En 1968 el presidente ultraderechista Díaz Ordaz, decidió darle una lección innolvidable a la izquierda y a los jóvenes insolentes que protestando contra la represión, lo compararon con un simio (con todo respeto para los simios), no solo por lo feo sino porque su comportamiento político era igual al de los gorilas golpistas latinoamericanos, pero el gobierno también aprendió la lección: se podía masacarar impunemente a la sociedad. En el pos 2 de octubre la discusión era saber cuántos había asesinado el gobierno, y aunque la cifra es un tema mayor, lo es más el hecho de que se atreviera a masacrar a una masa inerme en una plaza, por eso y más el 2 de octubre no se olvida, entró a la memoria de la represión, la de las víctimas y la de los perpetradores.
El silencio de la sociedad se mal interpreta, algunos callan porque aprueban e invitan las acciones, muchos otros callan por miedo, porque el terror de la represión paraliza. En 1968 hubo anécdotas de padres de familia convencidos de no denunciar la desaparición de sus hijos al recordarseles que tenían otros hijos, y no hay dolor mayor al de perder un hijo y mucho más, si fue debido a la represión gubernamental.
En 1971 se repite la formula represiva frente a la continuidad de la protesta estudiantil, el gobierno seguía atropellando a la comunidad universitaria, era el turno de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
El carnicero Echeverría mostró su fidelidad a la cultura represiva y decidió muy temprano en su presidencia establecer los límites a la protesta estudiantil, optó por aplastar a los restos del movimiento estudiantil para que no se levante, el no tendría otro 2 de octubre, por eso los mandó matar anticipadamente.
Algunos miembros del batallón Olimpia se convirtieron en halcones, algunos halcones se convertirán en su momento en guaruras o delincuentes (a veces no hay mucha diferencia entre ambos), por su parte, algunos de los estudiantes tomarán el camino de la revolución armada convirtiendose en guerrilleros urbanos.
Echeverría actúa contra la guerrilla de la única manera que sabía: la violencia extrema en la forma de una guerra sucia para arrasar con los guerrilleros, lo que incluye los métodos gorilescos de tortura, desaparición de personas y lanzar personas al mar desde aviones, el carnicero sigue al pie de la letra las lecciones de los gorilas y de su antecesor sabiendo que gozaría de total impunidad.
El 10 de junio fue un crimen de Estado orquestado desde las alturas del poder, al grado que Echeverría premia a los grandes protagonistas. Cesa al jefe del departamento del Distrito Federal y al jefe de la policía, y los premia con gubernaturas, algún otro esbirro de la violencia sería enviado de agregado militar a Chile a ver como su amigo Pinochet cometía crímenes de lesa humanidad; mientras que muchos halcones se hundieron en el anonimato para evitar represalias. El carnicero creyó que le funcionaría tirar la piedra y tratar de esconder la mano, pero la sociedad abre los ojos y la memoria no se agota, hoy se sigue exigiéndole que vaya a la cárcel para pagar por sus crímenes. Debe pasar a la historia como un represor sanguinario.
En lo que parece descaro o esquizofrenia, inicia una política de “amistad” hacia los jóvenes, como si pudiera limpiar el agravio ante el papel protagónico que jugó en esas dos grandes matanzas. Se abren universidades y los egresados de universidades tienen empleo, mientras por otro lado arropado en una falsa retórica izquierdista recibe asilados políticos de los golpes de Estado latinoamericanos, y de paso arruina la economía y le arrebata el futuro a esos jóvenes suertudos de que no les hubiera arrancado la vida.
Ese junio en Nuevo León también fue el principio del ataque a la autonomía universitaria, el gorilato mexicano buscaba cerrar las fuentes de reflexion y crítica, les seguiría el empobrecimiento del salario que forzó la migración de algunos académicos al exterior o a las universidades privadas. Así se subsidia una educación conservadora al servicio de la oligarquía. Un estudiante de ciencias políticas del itam (minúsculas deliberadas) presumía que en clase les enseñaban a desactivar protestas sociales.
Bien por López Obrador que pidió perdón, pero bien hará si apoya la ceación de una Comisión de la verdad que ayude a cerrar heridas; nadie le devolverá la vida a los asesinados, pero hacer justicia, aunque sea por una vez, será una buena forma de honrar su memoria.