¿Qué es una casa? Según la Real Academia Española, una casa es un edificio susceptible de habitarse, pero para la mayoría, una casa representa mucho más. Aunque no pueda tildarse de incorrecta, resulta complicado sentirse plenamente satisfecho con la definición que propone el diccionario, al quedarse solo con lo superficial y no captar todo lo que es capaz de evocar como palabra.
Nuestra casa es nuestro castillo, nuestro reino, un refugio en el que aislarnos de los problemas del mundo y donde sentirnos seguros. Sin embargo, las casas también constituyen lugares de encuentro, empezando por la entrada, que conecta nuestra vida interior con la exterior. En el salón nos reunimos junto a amigos y familiares, del mismo modo que el dormitorio, más íntimo, es el espacio propio de los amantes. Las casas poseen, por tanto, una naturaleza dual que hace de ellas una fortaleza, pero no de soledad; o, al menos, no están diseñadas para serlo, de ahí que provoque tanta tristeza cuando para algunas personas se convierten en eso.
Centrando la atención en esta segunda dimensión de las casas, si bien el cuarto de estar o el dormitorio ejercen como puntos de encuentro, el radio de estos resulta bastante limitado, dado que los visitantes se circunscriben, por lo general, a nuestro círculo más próximo. Es en la cocina donde el alcance de los encuentros comienza a ampliarse al acoger dentro de sí a distintas generaciones y continentes a la vez. Basta echar un vistazo a nuestra despensa para comprobar cómo los alimentos forman una suerte de convención internacional en la que se mezclan productos de toda España y del mundo, desde la borraja y el ternasco de Aragón pasando por el cacao, las patatas y el tomate, originarios de América, o la pasta, de procedencia disputada. Estos ingredientes combinados acaban dando forma, a su vez, tanto a platos de sushi o pizza como a las recetas heredadas de nuestra abuela, que antes fueron de la suya y así sucesivamente.
Con todo, la habitación que propicia más encuentros, así como de mayor variedad, es aquella donde está la biblioteca, porque alrededor suyo confluyen no solo generaciones y continentes, sino también clases sociales, ideologías, religiones, identidades y, en general, parafraseando a Irene Vallejo, todo cuanto cabe en un junco, que es tanto como hablar del infinito.
Tal vez alguien piense que un televisor le puede ofrecer un abanico de encuentros tan amplio y rico como los que plantean los libros, y es cierto que la televisión no está falta de contenidos, sobre todo ahora con tantas plataformas disponibles, sin embargo, como medio presenta muchas más restricciones para los creadores, lo que limita el volumen y el tipo de historias que se cuentan a través de ella. La literatura, en cambio, está abierta a todos los que conozcan su código y se beneficia de la máquina de efectos especiales más potente que existe: la imaginación. Representar a mil jinetes en un libro cuesta unas pocas líneas, en una película o una serie exige millones, solo que de euros.
«»La biblioteca puede parecer la habitación más tranquila, pero en realidad está llena de personajes y de historias»
Como compañeros de piso los libros resultan bastante discretos incluso si en sus páginas se está librando una batalla o azota una fuerte tempestad; de ahí que los encuentros literarios nunca susciten conflictos con los vecinos –salvo quizá a los de Don Quijote– ni hayan obligado a nadie a protestar de madrugada. Como mucho, los libros privan de sueño al lector que se queda enganchado. Claro que a lo mejor no están tan callados como creemos; ¿y si interactúan entre sí cuando no miramos, igual que en ‘Toy Story’? Aunque parezca disparatado, no lo es menos que una hoja en blanco con unas manchas negras contenga universos; además eso explicaría ciertos ruidos sin identificar de las casas. De ser así, ¿seguirán discutiendo Gabriel García Márquez y Vargas Llosa desde las baldas? ¿O les habrán tomado el relevo sus personajes? ¿Tendrán miedo los monstruos de Lovecraft de que ande suelto el cuervo de Allan Poe y pueda picarles en algún tentáculo? ¿Envidiará el dragón de San Jorge a sus homólogos chinos? ¿Habrá descubierto Marco Aurelio el destino de su imperio en las obras de Mary Beard y tenido que recurrir al estoicismo? ¿Qué sentirán aquellas escritoras que publicaron bajo el anonimato o un pseudónimo, al verse acompañadas por tantas autoras que proclaman hoy su nombre abiertamente en la portada? ¿Compartirán sus andanzas los pícaros? ¿O los detectives métodos?
No sé si llegará a producirse alguno de estos encuentros en las estanterías, pero en las mentes de los lectores ocurren continuamente. Este artículo da muestra de ello. Como Alicia al seguir al conejo por su madriguera, al coger un buen libro no sabemos hasta dónde nos llevará, pero, créanme, seguramente el encuentro mercera la pena.