Es difícil rebatir una tesis cara a la : todo el mundo ha manejado la con las patas, no es la excepción, es culpa de los países ricos acaparadores y de las grandes empresas farmacéuticas únicamente interesadas en sus utilidades. Todo esto es en buena medida cierto, al mismo tiempo que no excusa la gestión especialmente equivocada, improvisada y mentirosa del actual. No disponemos de todos los elementos, pero empiezan  a  circular suficientes datos para formarse una idea sobre los orígenes de la debacle. Sólo para recordar: el sábado 6 de febrero México vacunó a 9000 personas, a 2.2 millones y Chile a 35 000.

Ilustración: Víctor Solís

La debacle mexicana posee varios orígenes. Uno, el menos grave, parece ser la apuesta a AstraZeneca, gracias a un financiamiento de Carlos Slim y a la cooperación con el gobierno argentino y empresas de ese país. Si todo sucede como previsto, habrá casi 10 millones de dosis disponibles en abril; poco, y tarde, pero mucho mejor que nada. El riesgo es que la vacuna de AstraZeneca se enrede en los pleitos de la empresa con la Comisión Europea y se retrase en el mundo entero debido a los resultados decepcionantes en Sudáfrica.

El segundo origen es más grave y más opaco ya que involucra a un gobierno mexicano que miente como respira. De acuerdo con varios testimonios públicos y privados, incluyendo lo publicado por la revista Proceso sobre la conversación de con Biden hace un par de semanas, sucedió más o menos lo siguiente.

Cuando López Obrador viajó a Washington a respaldar a Trump, le pidió que en cuanto hubiera una vacuna norteamericana disponible, permitiera y alentara la entrega masiva y acelerada a México. Trump respondió que no era fácil, debido a la Defense Protection Act (DPA), aprobada en 1950 durante la Guerra de Corea. Esta ley autoriza al Ejecutivo a inducir la producción y compra de suministros para la defensa y la seguridad nacional, incluyendo sustancias y equipos médicos como vacunas, así como a impedir la exportación de los mismos. Pero Jared Kushner habría sugerido que en todo caso, ellos podrían influir sobre Pfizer (que desde entonces se perfilaba como la primera empresa en tener aprobada su vacuna por la FDA) a que instalara una planta en México para esquivar ese posible obstáculo. No era del todo absurda la propuesta. Pfizer tiene una planta en Bélgica, y comenzará la producción de su vacuna en Francia en abril en laboratorios franceses.

Nada de todo eso sucedió. México y Canadá se quedaron colgados de la brocha. Pfizer apenas cumplirá con una segunda entrega la semana que entra, diminuta (491 000 dosis) como la primera. En parte se debe a que todo debe provenir de Bélgica, y la planta en ese país tuvo que ser rehabilitada para satisfacer la enorme demanda de sus productos. Mientras, se suspendieron o recortaron sus envíos a nuestro país. Trump perdió la elección y no pudo ayudar; Pfizer no construyó nada en México; y los mexicanos nos quedamos sin vacunas.

Debido a todo esto, López Obrador le solicitó a Biden, nuevamente, que Estados Unidos suministrara vacunas casi de emergencia, ya que la situación se tornaba crítica. Según Proceso, y esta versión ya ha sido confirmada por varias fuentes en México y en Washington, Biden dijo que no. Invocó otra vez la DPA. El mandatario mexicano no tuvo más remedio que buscar a Putin, más o menos desesperado, y lograr la promesa del dictador ruso de 24 millones de dosis de Sputnik V,  en un plazo no especificado.

La pregunta central estriba sobre la DPA. Para algunos, esta disposición le permite al presidente impedir exportaciones, o imponer compras e importaciones, pero no lo obliga a ello. Para otros, es un impedimento real para la exportación. En todo caso, el decreto firmado por Trump el 8 de agosto de 2020 se refería más que la ley propiamente al tema de exportaciones y de Estados Unidos primero.

El hecho es  que el candor de los mexicanos fue notable. Y aunque a muchos otros más no les fue mejor (a Israel sí), a México le fue terrible. Los chamaquearon.

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