Se dice, yo mismo lo he dicho, que la peor calamidad que existe en México es la corrupción. Pero la corrupción es hija de la impunidad. Los ciudadanos van a seguir corrompiendo a funcionarios públicos y éstos van a dejar corromperse en la medida en la que sepan que sus actos no tendrán consecuencias negativas.
Por eso, un gobierno que verdaderamente quiera combatir la corrupción debe hacer un giro de ciento ochenta grados en la procuración de la justicia. Que los corruptos sí acaben tras las rejas luego que los fiscales hayan demostrado su culpabilidad convenciendo —con buenos argumentos, testimonios y pruebas— a los jueces. El día que yo vea eso en México, diré que, efectivamente, el país ha cambiado.
No es lo que, al parecer, quiere el presidente López Obrador.
Él está más bien en la lógica de estigmatizar a presuntos culpables por casos de corrupción en la plaza pública. Me refiero a todos los que han sido acusados por el corrupto confeso llamado Emilio Lozoya.
El exdirector de Pemex incluye, en su denuncia de hechos, a tres expresidentes. AMLO, sin embargo, ha lanzado la idea de realizar una consulta popular para preguntar a la ciudadanía si debe juzgarse o no a los expresidentes. Es una maniobra política genial en este momento. No sólo distrae la atención de los graves problemas por los que atraviesa el país —mal manejo de la pandemia del covid-19, peor crisis económica en los últimos noventa años e incapacidad gubernamental para resolver el problema de la inseguridad—, sino que también lleva la discusión de la justicia a la plaza pública sin que los presuntos culpables puedan defenderse. Para ellos es una condena segura.
Y no es que yo quiera defender a los expresidentes. Para nada. Lo que quiero es que se respete el muy importante derecho a un debido proceso judicial que es lo que nos hace un país democrático liberal civilizado.
Algunos colegas alegan que la consulta popular tiene la cualidad de ser pedagógica para la sociedad. Enseñarle al pueblo cómo operaba la corrupción. Yo, por el contrario, sostengo que es una pésima pedagogía. Como dije arriba, a mí me gustaría ver, por primera vez en la historia de este país, que los corruptos terminen en la cárcel después de un juicio oral y público donde el fiscal convenza a los jueces de la culpabilidad presentando buenos argumentos, testimonios y pruebas.
Eso sí sería pedagógico.
Doy un ejemplo para ilustrarlo.
De los peores criminales que hemos tenido en la historia han sido los nazis. Ésos no sólo eran corruptos, sino que también mataban a millones de personas por considerarlos racialmente inferiores.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de la población en los países aliados querían meterles un balazo en la cabeza y punto. Algunos propusieron torturarlos antes de matarlos. No faltó quien recomendara arrasar a toda Alemania como hicieron los romanos con Cartago.
En cambio, los estadunidenses y británicos convencieron a los soviéticos de que se hicieran juicios en contra de los criminales nazis.
Fue uno de los momentos históricos más estelares de la historia.
En la ciudad bávara de Núremberg se estableció un tribunal que juzgó a estos despreciables personajes, quienes fueron defendidos por sus abogados. Al final, algunos fueron sentenciados a la horca y otros a largos años en la cárcel. Tres inculpados resultaron absueltos y puestos en libertad. Con estos juicios, los países aliados le enseñaron al mundo que ellos no eran como sus enemigos nazis, que ellos sí creían en la civilización a pesar de que los delincuentes alemanes habían provocado la muerte de más de 40 millones de personas.
En un viaje a Alemania fui a Núremberg a visitar el lugar donde se llevaron a cabo los famosos juicios. Hoy hay un fantástico museo. Llevé a mi familia para que vieran cómo se llevó a cabo este magnífico ejercicio civilizatorio. Qué grande ver las películas de los miserables nazis enfrentando las acusaciones de los fiscales encabezados por un ministro de la Suprema Corte de Estados Unidos.
No puede haber mejor pedagogía para la sociedad que juzgar a los presuntos culpables en un tribunal donde ellos puedan defenderse por más corruptos, asesinos o genocidas que sean.
En México, lo que urge es que no haya impunidad respetando, al mismo tiempo, el derecho de los inculpados a un debido proceso judicial. Lo demás son fuegos artificiales, quizá divertidos, pero que ni enseñan nada ni resuelven el problema de fondo.
Twitter: @leozuckermann