Desde que ganó la Presidencia, López Obrador le ha dado cada vez más atribuciones al y la Marina. No sólo cuentan con el monopolio de la seguridad nacional, sino que, finalmente, este sexenio se hicieron del monopolio de la seguridad pública a nivel federal. Además, los han facultado para edificar el nuevo aeropuerto de Santa Lucía y luego administrarlo; construir ciertos tramos del Tren Maya y dos mil 700 sucursales del Banco del Bienestar, principal dispersor de los programas sociales del federal; distribuir medicinas y libros de texto gratuitos; limpiar el sargazo en el mar Caribe. El gobierno de López Obrador ahora les ha dado el control de las 49 aduanas del país.

Muchos pensarán, supongo que el mismo Presidente, que esto es benéfico para . Yo pienso lo contrario. No me gusta nada la creciente militarización de los asuntos públicos. Creo en los gobiernos civiles y que las deben estar en sus cuarteles entrenándose para defender la soberanía nacional o participar en casos de fuerza mayor como huracanes y terremotos. La institución militar debe ser el último recurso de un gobierno y no, como ahora, el primero que utilizan cuando quieren resolver un problema.

Idealmente, las Fuerzas Armadas tienen que ser leales al Estado-nación, al régimen democrático-liberal y al gobierno democráticamente elegido. No deben sucumbir a la tentación de participar en la política por tener intereses en juego. Cuando lo hacen, eso siempre acaba mal. En América Latina lo hemos visto muchas veces. Tanto en los golpes que instauraron gobiernos militares dictatoriales de derecha (Chile, Argentina, Nicaragua) como en el apoyo irrestricto a dictaduras revolucionarias de izquierda (Cuba, Venezuela, Nicaragua).

En México, después de la Revolución, las Fuerzas Armadas le fueron leales al régimen autoritario priista. Una de las grandes cualidades de este régimen, hay que reconocerlo, fue que desplazó a los militares del poder para establecer gobiernos civiles. No obstante, el PRI sí utilizó a soldados para reprimir movimientos políticos pacíficos, como el estudiantil de 1968 y a pequeños grupos revolucionarios. También los usaron en algunas operaciones en contra del narcotráfico. Sin embargo, en términos generales, durante el régimen autoritario los militares estaban en sus cuarteles donde tenían una enorme autonomía: los civiles prácticamente no se metían en su mundo.

Por fortuna, las Fuerzas Armadas no se metieron a descarrilar el proceso de liberalización y democratización política, que empezó en el 68, y que terminó por instaurar un régimen democrático-liberal. Aceptaron las nuevas reglas del juego y la alternancia. Igual han obedecido a gobiernos del PRI que del PAN y ahora de .

En todo caso, los militares comenzaron a acumular más poder cuando el presidente Calderón los sacó de sus cuarteles, de manera generalizada, en su guerra contra el crimen organizado. Hoy, después de dos sexenios, siguen en eso. Ahora se les han sumado más labores que les ha encargado López Obrador.

No sé si sea ésta una estrategia diseñada por López Obrador, pero lo cierto es que los militares tienen cada vez más skin in the game. Me cuesta traducir este concepto al español que se refiere a cuando los propietarios tienen más acciones de una empresa y, por tanto, un mayor interés que prospere. Están más invertidos, pues.

En este caso, con los militares, al darles más facultades y negocios, éstos tienen un creciente interés que prevalezca el gobierno de .

El 2024 llegará y los mexicanos tendrán que decidir si se queda el lopezobradorismo en el poder o si se sustituye por una alternativa opositora. Así es en las democracias. Pongámonos en los zapatos de los militares en ese momento. Tendrán mucho que perder si es que la 4T pierde el poder: la Guardia Nacional, múltiples proyectos de construcción, la administración del aeropuerto de Santa Lucía, el control de las muy rentables aduanas y lo que se vaya acumulado en este sexenio. Estarán, en ese momento, muy invertidos. Naturalmente, tendrán el interés de que continúe un statu quo que los ha beneficiado enormemente. A menos, desde luego, que la oposición les ofrezca algo mejor y todavía salgan más ganones.

En suma, con la creciente intervención de los militares en los asuntos públicos, teniendo cada vez más skin in the game, se incrementan las probabilidades de que participen en el juego político-electoral a favor o en contra de ciertos jugadores. ¿De verdad queremos eso? Yo no.

 

                Twitter: @leozuckermann

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