La humanidad aprende del pasado. Cada generación está, en teoría, mejor adaptada para sobrevivir que sus antepasados. Esto nos da esperanza contra el ataque mortal de los virus, lo malo es que muchos microorganismos aprenden del pasado. Cada generación está, en teoría, mejor adaptada para sobrevivir que sus antepasados. En esta circularidad competimos por sobrevivir, donde la vida es una carrera entre riesgos y aprendizajes.

Muchas enseñanzas viven en narrativas que han quedado para la posteridad, obras que reflejan aspectos de la condición humana y adquieren una resistencia al paso del tiempo. Ahí están las Fábulas de Esopo, también un sinfín de historias cuyos autores han dejado un mensaje, moraleja o una franca lección, con la idea de prevenir a las siguientes generaciones.

Inspiradas en hechos reales o ficticios, las historias nos trascienden como una instrucción para el futuro. Algo así sentí después de leer la nota sobre un puente. En la década de los noventa, el de Honduras decidió renovar un viejo puente que cruza el río Choluteca. Ante los antecedentes de fenómenos naturales que han golpeado la zona, los impulsores de la obra buscaron un diseño capaz de resistir el más feroz de los huracanes. Luego contrataron a una empresa japonesa para construir aquel portento. El puente se inauguró en 1998 y se convirtió en un ícono y orgullo del país.

Ese mismo año llegó Mitch (que en español quiere decir maldito huracán categoría 5), causando gravísimos estragos, devastación y más de 7 mil muertos; destruyó casas, edificios, borró carreteras. Para orgullo de japoneses y hondureños, el flamante puente resistió. Nada más hubo un pequeño detalle. Mitch provocó que el río Choluteca cambiara su curso, dejando al puente sobre tierra firme, y perplejos a propios y extraños, sobre todo a los diseñadores y constructores que nunca previeron un suceso de tal magnitud.

Enormes enseñanzas se derivan de este suceso. La naturaleza es un sistema del cual formamos parte; mucho tenemos por aprender de ella, también de teoría de sistemas. Hasta el mejor producto puede quedarse sin mercado; recordemos a Kodak, a quien la fotografía digital le cambió el río de lugar. A veces, en la matriz problema-solución, se invierten los papeles; el puente Choluteca, antes solución, se convirtió en un nuevo problema. En la vida debemos estar abiertos a las posibilidades y a adaptarnos a ellas; la adaptabilidad es esencial para la supervivencia. El peor escenario posible puede no ser el peor escenario posible.

Con fina puntería, Carlos Perelman, amigo, pensador de puentes y ríos, me recuerda que hemos hablado del libro Antifrágil en el que Nassim Nicholas Taleb dibuja una tríada fascinante: lo frágil, lo robusto y lo antifrágil. Esto último no es lo contrario a frágil, es lo que sale fortalecido cuando algo se quiebra. Reflexionando sobre lo que vivimos con la pandemia y la del célebre puente, subrayo esta frase de Taleb: «…los organismos deben morir para que la naturaleza, esa naturaleza cruel, oportunista y egoísta, sea antifrágil». En otras palabras, la fragilidad de algunos elementos se convierte en la antifragilidad del sistema. Taleb lo ilustra con dos hermanos hipotéticos, uno es asalariado y piensa que tiene estabilidad, el otro es taxista y está sujeto a los vaivenes del contexto. Ante una sacudida económica, el asalariado pierde el empleo; el taxista está mejor preparado para navegar sin tierra firme.

De alguna forma por eso es sano dejar que los hijos se equivoquen. Proteger a los agentes en un sistema los hace frágiles al resolverles la vida. En este sentido, muchas (no todas) de las políticas asistencialistas de subsidios crean fragilidad porque anestesian las capacidades del receptor. Apunta Taleb: «Si el Titanic no hubiera naufragado y el coste en vidas no hubiera sido tan grande, se habrían construido transatlánticos cada vez más grandes y el siguiente naufragio habría sido aún más trágico». Lo mismo podemos decir de las políticas proteccionistas para las . Al pretender darles vida artificial (como ahora a Pemex) debilitamos al sistema.

Jaime Sabines, hablando de Dios, explica la pandemia: «Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida, sea para siempre».

@eduardo_caccia

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