«¿Cambiará esto la persona que eres?», inquiere uno de los protagonistas de Bokeh, cinta distópica en la que una pareja de vacaciona en Islandia, territorio de excepcional belleza natural. Inexplicablemente, a partir de cierto día, él y ella están solos. Todo funciona en la ciudad, territorio desierto, autoservicios repletos de mercancía, sin gente, un mundo perfecto por su pulcritud y sus paisajes, alegoría al paraíso donde Adán y Eva tenían todo lo que necesitaban con sólo estirar la mano, un mundo al que nada más le faltan los otros y que llevará a sus protagonistas a cuestionarse temas esenciales sobre la vida y la razón de ser, un viaje dentro de otro viaje dentro de otro viaje en el que irremediablemente la figura de los demás está en el centro, como una ausencia que gravita permanentemente.

Encuentro un gran paralelismo entre el aislamiento social que estamos experimentando y la de Bokeh. Un evento que no alcanzamos a entender y que nos cambia la perspectiva de cómo entendemos al mundo, a la vida, una revaloración de nuestro sistema social y una búsqueda de respuestas que no llegan, mientras pasan los días. ¿Cuál es el verdadero aislamiento? Probablemente lo constituye el no tener la experiencia del otro ni de lo otro. El aislamiento es irremediablemente una nostalgia, colgada a una esperanza.

La ficción tiene la magia de transportarnos a situaciones que experimentamos sin vivirlas, para sacar reflexiones y aprendizajes. En la película La trinchera infinita se retrata el drama de quienes fueron llamados «topos», los antagónicos al régimen de Franco, que durante la Guerra Civil española se escondieron en madrigueras caseras, en medio de la persecución, la denuncia y traición de vecinos, amigos y familiares. La cinta, de gran fotografía (como la referida en Islandia), retrata los andares de Higinio, quien vive, literalmente, entre paredes, aislado y escondido dentro de la propia casa familiar, de la que se vuelve una presencia intermitente, un ojo que escudriña entre agujeros y grietas, mientras transcurre la guerra y pasan cinco años y pasan diez y quince y veinte y más, y él, como topo, sigue habitando una oquedad de la que se hará dependiente mientras crece su incapacidad para salir.

Impresiona saber que podríamos estar aislados en el exterior inhabitado de un mundo sin sentido o en el interior de una cavidad secreta que termina por condicionarnos un estilo de vida donde el aislamiento ya no es forzoso, es una elección.

El aislamiento nos está demostrando que importan los otros porque un mundo sin ellos no tendría sentido. Quizá por ello han florecido cientos de iniciativas sociales para ayudar a los necesitados. El instinto humano sabe que sin los demás y sin ayudar a los demás, no tiene sentido la vida. La antropóloga cultural Margaret Mead llegó a afirmar que para ella el primer signo de la civilización era el hallazgo de un fémur humano, fracturado y sanado. En la sociedad moderna ese hueso sana en seis semanas, en la era cavernaria alguien tuvo que haber cuidado del individuo lesionado, alguien lo alimentó y resguardó, ese sentido de cooperación social es el primer signo de civilización, la del Covid-19 lo ratifica y nos vuelve a lo esencial.

Esperanzadoramente habrá de surgir humanidad. Como dicen mis amigos los científicos Zavala y Sánchez, ambos Jorge, la sociedad tiene que empoderarse, retomar el camino, volver a la raíz ahora que conoce su fragilidad. Como ha sucedido en otras desgracias nacionales, será la sociedad quien rebase al federal para poner la muestra de empatía y sensibilidad.

En Bokeh se hace alusión a hiraeth, palabra galesa que significa profunda pena por un hogar al que no puedes regresar. Así lo experimentaron en esa Islandia desolada Jenai y Riley, así le sucedió a Higinio entre penumbras y miedos. Así quizá nos suceda a nosotros en el mundo post Covid-19.

A pesar de todo, nuestro aislamiento no ha sido incomunicación. Gracias a la tecnología seguimos en contacto con los demás, el «claustro» es llevadero. Así pude platicar con Pepe Toño, quien me recomendó las películas que he referido. Hablar con él me recuerda que volveremos al mundo y aunque no será aquel mundo, afortunadamente estarán los otros.

@eduardo_caccia

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