El Presidente está enojado, no le calienta ni el sol y, por eso, todas las mañanas desquita su enojo contra quien puede. Se ve irascible y resentido.

De acuerdo con los sicólogos, las personas enojadas con la vida tienen problemas imaginarios; explotan sin motivo aparente, se aferran a dolores pasados, juzgan a todo el mundo, les gusta ser ofendidos porque siempre buscan pleito y toman todo personal, culpan a los demás y no aprecian los buenos momentos. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

Y tal vez tenga razón en estar tan molesto. Desde la última semana de abril las cosas no le han salido bien. Todo empezó cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación avaló bajar de la contienda electoral a Félix Salgado Macedonio y a Raúl Morón, así como evitar la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados que le había permitido a su partido tener una mayoría ficticia.

Siguió cuando el  interpuso ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación la acción de inconstitucionalidad contra el Padrón Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil que pretende que empresas particulares tengan los datos biométricos de los mexicanos. Y, para acabarla, el Instituto Federal de Telecomunicaciones anunció que también interpondría un recurso. También se sumó que un juez concedió amparos contra la Ley de Hidrocarburos.

El panorama se le vino a complicar con el terrible accidente de la Línea 12 del Metro, que también descarriló la carrera para su sucesión al involucrar a sus dos principales alfiles:  y Marcelo Ebrard. Además, el gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca

mantiene, al menos por ahora, su fuero, gracias a la resolución que tomó la SCJN el viernes.

¿Cómo no va a estar fúrico el mandatario si antes de que iniciaran las campañas daban por hecho que ganarían 14 gubernaturas y hoy, si les va muy bien, tendrían 8? ¿Cómo no estará cabreado si cada vez está más lejano que obtenga la mayoría calificada y, en una de ésas, hasta la simple en la Cámara de Diputados?

El problema es que cuando una persona enojada toma decisiones lo hace de manera irracional, dejando a un lado el pensamiento lógico. Empieza a dar palos de ciego y, como arena movediza, se va hundiendo más.

El iracundo Presidente ha cometido errores impensables para un hombre con su colmillo, pero con la cabeza fría. De manera burda está interviniendo en las elecciones —algo que él repugnaba y criticaba— y, además, es un delincuente electoral confeso, pues cuando le preguntaron si estaba metiendo las manos dijo: “Claro que sí, si aquí lo di a conocer (el uso de tarjetas) si es de dominio público, lo estoy diciendo”. Pero, además, escogió mal el estado en el que quiso intervenir. En no dejan que les impongan candidatos o les digan desde el centro qué hacer o por quién votar.

Pero la culpa no es del mundo ni esos adversarios reales o imaginarios, la culpa es de él, su partido y sus legisladores. Son las ocurrencias que, un día, deciden que todos los mexicanos deben darles a las empresas de telefonía sus datos personales y al otro, amenazan con nacionalizar las afores. La culpa es de la clase de candidatos que puso Morena, sus malas campañas y la mala conducción de su presidente nacional, Mario Delgado. El pecado es de la Fiscalía General de la República, que se ha puesto al servicio del Ejecutivo sin siquiera cuidar las formas. La responsabilidad es de su , que no puede dar resultados. Mientras no sé de cuenta de ello, el Presidente seguirá teniendo ataques de ira cada vez más peligrosos para el país.

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