Parecería ser una incongruencia que crezca en valor el sector agroalimentario y crezca el nivel de pobreza en el campo.
Los marxistas resolvieron el enigma con la categoría ejército agro industrial de reserva, o sea que a los campesinos se les convirtió en mano de obra disponible –y barata- para ser usada por la economía industrial, este proceso expulsó a una gran cantidad de la población campesina hacia los centros urbanos, donde se convirtieron en empleados industriales y de servicios baratos. La explotación de ésta mano de obra facilitó elevadas tasas de crecimiento industrial; el factor clave fue el precio de la fuerza de trabajo que se tasó muy baja y luego se deterioró en términos reales bajo la premisa de que el salario es inflacionario.
La mano de obra –y sus familias- se depauperó y hay regiones en México –no muchas- dónde la expectativa de vida es la mitad del promedio nacional.
Parte del ejército de reserva migró internacionalmente asegurando una producción agrícola barata en Estados Unidos y Canadá, lo que reforzaba el proceso de crecimiento económico y permitía contener el precio de la mano de obra al contar con los insumos necesarios para su reproducción.
Lo interesante es que frente al abandono del campo y la pauperización de los campesinos el valor de la producción agroalimentaria vaya en ascenso, parte de la clave está en la privatización de la tierra que se aceleró cuando Salinas cambió el artículo 27 constitucional facilitando el paso de la tierra ejidal a propiedad privada.
Parte de la tierra se convirtió en vivienda, mucha de calidad ínfima, para acomodar a los trabajadores campesinos que se urbanizaron; una parte siguió siendo cultivada para autoconsumo lo que salvaba de la inanición a los campesinos o sus familias que se quedaron en el campo, otra parte siguió siendo agrícola en manos de empresas como las cerveceras que producen cebada, otra parte se convirtió en empresas maquiladoras que producen para la exportación, algunas de ellas han registrado conflictos políticos porque no obstante que pagan mal, en ocasiones se olvidan de pagar.
Visto en términos globales se encuentra que la producción agrícola aumenta de valor, crecen las exportaciones agrícolas, pero los campesinos (52 millones) están hundidos en la pobreza. Y como se cayó la producción para consumo doméstico, aumenta la importación de maíz, frijol, trigo, sorgo –no siempre de calidad-, con lo cuál una parte importa de la economía y la dieta nacional depende de las fluctuaciones en el mercado internacional, cuadro muy preocupante respecto a la dependencia alimentaria. El gobierno ya anunció que la importación de maíz continuará hasta 2024.
Una parte del empobrecimiento rural se atiende con los distintos fondos que el gobierno entrega, otra parte se atiende con las remesas que envían los parientes migrados, ambas si acaso sirven para paliar el hambre, pero ni una ni otra, ni combinadas, son parte de una estrategia para propiciar crecimiento económico y abandonar la condición que propició hambre y pobreza.
La noción de que hay que propiciar crecimiento económico para generar el derecho a quedarse en casa, o sea que los que migran lo hagan porque lo desean, no porque las circunstancias los expulsan, se debe enfrentar a la realidad del despojo de la tierra, ya que lo mejor que puede sucederle a muchos es que puedan tener un empleo menos mal pagado, lo cuál difícilmente los sacará de la pobreza.
Imagínese usted que pasaría con una iniciativa de recuperación de la tierra. Los proyectos para terminar los contratos leoninos para explotar los recursos energéticos se han enfrentando a andanadas políticas implacables de las oligarquías nacionales e internacionales –véase la agresión de Iberdola por ejemplo-, incidir en el medio que provee al centro imperial de productos agrícolas baratos, se enfrentará con una agresión ya previsible.
Abordemos para cerrar el caso de la tierra despojada para el cultivo de drogas, o la gente forzada a destinar sus tierras para ese propósito, que para revertirse tiene que enfrentar al crimen autorizado y sus conexiones internacionales.
Corregir esas distorsiones es el gran reto del cambio económico y social del campo.