Interesante y muy rudo se está poniendo el proceso para renovar la dirigencia nacional del partido gobernante, Morena.
Lo primero que hay que decir es que éste no es un partido en estricto sentido de la palabra. Sigue siendo más un movimiento político donde conviven muchos grupos con distintos intereses e ideologías. Su único cemento es Andrés Manuel López Obrador. Si mañana, por cualquier razón, desapareciera el Presidente, Morena se fraccionaría en varias de las corrientes que hoy lo constituyen.
El canibalismo de las distintas tribus que componen a Morena se vio reflejado en la imposibilidad de renovar a su dirigencia nacional.
Trataron de elegir a un nuevo presidente y secretario general a través de asambleas regionales, pero fue imposible. Aparecieron las malas mañas. En algunas hasta hubo violencia.
Tuvieron que entrar las autoridades electorales a poner orden, nada menos que en el partido que gobierna al país. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le ordenó al Instituto Nacional Electoral que realizara una encuesta nacional de militantes y simpatizantes morenistas para elegir al nuevo presidente y secretario general.
En cuanto se giró la instrucción, inmediatamente aparecieron las distintas tribus morenistas a competir entre ellas.
En este sentido, como he dicho anteriormente, Morena es como el Partido de la Revolución Democrática y sus perennes pleitos internos, pero en esteroides, porque nunca el PRD tuvo tanto poder como lo tiene Morena ahora.
Lo que estamos viendo, en realidad, es la sucesión adelantada del lopezobradorismo o de la Cuarta Transformación, como ellos la llaman. Si es verdad que López Obrador se retirará de la Presidencia cuando termine su sexenio, alguien tendrá que sucederlo dentro de su movimiento.
¿Quién será el afortunado?
Está clarísimo que, desde ahora, se están peleando, por un lado, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien apoya la candidatura a la presidencia de Morena del diputado Mario Delgado, un viejo pupilo suyo. Por el otro lado se encuentra la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien, según las columnas de chismes políticos, apoya a una “joven promesa de la política mexicana” llamada Porfirio Muñoz Ledo.
Todavía Andrés Manuel López Obrador no termina su segundo año de gobierno y ya estamos atestiguando la disputa por la sucesión presidencial. Al punto que Muñoz Ledo asegura que, si gana Mario Delgado la dirigencia de Morena, Marcelo Ebrard se convertiría de facto en el presidente de México. Se trata, desde luego, de un disparate, porque ya parece que el presidente López Obrador, con lo blandito que es, va a dejarse quitar el poder que actualmente tiene. Sí, cómo no.
Detrás de bambalinas se encuentra otro posible candidato presidencial de Morena en 2024.
Me refiero a Ricardo Monreal, líder de los senadores morenistas, quien, quizá con más colmillo político, está tejiendo acuerdos en privado en lugar de pelearse directamente, como sí lo están haciendo Ebrard y Sheinbaum.
Existen, por supuesto, otros grupos políticos que también están en la disputa por el control de Morena. Se encuentran, por ejemplo, jóvenes idealistas, como Gibrán Ramírez, o viejos lopezobradoristas que ya probaron las mieles del poder partidista, como la exdirigente Yeidckol Polevnsky. Sin embargo, como apuntan algunas encuestas que han aparecido, la disputa por la presidencia del partido está entre Delgado y Muñoz Ledo. Ergo, por equidad de género, quedaría una mujer como secretaria general, que podría ser la senadora Citlalli Hernández.
También se ha filtrado a la prensa otra opción. Que los perdedores no acepten el resultado y el proceso se torne tan contencioso que el Tribunal Electoral suspenda la elección por encuesta y permanezca Alfonso Ramírez Cuéllar como presidente interino hasta después de las elecciones intermedias del 2021. Hay, al parecer, tribus morenistas que no verían con malos ojos esta solución.
Estamos, pues, frente a la lucha descarnada por el poder para ver quién se queda con el proyecto lopezobradorista. No es, por desgracia, una disputa ideológica de hacia dónde debe ir la llamada Cuarta Transformación, sino el adelanto de la sucesión presidencial. Pura realpolitik.
Y el Presidente no se mete porque, mientras sus colaboradores se están dando de catorrazos, López Obrador se afianza en el poder como la figura indiscutible de un movimiento que, sin él, se rompería a pedazos.
Twitter: @leozuckermann