Agustín Basave publicó una inteligente columna sobre la necesidad de alianzas entre los partidos de la oposición en el 2021. Palabras más, palabras menos, sostuvo que sin algún tipo de frente, coalición o alianza, Morena, a pesar de sus descalabros y divisiones, puede conservar su mayoría en la Cámara de Diputados y ganará varias gubernaturas que hoy no tiene. Quisiera abundar en la línea de Basave.
Ilustración: Belén García Monroy
Entiendo todas las reservas y dudas que esgrimen tanto la comentocracia de oposición (en realidad la única que hay; la batalla de las columnas la perdió hace tiempo la 4T; de allí la exasperación de AMLO con los columnistas y conductores), como los cuatro partidos. PAN, PRI, PRD y MC todos objetan, en menor o mayor medida —el PAN y el PRD menos, el PRI y sobre todo MC más— las alianzas con varios argumentos. El primer, medio cierto y medio falso, reside en el fracaso de 2018. ¿Para qué repetir una estrategia electoral que llevó a una derrota estrepitosa hace dos años? Si la coalición total no entrañó ni una verdadera coordinación entre los partidos del Frente, ni tampoco que unieran realmente sus recursos, y mucho menos sus votos —recordemos que muchos perredistas votaron por AMLO—, ¿de qué sirve perseverar en el error? La respuesta de Basave es pertinente: antes del fiasco del 2018, fue el éxito del 2016.
Una segunda objeción consiste en pensar que en particular la alianza PAN-PRI le hace el caldo gordo a la 4T. Sí y no. La gente descontenta con el gobierno —que crece y va a seguir aumentando, incluso si lo hace bien— tiene que votar por alguien. El PRIAN, con MC y el PRD, no existe como tal, pero en la boleta, un solo candidato obliga al votante a optar: por Morena o por la oposición. Creo que López Obrador a lo que más le teme es a una coalición de facto o de jure, no a la dispersión. Entre más binaria sea la votación, mejor para la oposición. A condición que la polaridad sea local, y a menos de que un estudio profundo y robusto indique lo contrario.
Ahora bien, como ha venido ya sucediendo en múltiples conversaciones —de las que no formo parte— los tres partidos más viejos pueden llegar a buenos acuerdos en distritos, estados y municipios importantes. No en todos. En aquellos donde Morena va en caballo de hacienda, probablemente no valga la pena. Pero en un centenar de distritos federales, y unas siete gubernaturas, sí.
Luego viene la réplica de la no automaticidad de la transferencia de votos. Se dice, con algún fundamento, que los panistas no sufragan por el PRI, y viceversa. Lo mismo vale para el PRD y MC. Puede o no ser. En muchos casos, desde hace treinta años, muchos votantes de izquierda han votado por el PAN, y muchos panistas lo han hecho por la izquierda. Es más difícil con el PRI, ciertamente, pero nunca se había presentado una situación como la actual. Nunca habían estado en la oposición juntos PRI y PAN, ni mucho menos frente a un gobierno incompetente, autoritario y corrupto. De nuevo, habría que estudiarlo técnicamente.
Por último, está el dilema de Movimiento Ciudadano. Sus dirigentes han dicho que prefieren ir solos en 2021. Piensan, según Basave, y parece que tiene razón, en 2024. Tienen un muy buen candidato: Enrique Alfaro. Pero si no hay segunda vuelta, su único camino a la victoria pasa por una alianza de los opositores a Morena, aunque llegue desahuciado el régimen al 2024. ¿Qué le conviene más a MC para construir esa alianza de 2024, suponiendo que su gallo sea el mejor? ¿Ir solos en 2021, y entregarle la mayoría parlamentaria a Morena, o ir en alianza, para construir el 2024?