Si estuviéramos en los tiempos bíblicos, los profetas ya hubieran alertado que Dios está enviando un mensaje por medio de las plagas. Así lo hizo en el Libro del Éxodo del Antiguo Testamento. Mandó diez plagas a los egipcios para que el faraón liberara a los judíos de la esclavitud y retornaran a Israel.
No estamos en tiempos bíblicos, pero siguen cayendo plagas a la humanidad. Nos encontramos en medio de una de las peores pandemias de las últimas épocas, la cual ha dejado ya más de dos millones 400 mil muertos en todo el mundo. A eso hay que sumar millones de personas contagiadas que sufrieron durante dos semanas la enfermedad de covid-19; algunas de ellas siguen con secuelas.
Además de este problema sanitario, varios estados del norte de México han sufrido una inusual tormenta invernal que llevó las temperaturas varios grados bajo cero. Lo mismo sucedió en el estado vecino de Texas. Ahí ocurrió la peor nevada con onda gélida de los últimos treinta años.
En ambos lados de la frontera, debido a este contratiempo, se interrumpió la electricidad por varias horas, en algunos casos hasta días. Esto, a su vez, provocó que dejaran de funcionar los servicios de telefonía e internet.
Además, por el frío, se congelaron las tuberías de agua, por lo que el vital líquido no llegó a los hogares. Escaseó el gas LP y la gasolina y varias casas se quedaron sin sus sistemas de calefacción en el momento en que más lo requerían.
En suma, coronavirus, más oscuridad, más frio, más falta de agua, más incomunicación con el mundo exterior. No serán las plagas de Egipto, pero vaya que son plagas en este siglo XXI. Pregúntele a alguien del norte de nuestro país o de Texas que lo hayan sufrido para ver que no exagero.
Algunos religiosos pensarán que sí es Dios el que está detrás de todas estas calamidades, intentando enviarnos un mensaje. Yo, que creo más en la ciencia, pienso que el mensaje nos lo está enviando la naturaleza, el medio ambiente, al que tanto daño le hemos hecho desde que comenzó la Revolución Industrial en el siglo XVIII. Este proceso de modernización elevó la calidad de vida de los humanos, pero a un creciente precio para nuestro planeta.
En el mundo cada vez hay más virus que se reproducen más rápido, causando más daño a los humanos que se contagian. Estos virus provienen de animales. Antes, estos animales vivían en su hábitat sin tener contacto con los seres humanos. Hoy, cada vez existen menos de estas reservas naturales. Los humanos no sólo las han devastado con el fin de producir materias primas, sino que suelen cazar y vender animales para su entretenimiento o consumo alimenticio. Todo indica que el SARS-CoV-2, que produce el covid-19, mutó de murciélagos o pangolines que se vendían en el mercado de Wuhan en China.
Ni qué decir de las tormentas que están afectando al norte de México y sur de Texas. Son anormales, causadas por el cambio climático. Y estos territorios no están preparados para este tipo de ondas gélidas. Lo mismo ocurrió con las extraordinarias lluvias hace unos meses en Tabasco y Chiapas.
El tema es que donde debe nevar no nieva, donde no debe nevar nieva, donde debe hacer frío cada vez hace más calor, donde debe llover el cielo se viene abajo o se producen sequías. Y todos estos efectos atípicos tienen un costo muy alto para los seres humanos. Millones de personas pierden sus muchas o pocas pertenencias, se enferman o fallecen por este tipo de eventos atípicos que, por el cambio climático, cada vez son más típicos.
Dice António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, que “la naturaleza nos está enviando un mensaje claro. Estamos dañando el mundo natural, en nuestro propio detrimento. La degradación de los hábitats y la pérdida de biodiversidad se están acelerando. La disrupción del clima está empeorando. Los incendios, las inundaciones, las sequías y las súper tormentas son más frecuentes y causan más daños. Y ahora, un nuevo coronavirus está haciendo estragos, minando la salud y los medios de subsistencia de las personas. Para cuidar de la humanidad, debemos cuidar de la naturaleza. Necesitamos que toda la comunidad mundial cambie de rumbo. Repensemos lo que compramos y utilizamos. Adoptemos hábitos y modelos agrícolas y empresariales sostenibles. Salvaguardemos los espacios naturales y la fauna y flora silvestres que quedan. Y comprometámonos con un futuro verde y resiliente. Mientras trabajamos para reconstruir mejor, pongamos a la naturaleza en el lugar que le corresponde: en el centro de nuestras decisiones”.
Urge hacerlo. De lo contrario, seguirán las plagas.
Twitter: @leozuckermann