Ahora que estamos confinados, me permito hacer una recomendación de un libro. Se trata de Asesinato en Ámsterdam, de Ian Buruma. Cuenta la historia real del homicidio del cineasta holandés Theo van Gogh en 2004. El atentado es el hilo conductor de una reflexión profunda acerca de la libertad, la tolerancia, la inmigración y el multiculturalismo. Aunque es un reportaje periodístico largo, el libro a veces parece una novela y a veces un ensayo filosófico-político. Pero quizá lo más genial de la historia sean los personajes que la conforman.
UN POLÍTICO GAY DE DERECHA
De niño, Pim Fortuyn tenía la fantasía de convertirse en Papa. De adulto, se convirtió en un político que comenzó un nuevo partido junto con desarrolladores inmobiliarios, publicistas y un exdisk jockey. Era abiertamente homosexual y presumía sus aventuras en los baños públicos. Estaba en contra de la inmigración musulmana a Holanda. “Era un populista que jugaba con el miedo a los musulmanes al mismo tiempo que alardeaba haber tenido relaciones sexuales con niños marroquíes; un reaccionario que denunciaba el Islam por ser un peligro para las libertades holandesas; un trepador social que se veía a sí mismo como un actor externo que combatía a la élite”.
Nunca llegó al parlamento ni sirvió en el gobierno. Sin embargo, era el político que más estaba creciendo en las preferencias ciudadanas. La posibilidad de ganar las elecciones se volvió real. En su camino, sin embargo, se atravesó un activista a favor de los derechos de los animales que lo asesinó a sangre fría, al parecer por su oportunismo, arrogancia y vanidad. Fortuyn desafiaba los valores calvinistas y puritanos de los países bajos y era amigo cercano del que también sería asesinado dentro de poco: Theo van Gogh.
UN CINEASTA LIBERTARIO E IRREVERENTE
Van Gogh, descendiente del gran pintor, creía en la libertad a toda costa, al punto de criticar a todos sin distingo alguno. Consideraba que no debía haber límites a la libertad de expresión; que este derecho era uno de los grandes logros de Occidente. De esta forma, un ciudadano podía decir públicamente todo lo que le viniera en gana. Él mismo llamó a los musulmanes “violadores de cabras” o “quinta columna”; a Jesús lo desdeñó como “ese pescado podrido de Nazaret”; y a un judío famoso le espetó que sólo podía satisfacer a su esposa envolviendo su pene en un alambre de púas y gritando “Auschwitz” al eyacular.
Este estilo lo volvió una celebridad en un país chico y aburrido como Holanda. Le encantaban los reflectores. Tenía una columna en un periódico y aparecía todo el tiempo en la televisión. Como Fortuyn, le preocupaba la creciente inmigración musulmana. La veía como un peligro para Occidente. Creía que el multiculturalismo era un desafío a las libertades holandesas. Aceptó dirigir un cortometraje polémico que a la postre le costó la vida. La idea de Sumisión fue de su amiga Ayaan Hirsi Ali.
UNA REFUGIADA QUE ODIABA EL ISLAM
Nacida en Somalia, Hirsi Ali tuvo que emigrar a Arabia Saudita para escapar de los horrores de la guerra civil en su país. Luego se fue a Sudán, Etiopia y Kenia. En estos lugares vivió en carne propia el fundamentalismo musulmán. La casaron en un matrimonio arreglado, pero, en cuanto pudo, escapó y se refugió en Alemania y después en Holanda donde consiguió asilo político.
Le costó mucho trabajo integrarse a la vida holandesa. Se emancipó a un gran precio para ella. Comenzó a odiar al Islam por el trato que esta religión daba a las mujeres. Soñó con la liberación de los musulmanes en Occidente. Detestaba, por tanto, el multiculturalismo.
Ayaan entró a la política y llegó al parlamento. Tuvo la idea de producir Sumisión, un cortometraje donde textos del Corán se proyectaban en la piel de mujeres desnudas. Las frases hablaban de la sumisión de las mujeres a sus padres, hermanos, esposos y Alá que ordena el texto sagrado. Era claramente una provocación. Mohammed Bouyeri lo condenó y decidió asesinar al director del filme.
UN HOLANDÉS FUNDAMENTALISTA
Hijo de un inmigrante marroquí, Bouyeri nació en Holanda. Hablaba un holandés perfecto y apenas mascullaba el bereber de sus padres. Supuestamente, se había integrado a la sociedad europea. Se le conocía con el diminutivo de Mo. Sin embargo, en su juventud comenzó a decepcionarse de su país. La relación ambigua y contradictoria que tenía con las mujeres jugó un papel importante en su transformación. Empezó a acercase al Islam. Su buen humor dio paso a uno sombrío. Se dejó la barba y comenzó a vestir a la usanza musulmana. Hizo nuevos amigos, inmigrantes ilegales de Marruecos dispuestos al Yihad. El internet fue fundamental para su radicalización.
Bouyeri tenía 26 años cuando una mañana fría de noviembre interceptó a Van Gogh. Lo tiró de su bicicleta y con calma le disparó varios balazos. Luego, con un machete curvo, le cortó la garganta y se lo clavó en el pecho. Con otro cuchillo le incrustó una nota. Escrita en holandés, llamaba a la guerra santa en contra de los infieles. El manifiesto estaba dirigido a Ayaan Hirsi Ali.
Ahí están, pues, los personajes de una historia real, apasionante y aterradora. Es el retrato de una Europa avejentada que cada vez recibe a más inmigrantes musulmanes que no terminan por integrarse a este mundo. Es una reflexión estupenda de la libertad, la tolerancia y el multiculturalismo. Asesinato en Ámsterdam es una lectura obligada para todo aquel interesado en uno de los retos más complicados de este siglo.
Twitter: @leozuckermann