La respuesta es sí, pero con un condicionante muy importante: en tiempos de normalidad económica.

¿A qué me refiero?

En circunstancias ordinarias, algunas pueden aguantar mucho tiempo sin generar utilidades porque están creciendo y ganando participación de mercado. En otras palabras, invierten e inyectan más capital para expandirse. Es el caso, por ejemplo, de Amazon, que durante años reportó utilidades negativas por utilizar el dinero que ganaba e invertir más capital para convertirse en una de las principales empresas de ventas al menudeo del mundo.

Pero, si una empresa pierde dinero y no crece, entonces debe quebrar. Es una condición necesaria de la economía de mercado. Llega el día en que los capitalistas se cansan de seguir invirtiendo recursos sin tener un retorno asegurado. Mejor utilizar el capital escaso en otros emprendimientos que sí generen utilidades.

En casi todos los países capitalistas, antes de declarar la bancarrota, una empresa puede solicitar una conciliación con sus acreedores para evitar la quiebra. En es el famoso “Capítulo Once”; en , el “Concurso Mercantil”. El objetivo es limpiar el balance de la empresa con problemas de flujo de efectivo; reducir los pasivos y presentar un nuevo plan de negocios para que la corporación pueda seguir operando. Sin embargo, si este ejercicio falla, no queda otra que declarar la insolvencia y vender los activos para pagar la mayor cantidad de pasivos que tenga esa empresa.

Es parte de la “destrucción creativa” del capitalismo. Como bien lo definía el economista Joseph Schumpeter, se trata del “proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona la estructura económica desde adentro, destruyendo incesantemente la antigua, creando incesantemente una nueva”.

En 2012, por ejemplo, una de las empresas que en su tiempo llegó a poseer el 90% del mercado estadunidense de películas para cámaras se declaró en bancarrota por la aparición de las fotografías digitales. Los teléfonos inteligentes destruyeron creativamente a Kodak, una empresa que tenía más de cien años de .

Esto es en circunstancias normales. Pero hoy estamos viviendo tiempos extraordinarios por la emergencia sanitaria del covid-19. En este contexto, ¿debemos dejar que quiebren las empresas?

La respuesta es no.

El empresario no tiene la culpa de que haya llegado un virus y que las autoridades hayan decretado el cierre de los mercados para evitar los contagios. La gran mayoría de las empresas eran rentables antes de la epidemia. Pero, sin ingresos durante varias semanas, se incrementa el riesgo de falta de dinero que los lleve a la insolvencia.

En Estados Unidos, muchas de estas empresas invocarán el principio de un “Acto de Dios” para incumplir con sus obligaciones contractuales y no quebrar. Así se denomina a los eventos de la naturaleza que no pueden controlar los humanos y que, por tanto, los exime de responsabilidad.

En México existe el principio general de que “nadie está obligado a lo imposible”. Un documento de la firma de abogados Basham indica que “conforme al Código Civil Federal, supletorio al Código de Comercio y a otras leyes mercantiles, nadie está obligado al caso fortuito, sino cuando ha dado causa o contribuido a él, cuando ha aceptado expresamente esa responsabilidad o cuando la ley se la impone”.

Sobre la emergencia por el covid-19, Basham opina que “por sí sola, no necesariamente puede considerarse como un evento de caso fortuito que pueda justificar el retraso o incumplimiento de obligaciones; sin embargo, las medidas sanitarias u otras determinaciones gubernamentales que sean emitidas por el mexicano o gobiernos extranjeros sí pueden constituir eventos de fuerza mayor”.

A mí me queda muy claro: en esta emergencia sanitaria, y por el cierre de la economía decretado por las autoridades, las empresas no tienen la culpa de estar al borde de la bancarrota. Es por eso que muchos gobiernos han salido a rescatar a los negocios otorgándoles liquidez para evitar la insolvencia. No así en México, donde el gobierno federal se ha negado a otorgar este tipo de apoyos. Es una pena. Una cosa es la destrucción creativa a la Schumpeter. Otra, muy diferente, es la destrucción insensata e injusta del capitalismo mexicano.

 

           Twitter: @leozuckermann

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