Los dos extremos de la escala económica latinoamericana saldrán de la pandemia mucho más poblados de cómo estaban antes de que estallase la crisis sanitaria. El inferior, porque el número de personas en situación de pobreza —como han documentado todos y cada uno de los principales organismos regionales e internacionales— no ha dejado de crecer en los últimos meses, ganándole terreno a la todavía incipiente clase media. El superior, porque los más ricos de entre los ricos han logrado agrandar aún más su ya de por sí abultado patrimonio gracias a la revalorización de las Bolsas.
Los últimos datos de la revista Forbes son nítidos: en América Latina y el Caribe —la región más desigual del mundo— el número de milmillonarios se ha disparado un 40% desde el inicio de la pandemia. A principios de 2020, cuando el virus acababa de irrumpir y aún nadie podía imaginar lo que estaba por llegar, eran 76 los latinoamericanos que tenían 1.000 millones de dólares (820 millones de euros) o más en activos, con un patrimonio conjunto de 284.000 millones de dólares. En la lista de 2021, publicada en marzo, sumaban 105, con 448.000 millones acumulados. Y en la última actualización de mediados de mayo ya eran 107 con un patrimonio conjunto de 480.000 millones. El patrimonio acumulado por ese centenar largo de fortunas, para ponerlo en contexto, sería suficiente para comprar una vez y media todas las empresas cotizadas en el principal índice de la Bolsa mexicana.
La clasificación de milmillonarios latinoamericanos está encabezada, una constante desde hace años, por el mexicano Carlos Slim (dueño de América Móvil), que junto con su familia atesora una fortuna de 70.000 millones de dólares. A renglón seguido, el también mexicano Germán Larrea (Grupo México) acumula un patrimonio de 26.000 millones y el brasileño Jorge Paulo Lemann (Anheuser-Busch InBev), algo más de 20.000 millones.
Las tres cuartas partes de los milmillonarios latinoamericanos, según el estudio de estos datos llevado a cabo por los técnicos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), tienen nacionalidad brasileña o mexicana, de largo los países más poblados del bloque.
La concentración de recursos en las manos de unos pocos no solo es un problema intrínseco para la desigualdad “sino también instrumental”, como recuerdan los economistas del PNUD: “Cuando la concentración de recursos se traduce a una concentración del poder político, como muchas veces es el caso, puede provocar un círculo vicioso que perpetúa estos resultados y que distorsiona tanto las políticas como la asignación de recursos”.
Pobreza al alza
Mientras los activos de los mayores patrimonios latinoamericanos subían como la espuma a lomos de unos mercados financieros que —pese a la debacle económica de 2020— rondan máximos históricos, los estratos más pobres han encajado mucho peor el golpe. Los salvavidas desplegados por los Estados para ayudar a los millones de trabajadores informales han permitido salir a flote a muchas familias, pero otras muchas que antes engrosaban las filas de la clase media han bajado un escalón en plena pandemia.
Según las cifras de la Cepal (el brazo de la ONU para el desarrollo de América Latina y el Caribe), tras varios años de relativa estabilidad, la pobreza extrema se ha disparado hasta máximos de dos décadas y la pobreza general ha aumentado en más de tres puntos porcentuales en un solo año, 2020. El Banco Mundial es aún más pesimista, al proyectar una subida de la pobreza extrema del 24% al 27,6% entre 2019 y 2021. En un contexto de encarecimiento de los productos básicos, este empeoramiento ha provocado, además, que el número de personas en situación de inseguridad alimentaria se haya triplicado desde el inicio de la crisis sanitaria y económica, según las cifras del Programa Mundial de Alimentos de la ONU.
“Ha sucedido lo que pensábamos que iba a ocurrir: la brecha ha crecido y de manera muy importante”, apunta en conversación con EL PAÍS Luis Felipe López-Calva, director regional del PNUD para América Latina y el Caribe, que subraya que la mayoría de nuevos milmillonarios del área han conseguido entrar en el selecto club gracias a sus negocios en cuatro sectores: financiero, telecomunicaciones, medios digitales de pago y salud. “Es un ejemplo más de lo desigual que ha sido el impacto del choque: algunos sectores se han visto muy beneficiados y son, además, intensivos en capital y no en trabajo. Y eso hace que la desigualdad aumente aún más: una vez más estamos viendo cómo la crisis beneficia al capital y perjudica al trabajo”.
El diagnóstico está claro, pero López-Calva pide ir un paso más allá y tomar cartas en el asunto por dos vías: redistribución y mejor regulación. “Es el momento de buscar respuestas: en la recuperación puede seguir aumentando esa brecha y lo que hay que hacer es políticas públicas para evitarlo”, subraya. “Necesitamos sistemas de salud y seguridad social universales, evitar que las empresas digitales se lleven todas las rentas y poner impuestos no solo a los flujos [las rentas] sino también a los acervos [la riqueza acumulada]. Pero la pregunta es cómo, porque donde se está intentando se ve que no es tan sencillo”.