Mismo modus operandi de la llamada “Cuarta Transformación”. Argumentan, sin pruebas, que existía mucha corrupción y, por tanto, decretan la desaparición. Así lo hicieron con el nuevo aeropuerto en Texcoco, la Policía Federal y los contratos de energías limpias y renovables.
Ahora les tocó a los fideicomisos públicos.
Ayer, una mayoría de diputados de Morena, Encuentro Social y el finísimo y siempre congruente Partido Verde, decidieron extinguir 109 fideicomisos por instrucciones del presidente López Obrador.
Al cesto de la basura, una figura administrativa que servía para otorgar apoyos, pero, sobre todo certidumbre temporal y jurídica, a académicos, científicos, creadores, cineastas, víctimas de la violencia y afectados por fenómenos naturales. Ahora, dice el gobierno, estos apoyos se darán de manera directa.
Pero esto tiene dos problemas.
Uno, los fideicomisos permitían llevar a cabo proyectos del sector público que transcendían la anualidad del presupuesto gubernamental y los vaivenes del proceso político. Además, otorgaban la posibilidad de recaudar dinero de entes privados o de la sociedad civil para trabajar en conjunto con recursos públicos. Con la desaparición, se anulan estas ventajas.
Dos, y quizá lo más preocupante. Antes las decisiones del manejo de los recursos de los fideicomisos los tomaba su Comité Técnico. Supongo que había instituciones donde estos órganos funcionaban mejor que otros. Pero la idea era despolitizar las decisiones de los beneficiarios. Ahora, con la promesa de que éstos se darán de manera directa por parte del gobierno federal, pues, no por ser mal pensado, pero ya sabemos que habrá fuertes presiones para darlos a aquellos que comulguen con el proyecto de la Cuarta Transformación.
En otras palabras, se regresa a la vieja práctica del clientelismo de las élites. Por cierto, hoy será con el gobierno de la 4T, pero mañana, de persistir esta política, podría ser con un gobierno de un partido diferente.
En fin, que yo sí pienso que la extinción de los fideicomisos a raja tabla es un retroceso, como muchos que ha habido en este sexenio.
Más allá del fondo de cómo van desapareciendo instituciones durante este gobierno (en diciembre de 2018 caractericé a este sexenio como el de la diosa Shiva de la destrucción), vale la pena también hacer un comentario del proceso para aprobar la extinción de los fideicomisos.
Fue el Presidente quien ordenó su desaparición. La Secretaría de Hacienda trató de hacer un primer esfuerzo por recortar con bisturí en lugar de con machete. Y es que había muchos fideicomisos que funcionaban muy bien. Sin embargo, López Obrador se empecinó. Dio la orden de que fueran todos sin excepción.
A escena entraron los diputados como cámara de origen para modificar las leyes correspondientes. Fue entonces que levantaron la voz las comunidades afectadas. La protesta de los cineastas fue particularmente poderosa. Actores y directores muy conocidos y respetados, como Guillermo del Toro, ganador de un Oscar, criticaron duramente la medida.
Mario Delgado, líder de los diputados morenistas, prometió escuchar a los afectados. Para tal efecto, abrió el proceso legislativo en un “parlamento abierto”. A San Lázaro peregrinaron todos los que se oponían a la desaparición de los fideicomisos. Mucha gente inteligente con buenos argumentos.
Fue entonces que los diputados acortaron la lista de fideicomisos a extinguir. Los diputados demostraron que sí escuchaban voces razonables y pensaban por ellos mismos.
Pero vino la orden clara y contundente desde Palacio Nacional. Dijo el Presidente en una de sus conferencias matutinas: “Hay como 200 fideicomisos y apenas van a cancelar cinco, y piensan que ya con eso ya me voy a quedar tranquilo ‘toma tu chupón’, no”.
Pues, en efecto, no porque aquí manda López Obrador y punto. Delgado entendió el mensaje y reculó. Desaparecerán todos. Al diablo con los parlamentos abiertos. Guárdese el bisturí y aplíquese el machete.
Los diputados trataron de hacer bien su trabajo como si las épocas políticas efectivamente hubieran cambiado. Un Legislativo sensato que actuaba con independencia del Ejecutivo. Pero duró poco el gusto. La realidad es que el Presidente dobló a los legisladores. “Levanta dedos”, les decían en la época autoritaria priista. “Disciplina partidista”, la califican en los regímenes democráticos. Escoja usted el concepto que más le guste, pero lo cierto es que, al final del día, los diputados quisieron ser diferentes y acabaron siendo iguales.
Twitter: @leozuckermann