Estamos agotados.
Queremos que el maldito virus desaparezca como por arte de magia. Pero ahí sigue, afectando nuestras vidas cotidianas.
Los números son muy malos. En realidad, nunca fueron buenos en México. Continuamos en la primera y única ola de contagios. Ya sobrepasamos el millón de infectados con las pocas pruebas que se han hecho. Estamos por llegar a los cien mil muertos, cuando sabemos que están subestimadas estas cifras. Muy probablemente el número real de fallecidos sea de 300 mil.
Para efectos prácticos, los niños han perdido este ciclo escolar. La gran mayoría, que estudia en el sistema público, está condenado a clases por televisión que de ninguna manera se comparan con la experiencia presencial. Los más privilegiados, que tienen acceso a internet y un aparato para conectarse, han aprendido más, pero extrañan a sus compañeros y la vivencia cotidiana de la escuela.
Los adultos mayores están desesperados y aterrados. Por un lado, se cuidan, porque son la población más vulnerable, pero, por el otro, no quieren vivir lo poco que les queda de vida encerrados en sus hogares.
Los jóvenes, que deberían estar comiéndose el mundo, se están comiendo las uñas exasperados por no poder estar de fiesta en las calles o en los antros.
Estamos fatigados.
Por eso, bajamos la guardia. Nos cuidamos menos. Nos atrevemos a más.
He escuchado a gente decir que prefiere contraer covid-19 lo antes posible para ya salir del atolladero. Ingenuos, piensan que tendrán la enfermedad de manera asintomática. Dos semanas en casa y, voilà, a regresar a la normalidad del año pasado. Incautos, soslayan la posibilidad de una enfermedad dolorosa que les deje secuelas. Eso está fuera del menú de su ilusa esperanza.
Pero la realidad es muy canija. Es cierto que a muchos les da covid-19 sin síntomas. Pero también es verdad que otros sufren toses, dolores de cabeza y fiebres agudas. Pueden acabar en el hospital. En el extremo, intubados. Amén de la posibilidad de fallecer.
¡Hombre!, mejor no pensar en eso. Maldito virus. Ojalá pudiera irse como por arte de magia.
Estamos exhaustos con los cubrebocas y con los lavados de mano y con los geles y con la sana distancia y con no saludarnos.
No queda de otra. Por más que estemos cansados tenemos que seguir apechugando.
Con la esperanza de que pronto se apruebe alguna de las vacunas y comience la distribución y aplicación de ésta. Quizá seis meses más, en el mejor de los escenarios.
Y no esperemos mucho de nuestro gobierno. Desde el comienzo de la pandemia no han sabido qué hacer, más que evitar que los hospitales públicos se saturen (los privados, por cierto, hoy están llenos).
El Presidente no usa cubrebocas, como debía hacer para poner el ejemplo. Ya nadie le cree al merolico que puso a cargo de la pandemia. Es el señor que dijo que, en el escenario muy catastrófico, habría 60 mil muertos. Ya estamos llegando a los cien mil, 66% más, y esto aún está lejos de terminarse. Todavía recuerdo cuando este individuo, que se dice doctor, afirmaba que esto iba para largo y que por ahí de septiembre-octubre se acabaría la pesadilla. Ya estamos a mediados de noviembre y los números siguen creciendo.
Hay estados que ya regresaron al semáforo rojo. La Ciudad de México está a punto de hacerlo. Y el gobierno federal sigue minimizando la pandemia. Increíble que no hayan removido al charlatán encargado. Ya llegará su tiempo: cuando el Presidente decida que es tiempo de quemar ese fusil.
No esperemos nada del gobierno. Ellos ya se dieron por vencidos. Lo único que quieren evitar son escenas de hospitales desbordados. No van a tener problemas porque la gente se rehúsa a ir a los sanatorios públicos porque piensan que de ahí van a salir con los pies por delante.
Estamos agotados, pero no queda otra más que cuidarnos. Mientras no haya vacuna ni cura, hay que seguir las recomendaciones para evitar la dispersión del virus: usar cubrebocas, mantener sana distancia, lavarse las manos con frecuencia, utilizar gel antibacterial, evitar reuniones multitudinarias. Esto puede salvar miles de vidas.
Seamos pacientes. Parece que ya viene la vacuna. Si es así, estamos en el último estirón para ganarle la guerra al maldito virus que tanto ha cambiado nuestra manera de vivir.
Twitter: @leozuckermann