15 dólares la hora. Conviene averiguar si los países dónde ese diferencial es menor han tenido más capacidad de control de la pandemia.
Amartya Sen sostiene que los regímenes totalitarios son más proclives a la hambruna porque entre otras cosas suprimen la capacidad de crítica que permite detectar problemas; ahora agrega que también son proclives a la pandemia, porque ocultan las evidencias de las anomalías, ya sea eliminando a los que detectan el problema u ocultando las evidencias. En este tenor se critica a China y su manejo de la crisis, que al parecer facilitó la propagación descontrolada del virus, especialmente gracias al papel global de la economía china.
Hay desconocimiento e impreparación. Singapur que parece haber recaído después de haber controlado el virus aclara que ahora saben cosas sobre el virus que no sabían en marzo, o sea unas semanas atrás. Esto afecta a todo el mundo.
Sobre el desmantelamiento de los sistemas de salud pública y empobrecimiento de la población, se montó el desconocimiento ante un nuevo virus, aunque reconozcamos que es de estúpidos no abrevar en el conocimiento del pasado. También reconozcamos que la medicina se convirtió en negocio y que escasean los epidemiólogos y los pocos que hay carecen de influencia en los gobiernos.
Esta historia va para largo y con ella, la pulsión de concentración de poder de aquellos que solo buscan satisfacer su ambición personal.