México tiene un problema enorme: Pemex. La empresa del Estado no sólo está afectando las finanzas públicas, sino la economía nacional. Succiona miles de millones de pesos que podrían utilizarse más eficientemente.
Su deuda chatarra está perjudicando las obligaciones financieras del país y de las empresas privadas. El asunto ya es de seguridad económica nacional.
¿Qué hacer con Pemex?
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador recibió una empresa prácticamente quebrada. La petrolera más endeudada del mundo: 107 mil millones de dólares. Durante décadas, los gobiernos mexicanos utilizaron a Pemex como su vaquita lechera. En lugar de cobrar más impuestos, le extraían ganancias y capital al punto que secaron la ubre.
La administración de Peña Nieto, en esta misma tesitura, la endeudó más para cubrir las carencias tributarias del Estado.
Pero, ojo, no todo el problema de Pemex tiene que ver con su descapitalización. Los gobiernos también toleraron unCOa pésima administración de la empresa. Se tomaron pésimas decisiones en materia de inversión. Se contrataron más trabajadores de los necesarios, muchos de ellos aviadores. Se pagaron buenos sueldos, prestaciones y pensiones. Ni qué decir de la corrupción generalizada que enriqueció a muchos de sus funcionarios y un grupo reducido de contratistas.
¿Cómo llegamos a esa situación?
Pues porque Pemex no tenía un dueño que tomara decisiones racionales para mantener la rentabilidad de la empresa. La Secretaría de Hacienda controlaba los flujos de efectivo a fin de cuadrar las finanzas públicas del país. La administración de la petrolera, su sindicato y los contratistas privados se repartían lo que quedaba (que no era poco) en un ejercicio de depredación.
Así, no sólo se secó la ubre de la vaquita, sino que la dejaron en los huesos. Llegó AMLO, quien decidió hacer una fuerte apuesta a favor de rescatarla.
Pero me temo que llegó muy tarde.
Si Pemex fuera privada, la administración tendría que presentar al Consejo Directivo un plan urgente para salvar a la empresa de una quiebra inminente. Seguramente recomendaría la reestructuración completa del área que quizá sea la única rentable: aguas arriba (exploración, perforación y explotación de crudo); cerrar los pozos que, al precio actual, no son lucrativos, y redefinir los proyectos de inversión en un mercado que durante buen tiempo será de compradores. En cuanto a los negocios de aguas medias (transporte y almacenamiento) y de aguas bajas (refinación, distribución y venta), lo que se recomendaría sería la salida inmediata.
Pero Pemex no es una empresa privada, sino estatal. Si el gobierno fuera responsable, racionalizaría aguas arriba y privatizaría aguas medias y bajas. Sin embargo, el presidente López Obrador primero se corta una pierna antes que privatizar algunas áreas de Pemex. Es lo que harían los tecnócratas neoliberales que, por cierto, cuando tuvieron el poder, no se atrevieron a hacerlo.
Andrés Manuel, por el contrario, quiere fortalecer todas las áreas de Pemex, cueste lo que cueste, particularmente la refinación.
Alguien le metió en la cabeza que es más barato refinar gasolinas en México que importarlas de Estados Unidos. Por eso, está dispuesto a gastar ocho mil millones de dólares en la construcción de la nueva refinería de Dos Bocas. Es una locura. Y, para comprobarlo, doy el siguiente ejemplo hipotético.
Digamos que hay una señora que se llama Rocío Nahle, quien tiene dos opciones.
Opción uno: construir una planta muy cerca de donde nació, que le costará, si todo sale bien (y nunca ocurre esto), ocho mil millones de dólares y tendrá una capacidad de refinación de 340 mil barriles por día.
Opción dos: comprar, con esos ocho mil millones, el 38% de las acciones de Valero Energy y convertirse en el socio controlador.
Dicha empresa actualmente tiene una capitalización de mercado de 21 mil millones de dólares. Cuenta con 15 refinerías con una capacidad de 3.15 millones de barriles por día. Tiene, además, siete mil gasolineras, 14 plantas de etanol, gasoductos, terminales y otros activos de transportación y logística de crudo y refinados.
Si la señora Nahle fuera a invertir su dinero, optaría, sin duda, por la segunda opción. Es, de lejos, la más racional y rentable. Pero, como doña Rocío está invirtiendo el dinero de los contribuyentes, pues está optando por Dos Bocas.
El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador recibió de sus antecesores una bomba, llamada Pemex, a punto de explotar.
En lugar de estar desactivándola, está acelerando su explosión, afectando, así, a toda la economía nacional.
Twitter: @leozuckermann