Tres datos importantes, no necesariamente ciertos, surgieron esta semana en el drama del General Cienfuegos. Empezamos a saber un poco más de lo que ha sucedido entre el momento en que se expidió la orden de aprehensión, en agosto de 2019, y ahora mismo.
Ilustración: Patricio Betteo
En primer lugar, Christopher Landau, el embajador de Estados Unidos en México, declaró en un zoom con la Universidad de Rice que él supo de la orden de aprehensión expedida por un Gran Jurado de Brooklyn desde que llegó a México, es decir, el 16 de agosto de 2019, el mismo día de la expedición de la orden de arresto. Aclaró que no pudo informar de dicha orden de aprehensión al gobierno de México, ni siquiera al propio López Obrador, debido a una orden de sigilo del Gran Jurado. Eso no es cierto: existen “waivers” ante los “Grand Jury secrecy rules”, y además al no ser Landau parte de la Corte, puede compartir el dato con quien quiera. Es difícil determinar si Landau realmente supo lo que dice, quién más supo en Washington (alguien le tiene que haber informado, y no fueron el Gran Jurado ni el juez directamente), y si esa fue la razón real de su silencio. Pero con su declaración pública, se confirma lo que siempre se supuso, a saber, al gobierno de México nadie le dijo nada nunca. No le tuvieron confianza a su amiguito.
En segundo lugar, esto mismo lo confirmó el secretario de Relaciones Exteriores, al divulgar el hecho de que el gobierno mexicano le había comunicado al de Washington que se encontraba “profundamente descontento” con el silencio de Estados Unidos. Obviamente no han decidido en Palacio Nacional qué hacer al respecto —por eso postergaron el anuncio de cualquier decisión hasta después de las elecciones del próximo martes, como si a algún votante le importara la posición de López Obrador sobre la DEA— pero ya se orillaron a hacer algo. Pueden, como Peña Nieto con el muro, centrar todo en un aspecto secundario del problema —no lo vamos a pagar; ¿por qué no me avisaron?— en lugar de ir a lo esencial. Esto consiste en primer lugar en el hecho del espionaje a Cienfuegos por Estados Unidos estando el secretario de Sedena en territorio mexicano, y la ubicuidad y proliferación de efectivos antidrogas norteamericanos desde la época de Calderón. En segundo término, lo esencial es si ahora Washington va a compartir o no con el gobierno de México las pruebas que va a presentar en el juicio de Nueva York. Legalmente lo pueden hacer —se hace todos los días con Inglaterra, Canadá o Alemania, por ejemplo— y quien puede compartir todo lo que le entreguen en el llamado “discovery” es el propio Cienfuegos.
El tercer dato interesante es que el PRI a través de su presidente ha pedido que el gobierno de México se haga cargo de los honorarios de los abogados de Cienfuegos y de otros exfuncionarios de seguridad acusados en Estados Unidos (y no en México). Esto incluiría a Cienfuegos, a García Luna, a Cárdenas Palomino y a Pequeño (si es que los detienen). El PRI recorre así el mismo camino que han emprendido varios exfuncionarios de administraciones anteriores del PRI: hay que ayudarle a Cienfuegos a sufragar los cuatro o cinco millones de dólares que va a costar el bufete de abogados que contrató.
Pero López Obrador respondió de inmediato, sin que quede claro si sabía de qué estaba hablando, que el pago “no estaba contemplado”, refiriéndose a la protección consular. Para empezar, depende. En ciertas ocasiones, los consulados sí ponen a disposición de acusados mexicanos a abogados consultores. Pero en este caso, no se trata de eso, sino de que la Sedena compense a los abogados escogidos por Cienfuegos. Hay muchas razones para pensar que el propio Ejército le ha pedido eso a López Obrador, pero a éste le da terror apoquinar más de 100 millones de pesos para defender a un miembro del gabinete de Peña que además tal vez resulte ser narco.
Todo esto para decir que un asunto en sí tremendamente complejo y delicado se le empieza a salir de control al gobierno, debido a su propia desidia e incompetencia. En cuanto llegue Cienfuegos a Nueva York, todo se va a complicar más. Y ya sin Trump y Kushner, peor aún.